Las encuestas dicen que no, que no hay manera de que el Gobierno dé vuelta los resultados de las elecciones primarias. Se ve un descontento generalizado desde distintos sectores de la sociedad hacia el oficialismo.
Es que históricamente el kirchnerismo logró, mediante medidas demagógicas, ofrecer una resolución a los problemas coyunturales, a pesar de estar, quizá, hipotecando el futuro. Eso generaba alivio y a su vez, caudal de votos.
Pero hoy en día sucede que con un dólar que toca los 200 pesos y los precios por las nubes (o lo salarios por el piso), ninguna medida electoralista, como el control de precios, puede frenar el irremediable rechazo hacia el oficialismo.
La gente toma conciencia, sabe que el “plan platita” no sirve, porque también sabe, que a largo plazo, ello va a generar una irrefrenable inflación con lo que el valor adquisitivo va a continuar degradándose a pasos agigantados.
También es consciente de que el congelamiento de precios, ineludiblemente, va a generar desabastecimiento y con ello que los precios, mágicamente, aumenten. Asimismo tiene en cuenta que el mayor remarcador de precios es el Estado, aquel que se lleva una parte (40, 50 o hasta 60 por ciento) descomunal del valor que el consumidor paga por el producto adquirido.
Para colmo, ni siquiera dentro del propio Gobierno se ponen de acuerdo: Un día dicen que no le van a pagar al FMI y al otro dicen que están negociando. Un día dicen que no le corresponde al Gobierno nacional responder frente al conflicto mapuche y al otro mandan fuerzas federales.
¿Quién los entiende? ¿Quién los enfila? ¿Acaso son todos unos improvisados? ¿No hay nadie que unifique las voces de los altos funcionarios del oficialismo?
Mientras tanto, hay un jefe de Gabinete que empujó a una empresa de aceitunas a la quiebra para quedársela, léase: un funcionario mafioso. Y hablando de mafias, también se halla un ministro de Seguridad a quien le gusta amenazar, sin contar la sombra del narcotráfico que lo persigue.
Por otro lado, una Administración Nacional de Seguridad Social K (ANSES) manejada por la camporista Fernanda Raverta le otorga una doble pensión a la vicepresidenta Cristiana Fernández por dos millones y medio de pesos.
Esto sucede en un país donde el jubilado es indigente, ya no es un tema de no poder cubrir los gastos que demandan los medicamentos – lo que de por sí es un serio escandalo-, sino que el haber jubilatorio no sirve ni para cubrir la canasta alimenticia. ¿Se entiende el absurdo?
Pero es, por lo menos, una actitud que se condice con su comportamiento. Desde que asumió la vicepresidencia, CFK utilizó 13 veces aviones de la flota presidencial para su uso particular. Son viajes que, según la abogada Silvina Martínez cuestan, por lo menos, 200 mil dólares.
Pero el Gobierno, nuevamente con sus “mágicas” ideas, abre aún más la caja de seguridad social: “pan para hoy, hambre para mañana”.
Ya ni los incondicionales como Diego Brancatelli aguantan las pésimas ideas del Gobierno. De hecho, hace apenas unas horas, contó que el precio máximo impuesto por el Gobierno para la venta de Coca-Cola de 2 litros y cuarto es de 199 pesos.
Dueño de un mercado en Caseros, provincia de Buenos Aires, Brancatelli dijo estar “enojado”: “llega el camioncito rojo, para en la puerta con la carretilla, ¿cuánto te la vende al local? 208 (pesos)”, dijo, y remató: “Ya es más caro lo que te la venden al comercio, que lo que es el precio máximo”.
Se insiste, la gente no es tonta y, para colmo, no hay rumbo, no hay plan, no hay coordinación. Todo es pura improvisación.
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