Para muchos, "Medio Oriente" no es más
que una problemática ensalada de nombres árabes. Tal es el desconcierto, que se
incluye a Irán en la nómina cuando ni siquiera hablan esa lengua y provienen de
una etnia diferente. Como bien decía el ilustre Minguito Tinguitella, se gual.
Pero para Occidente, sobre todo para sus usinas de
información, la cuestión no se trata de forma tan simplista. Como se puntualizó
en un análisis anterior, en febrero de 1979 el aliado incondicional de EEUU e
Israel Mohamed Rezah Pahlevi, hasta ese momento shah absoluto de Irán, era
derrocado por un alzamiento popular denominado revolución islámica. Quien
lo motorizó, fue un clérigo chiíta de nombre Ruhollah Khomeini, quien había
estado exiliado en Neauple-le-Chateau, ubicado muy cerca de la capital
francesa, París. Desde allí, rodeado de un hábil estado mayor, enviaba
puntualmente sus instrucciones en cassetes TDK a los que luego conformarían los
Guardianes de la Revolución.
Estos, provenientes de estratos universitarios y de clase
trabajadora, sufrieron una brutal represión primero por la policía secreta (la
SAVAK, entrenada por la CIA y el Mossad) y luego por la Guardia Imperial. La
radicalización de estos llevó a Pahlevi a reprimir ferozmente las cada vez más
crecientes manifestaciones callejeras, que convocaban a varios miles de personas
pidiendo que se fuera del país. Ya en diciembre de 1978 la situación se
salía de madre, que el monarca absoluto estableció la ley marcial y los muertos
se contaban por miles en las calles iracundas. Sin embargo, el gobierno de James
Carter no vislumbraba un posible abrupto final de este, a pesar de que la
oficina local de la CIA informaba diariamente que la cosa se pudría cada vez más
rápido.
Su derrocamiento constituyó un punto de inflexión, no sólo en esta zona,
sino también para los países mencionados antes porque por un lado, perdían un
aliado altamente confiable, y por el otro, los acontecimientos iraníes
provocarían una reacción fulminante en todo Oriente Medio. En El Líbano, por
ejemplo, inmerso en una cruel guerra civil desde 1975, en 1982 se fundó
Hezbollah (Partido de Dios), “Hezbollah es considerado en gran parte del
mundo árabe y musulmán como un legítimo movimiento de resistencia. En el Líbano
es un partido político reconocido que incluso ha llegado a formar parte del
gobierno. Sin embargo, a causa de sus ataques contra civiles en Israel y de su
apoyo ideológico a otras organizaciones, como Hamas o Yihad Islámica, es
considerado por Estados Unidos y por otros países occidentales una organización
terrorista. La Unión Europea, por su parte, únicamente considera como terrorista
a su brazo armado. Esta organización es, junto con Amal, la principal expresión
política de la comunidad chiíta libanesa, el grupo religioso más importante del
país. Fundado con apoyo de Irán, Hezbollah sigue la ideología islamista chiíta
que preconizó el ayatollah Khomeini, líder de la Revolución Islámica iraní. El
objetivo de Hezbollah es la implantación de un Estado islámico en el Líbano, si
bien admiten que éste podría implantarse únicamente con el consenso de la
población libanesa. Además de su brazo armado, el movimiento cuenta con una
infraestructura civil que, de forma parecida al partido palestino Hamas, provee
a la población de servicios sociales, sanitarios y educativos. Su campaña de
reconstrucción Jihad al-Bina ha realizado varios proyectos de desarrollo
económico y de infraestructuras en las áreas del Líbano con mayoritaria
población chií. El apoyo con que Hezbollah cuenta entre la población chiíta se
expresa en los ocho diputados que la organización tiene en el parlamento del
Líbano. Desde julio de 2005, forma parte del gobierno de coalición. Hezbollah
cuenta con un apoyo explícito por parte de Siria y consecuentemente se manifestó
contra la evacuación de las tropas sirias tras la llamada Revolución del cedro.
Con respecto a Israel, la organización no reconoce su legitimidad y su retórica
apunta a la destrucción de dicho Estado”, según relata el sitio
www.avizora.com.
Sin embargo, esta opinión dista mucho de ser unánime, sobre
todo en Occidente. Pues los EEUU desde casi su fundación la consideran como “una
organización terrorista compuesta por grupos radicales de libaneses chiítas,
creado en 1982 con el propósito de: 1) expulsar la presencia israelí y de
occidente del Líbano, 2) establecer un Estado Islámico como el modelado en
Irán, 3) destruir a Israel, 4) la toma de Jerusalén y su ocupación bajo el
dominio musulmán. El Hezbollah fue señalada como una organización terrorista
internacional en octubre del año 1997 y como una amenaza para el proceso de paz
del Medio Oriente en enero de 1995. Por más de 20 años Hezbollah ha sido una
amenaza terrorista internacional fomentando secuestros, atentados con bombas y
asesinatos por todo el mundo”, de acuerdo a un informe redactado por la embajada
en Asunción de ese país. Esto no es producto para nada, que más da, de la
casualidad permanente, pues la misma organización es un duro escollo para los
intereses estadounidenses en la región convulsionada.
Infierno en Beirut
Ya se mencionó cómo la guerra civil ensangrentó y diezmó al
Líbano desde 1975, cuando se enfrentaron encarnizadamente unos cuantos bandos
conformados por libaneses cristianos y musulmanes, palestinos, israelíes y
sirios. En junio de 1982, los anteúltimos invadieron dicho estado con el doble
propósito de expulsar a los últimos y a las huestes de la OLP, lideradas en
aquel entonces por Yasser Arafat.
Ronald Reagan, presidente desde noviembre de 1980, decide a
comienzos de 1983 enviar marines en apoyo a su aliado israelí, pero la
pasan rematadamente mal. Junto al contingente francés, sufren los embates de
atacantes suicidas de la mencionada agrupación islámica con un saldo de más de
mil muertos, en octubre de ese año. Esto obliga al "cowboy" de filmes clase B
a
retirar a sus tropas, quienes se embarcaron rumbo a su patria rememorando
aquella retirada de Saigón en abril de 1975. Pero también se tienen que ir los
palestinos de la OLP, bastante vapuleados en una contienda donde era muy difícil
distinguir a los amigos de los enemigos.
Los estadounidenses se quedaron tanto con la sangre en el
ojo que insertaron (como detalla el informe de arriba) en la lista negra de
aniquilables a estos díscolos libaneses. Y les endilgaron, sobre todo en la
década posterior, toda clase de tropelías allende sus fronteras con tal de
hacerlos desaparecer del mapa. Por eso, no tuvieron empacho en encajarles la
autoría material e intelectual de los atentados de la embajada de Israel y la
sede de la AMIA en Buenos Aires, aunque sabían muy bien de que carecían de
la infraestructura necesaria para montar sendas operaciones en el exterior. A
pesar de eso, inventaron dicha fábula para encubrir las turbias relaciones con
un socio bastante desagradable: Hafez Al Assad, el dictador de Damasco.
El amigo sirio
“Siria ha sido su patrocinador principal y ha ayudado a
Hezbollah con el transporte de armas fabricadas en Irán”, declaró recientemente
George Bush. Pero se cuidó muy bien de citar, mirando para un costado, las
oscuras relaciones de su papá con el aludido, muerto en junio de 2000. En 1986,
cuando EEUU apoyaba al Irak de Saddam Hussein en su contienda con Irán, Al
Assad comprende que su aliado soviético hacía agua, a causa del fracaso en
Afganistán, y la nula efectividad de su status de superpotencia: “Fue en
1986 cuando el dictador Al Assad decidió convertir a Siria en un gran bazar y
fábrica de todo tipo de drogas. 'Es menos peligroso llevar encima cien gramos de
cocaína que cien dólares', sintetizó un comerciante entrevistado por Francois
Chipaux, corresponsal de Le Monde en Damasco. Yabrud, situado sobre la carretera
principal de Siria que une a Damasco con todas las ciudades importantes del país
(Joms, la citada Jama y el puerto de Aleppo) y la más cercana al valle de Bekaa,
se convirtió naturalmente en la "Corleone" del Medio Oriente. No todos en el
Partido Baas sirio estuvieron de acuerdo con la brutal metamorfosis y en 1987 se
produjeron dos graves crisis de gabinete.
En la primera fueron obligados a
renunciar cuatro ministros y en la segunda 16 de los 35 que lo integraban. Pero,
al fin, Al Assad se salió con la suya. Fue en aquellos dos años cruciales cuando
la crema de los traficantes sirios comenzó a viajar regularmente a la Argentina.
Al desplomarse la Unión Soviética, Al Assad llegó a la conclusión de que le era
imprescindible llegar a un acuerdo con los EEUU e Israel a fin de evitar que
denunciasen el auténtico carácter de su régimen. El silencio israelí se compró
con la persistente represión de la OLP en el Líbano a través de las milicias de Amal y con
joint-ventures de exportación de armamentos (es bueno recordar que,
según versiones coincidentes, Monzer Al Kassar solía regalar a sus clientes y
protectores metralletas Uzi, de fabricación israelí bañadas en oro). A los EEUU
les ofreció una decidida participación en el genocidio del pueblo iraquí.”,
señalaba Juan Salinas en El Porteño de junio de 1992. A tal punto llegó
el entendimiento, como se cita en el libro AMIA, la gran mentira oficial,
de este escriba y Christian Sanz, que efectivos militares sirios participaron en
la Primera Guerra del Golfo.
De esta forma, se borró de un plumazo este oscuro maridaje
reinventado la historia para tranquilidad de los negocios bajo cuerda, como
siempre. Aunque a veces, se salta el cerco de encubrimiento cuando, en el cine
mayormente, se desliza alguna perlita como para avivar a los giles. En el filme
Syriana, por ejemplo, se alude sin tapujos que Hezbollah responde a
Damasco, y no a Teherán. Pero para las usinas de inteligencia, y también a
ciertos líderes de opinión, les conviene seguir alimentando esta farsa con tal
de justificar la existencia de un enemigo terrible, siempre latente y dispuesto
a atacar.
Fernando Paolella