Argentina es un “defaulteador” serial. Eso deja al país en muy mala posición frente al resto del planeta. Todo empezó cuando en 1827 Manuel Dorrego defaulteó la deuda con el Banco Baring Brothers. Deuda contraída por Martín Rodríguez gobernador de Buenos Aires a través de Manuel J. García y Bernardino Rivadavia en 1824. Otro default en 1890.
Ese fue el principio, siguieron otros. En el siglo XX recién se defaulteó en 1951, en 1956 (deuda privada con varios países que hizo que Francia creara el Club de París para poder cobrar). Siguieron los defaults de 1982, 1989 (hiperinflación) y el mayor default de la historia de la humanidad en 2001, por US$ 96.000 millones. En 2014 otro default con “hold outs” decretado por el juez Thomas Griessa por US$ 1.264 millones que pagó en 2016 el gobierno de Mauricio Macri. ¿Y ahora en 2022?
La Argentina está en deuda con el Fondo Monetario Internacional. En marzo tiene un gran vencimiento que no podrá pagar. Puede renegociar, el tema es, ¿quiere de verdad renegociar? No lo parece. El ministro de economía Martín Guzmán lleva 2 años “negociando” sarasas.
El FMI es el prestamista de última instancia (cuando ningún país quiere prestar). Está integrado por 189 países y lo hace a las tasas más bajas del mercado. Por regla general y de acuerdo a las circunstancias el interés que cobra está entre el 3,5% y el máximo llega al 5%. Hay que recordar que cuando Néstor Kirchner le pagó en efectivo al FMI (sin necesidad alguna) US$ 10.000 millones, pasó a pedirle prestado a la Venezuela de Chávez y llegó a pagar intereses del 16%. Un negocio pésimo para la Argentina y muy beneficioso para ¿quiénes?
El FMI fue ideado en Bretton Wood (New Hamshire, EEUU) en 1944. Los padres tanto del FMI como del Banco Mundial fueron el británico John Maynard Keynes y el estadounidense Harry Dexter White (economista y director del Departamento del Tesoro de los EEUU). White escribió el 1º proyecto del FMI. Se lo oculta porque fue espía de la URSS, algo que se comprobó a través de los archivos soviéticos y del FBI.
El propósito del FMI era, con el respaldo de 44 países, no permitir que al finalizar la 2ª Guerra Mundial, la economía del planeta sufriera los descalabros que generó el tratado de Versalles, la crisis de 1929, la hiperinflación alemana y la 2ª Guerra.
El FMI nació el 1º de marzo de 1946, ayudando a los países que habían sufrido la Segunda Guerra Mundial. Fue un instrumento imprescindible para la recuperación de esos países tan golpeados. Pero fue. Ahora el FMI sólo debería socorrer a países que han pasado una guerra o sufrido un desastre natural. Sin embargo hoy se especializa en apoyar con sus préstamos a países mal administrados. Socorre a gobiernos que gastan más de lo que producen, con lo que prolongan la pesadilla de esos países.
Ninguna nación bien gobernada con las cuentas en orden y un sólido plan económico a largo plazo necesita del FMI. Lo hacen países populistas que malgastan sus recursos y atosigan a sus ciudadanos con impuestos impagables. El préstamo del FMI colabora para que este mal sistema continúe. Ese no fue el propósito con el que se fundó el FMI. Hoy sólo beneficia a los que trabajan en el FMI.
El FMI hoy, no debería existir; prolonga la agonía de los países mal gobernados. Pero, y esto no tiene nada que ver con el FMI o con deudores privados o con el vecino, mal que le pese a Guzmán, Kicillof, la Cámpora, el Instituto Patria y a Cristina Fernández, las deudas se pagan.