En Juntos por el Cambio hay muchas diferencias. Algunas de ellas generan incluso una pelea distinta cada día. Sin embargo, hay una cuestión que los unifica. Todos saben que para volver a ser gobierno en 2023 necesitan el voto de una cantidad de argentinos que suelen votar al peronismo. Y han puesto en marcha una estrategia para consolidar ese aspecto que, en los dos últimos años, les ha sido esquivo y los condujo a la derrota.
La primera señal de esta tendencia se producirá este jueves. Al encuentro que la conducción de la gran alianza opositora tendrá en Vicente López no solo asistirán los líderes del PRO, de la UCR y de la Coalición Cívica de Lilita Carrió.
También estarán Miguel Angel Pichetto, quien fue candidato a vicepresidente de Mauricio Macri en 2019. El senador por Salta, Juan Carlos Romero, si llega a tiempo de un viaje por los Estados Unidos. Y, la que tal vez sea la mayor sorpresa de la convocatoria: la participación del ex presidente y ex embajador argentino en Madrid, el peronista misionero Ramón Puerta.
Los tres integran el Peronismo Republicano, el sector que se sumó a Juntos por el Cambio en 2019 cuando Macri eligió a Pichetto como compañero de fórmula. Desde su nacimiento, cuatro años antes, la mayoría de los dirigentes de la coalición opositora solían hablar de “la pata peronista”, un aditivo estructural para sostener aquel intento de llegar a la Casa Rosada en 2015.
Y era el PRO el que había abrigado en su estructura a dirigentes nacidos en el peronismo. Cristian Ritondo, que fue ministro de Seguridad bonaerense; Diego Santilli, que ocupó el mismo cargo en la Ciudad de Buenos Aires; y Emilio Monzó, que terminó como presidente de la Cámara de Diputados fueron los puntales de aquella pata peronista que gobernó bajo el nombre de Cambiemos.
“Pero esto no es más una pata peronista; esto es una cabeza peronista para sumarse a la conducción de Cambiemos”, es la definición que esgrimió Puerta cuando recibió la invitación de Patricia Bullrich para sumarse formalmente como el cuarto partido de la coalición al encuentro del jueves en el salón “La Escondida”, a unos pocos metros del Puerto de Olivos.
Serán al menos seis horas de discusión brava que algunos históricos del PRO todavía promueven como “retiro espiritual”, una definición que les provoca cierta ternura a los invitados peronistas, todos ellos con cinco décadas de experiencia en el poder y curtidos -como Puerta- en ese Iwo Jima argentino que fueron los meses previos y posteriores al estallido del 2001.
El preacuerdo con el Fondo Monetario Internacional
Se sabe que la cuestión más urgente del encuentro opositor será la posición que deben asumir cuando el Gobierno lleve al Congreso el preacuerdo con el Fondo Monetario Internacional, un entendimiento con el organismo financiero del presidente Alberto Fernández y del ministro Martín Guzmán, del que se desentendieron rápidamente Máximo y Cristina Kirchner.
Hasta ahora la postura dominante es esperar a que muestren las cartas Máximo y Cristina. Carrió y el radical Gerardo Morales son más proclives a dar el quorum, mientras que Horacio Rodríguez Larreta, Macri y Bullrich tienen posiciones más duras. Pero todos van a esperar a que el Frente de Todos revele cuántos legisladores propios puede sentar en el recinto. Por ahora, según explica el economista Hernán Lacunza, el programa que el Gobierno asegura tener para presentarle al FMI es “una hoja en blanco”.
Claro que más allá de lo urgente, está el plan de fondo para tratar de vencer al oficialismo. El Peronismo Republicano de Pichetto y Puerta tiene la misión de atraer a más votantes peronistas al redil electoral de Juntos por el Cambio. Cuentan con diputados en varias provincias, y con dirigentes que ya gobernaron y legislaron como los bonaerenses Joaquín de la Torre y Claudia Rucci.
Además, los acompañan un grupo de diplomáticos que no comparten la sobreactuación progresista de Alberto Fernández ni los elogios erráticos a Vladimir Putin o a Xi Jinping. El ex vicecanciller de Carlos Menem, Andrés Cisneros, y el exembajador en Israel durante el macrismo, Mariano Caucino, son dirigentes de consulta y el gastronómico Dante Camaño, hoy alejado de su cuñado Luis Barrionuevo, es la referencia sindical.
Curados de espanto con la historia reciente de la Argentina, los peronistas republicanos dicen que no piden mucho. En la Mesa de Juntos por el Cambio solo reclaman no llamarlos peronistas a los integrantes del Frente de Todos, a los que ellos les aplican el reduccionismo de “kirchneristas”. Para poder, de ese modo, dar la pelea por el escudo y los derechos de autor de la marchita.
El otro punto delicado tendrá como destinatarias a Carrió y a Bullrich. A Lilita porque es la que suele tener las definiciones más hirientes para el peronismo. Y a Patricia porque creen que algunos de los diputados que la acompañan acusan brotes de anti peronismo. Entre ellos, le apuntan a Fernando Iglesias, siempre ácido en la tertulia de las redes sociales y autor de un libro exitoso en el que desde el título es fácil adivinar a quienes adjudica los males del país: “Es el peronismo, estúpido”. Para generar empatía, prefieren no llamarlo gorila.
Macri tuvo aliados peronistas desde sus comienzos políticos. Bullrich fue militante juvenil y legisladora por el peronismo. Morales ha sido candidato a vicepresidente de Roberto Lavagna y Rodríguez Larreta suele fantasear con el peronista cordobés, Juan Schiaretti, las coordenadas de un gobierno de consenso. “Peronistas somos todos”, decía en broma Juan Domingo Perón hace medio siglo. Y sus carcajadas aún siguen resonando.
No será fácil, pero todos tendrán que hacer un esfuerzo en Juntos por el Cambio si quieren dar un examen de convivencia. Es la materia más complicada de todas las coaliciones y, desde Chile hasta España, el planeta está lleno de alianzas políticas en la que sus integrantes piensan diametralmente distinto sobre la vida y el pensamiento. Igual gobiernan. Y a veces, incluso, lo hacen bien.