Hay una gran diferencia entre tener relaciones con dictaduras y ser socio de ellas. En el primer caso, el vínculo sirve para comerciar, cooperar o recibir inversiones. En el segundo, entran a jugar cuestiones estratégicas que condicionan a nuestro país y que pueden llegar a afectar nuestra democracia y desarrollo.
Cada vez que el kirchnerismo gobernó, avanzó en compromisos estratégicos con lo que podría denominarse el “eje autoritario global”. Se trata principalmente de los nuevos “imperios centrales del siglo XXI”: China y Rusia. También hay que incluir a sus numerosos aliados, como Irán, Venezuela, Corea del Norte y la gran mayoría de las dictaduras del planeta.
Frente a este bloque autocrático, tenemos a las democracias liberales. Por democracia “liberal” se entiende un sistema que combina elecciones libres con división de poderes. Esto da ciertas garantías de legalidad, calidad institucional y respeto por los derechos de las personas porque el poder se encuentra distribuido. No por casualidad, las democracias liberales presentan los niveles más elevados de desarrollo.
El bando democrático está liderado por Estados Unidos y la Unión Europea, más Gran Bretaña, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, etc. Estos países tienen relaciones con dictaduras, comercian con ellas, o hasta en coyunturas específicas se asocian excepcionalmente con alguna para fines particulares. Es el caso de Arabia Saudita, que las democracias la interpretan como contrapeso de Irán y de la influencia del Eje Autoritario en Medio Oriente, además de usarla para aprovisionarse de petróleo. Igualmente, así y todo, no han dejado de haber tensiones en ese vínculo por presiones internas hacia los gobiernos democráticos para denunciar violaciones a los derechos humanos en la petro-monarquía árabe. En los últimos años, esta se ha estado acercando bastante a China.
Tener vínculos con dictaduras es normal. Necesitamos comerciar con China o dialogar con Rusia. Es inevitable. Todas las democracias lo hacen. El inconveniente es que el kirchnerismo nos empuja insistente y tercamente a convertirnos en miembros o “socios” del bloque autoritario. Ello es limosna para hoy (bastante escasa por cierto), con implicancias sumamente serias y graves para el futuro.
Sintéticamente (porque daría para largo), se puede aseverar que son diversos los peligros de asociarse con el eje dictatorial.
Para empezar, las autocracias, por su misma naturaleza, no brindan garantías de que sus acciones o influencias sean seguras. Esto genera riesgos de los más variados, que van desde la importación de alimentos en mal estado y juguetes tóxicos, hasta robo de tecnología y campañas de desinformación y manipulación de la opinión pública. En ocasiones, estos peligros sorprenden por la magnitud y por lo imprevisto, como sucedió en Chernóbil en 1986 o con la pandemia del coronavirus en 2020-2021. En estos últimos casos, el secretismo, la negación y la represión de toda alerta temprana por parte de las respectivas dictaduras amplificaron, si es que no causaron, las mencionadas tragedias.
Las democracias liberales no son perfectas, pero sus decisiones y acciones pasan por determinados filtros antes de impactar en nuestro suelo cuando nos relacionamos con ellas. Me refiero a frenos como control judicial independiente, debate público, influencia de organizaciones y corporaciones de la sociedad civil, presión de los ciudadanos a través de elecciones libres y competitivas, etc. Esos filtros son garantías que reducen la probabilidad de efectos negativos no calculados.
Hoy en día, por ejemplo, las democracias han comenzado a poner fuertes restricciones a las empresas privadas chinas. Se ha demostrado que su gobierno las obliga a hacer espionaje. Esto quiere decir robar información sensible o tecnología, así como espiar a los ciudadanos. De haberlas vigilado o restringido precautoriamente desde el principio, por el solo hecho de provenir de una dictadura, se hubieran ahorrado muchos miles de millones de dólares en tecnología y seguridad nacional.
Asimismo, por carecer de Estado de Derecho, en las dictaduras proliferan en mucho mayor medida las redes delictivas. Al imbricarnos con esos Estados, dichas redes tejen vínculos con funcionarios y empresas de nuestro país, lo cual potencia la corrupción y la degradación institucional.
Pero no se trata solo de este proceso de tipo espontáneo. En muchos casos, y cada vez más en el tiempo reciente, las dictaduras han desarrollado campañas deliberadas para socavar las instituciones democráticas en el extranjero. Buscan debilitarlas porque son la principal amenaza externa a sus proyectos autoritarios. Incentivan gobiernos que no cuestionen las violaciones de derechos humanos, que tengan más impunidad para acceder a las redes de corrupción transnacionales, así como también que se dejen controlar a cambio del know how autoritario que las potencias dictatoriales pueden transmitirles. Básicamente, a los autoritarios les conviene el autoritarismo. Cuanto más influencia les demos sobre nuestro país, más recursos y canales tendrán para socavar nuestra democracia.
Las democracias liberales tienden a enfrentarse con las dictaduras porque se sienten amenazadas por ellas y funcionan en base a valores y principios completamente diferentes. En un contexto de globalización, la consciencia sobre la necesidad de unión y colaboración estrecha entre democracias es cada vez mayor. Las más avanzadas y desarrolladas, que integran la OCDE, tienen incluso estándares muy estrictos para castigar la corrupción practicada por sus empresas en el extranjero, en una suerte de política de responsabilidad social internacional. Es decir, asumen el costo de perder negocios o licitaciones por eventuales negativas de sus empresas a pactar con gobiernos corruptos.
En lo económico-comercial, no puede haber una integración armónica si del otro lado de la frontera existe (en términos prácticos) trabajo esclavo y, por tanto, no hay igualdad de condiciones para competir entre empresas y trabajadores de los distintos países. Por eso los conflictos comerciales entre Estados Unidos y China en las últimas décadas.
Cabe agregar que, más allá de cuestiones comerciales estratégicas (pues nunca podríamos dejar de comerciar con China), en lo económico también es ventajoso unirse al bando democrático. Las democracias liberales son sustancialmente más productivas que las dictaduras. Basta mirar sus respectivos PBI per cápita. Por ende, en el largo plazo, un país tendrá más oportunidades de inversión y comercio si se asocia con democracias que si lo hace con autocracias.
En definitiva, elegir el bando autoritario tiene cinco principales efectos negativos: efectos colaterales de carácter imprevisto, mayor facilidad para la corrupción, deterioro democrático, competencia económica desleal (el llamado “dumping social”) y pérdida de oportunidades de inversión y comercio. Asociarse con dictaduras (no solamente tener vínculos con ellas), es algo muy negativo para una democracia; mucho más si se trata de una democracia débil, en vías de consolidación y de carácter inestable como la nuestra.
En este tópico, las dos fuerzas políticas de Argentina se diferencian claramente:
Juntos por el Cambio se acercó al bloque mundial democrático, se mostró firme con las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, rehabilitó la cooperación estrecha con Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico, hizo reformas para ingresar a la OCDE y firmó un ambicioso proceso de integración con la Unión Europea.
El Frente de Todos, por el contrario, instaló una hermética base militar-espacial china en la Patagonia, anuló el acuerdo de integración con la Unión Europea, entabló amistad con Vladimir Putin ignorando sus atropellos, apoyó a las dictaduras de izquierda de la región (como Cuba, Venezuela y Nicaragua) e hizo un acuerdo con Irán para dejar atrás el reclamo por los culpables del atentado a la AMIA.
Ahora, Alberto Fernández está avanzando con la incorporación de la tecnología 5G de la empresa china Huawei, que las democracias buscan frenar por acusarla de espionaje. También se está profundizando la cooperación nuclear, algo visto con recelo por Estados Unidos.
Recientemente, se acaba de anunciar que la Argentina se sumará a la “ruta de la seda”, una red de infraestructura y comercio con epicentro en China que busca sentar las bases para una futura hegemonía global de la dictadura asiática. Es cierto que muchas democracias se han integrado a dicho proyecto. En principio, ayudaría a expandir el comercio. Pero hay que observar la profundidad, dependencia y posicionamiento internacional con que cada Estado se une. China suele aprovechar esta iniciativa para generar deuda con los países receptores y, así, aumentar su influencia geopolítica. Asimismo, el programa tiene su costado militar. En un eventual enfrentamiento bélico con Estados Unidos, este podría bloquear por mar a la potencia oriental. Por ello, necesita contar con una vasta cadena de suministros hacia el Oeste por tierra, a través del continente asiático, llegando hasta Europa.
Al asociarse con dictaduras de manera sistemática e irresponsable, el kirchnerismo (y dentro de este, en particular, el ala más radical cristinista) hace aquello que es su especialidad: hipotecar nuestro futuro como nación para lograr pequeños atajos personales que favorezcan su continuidad en el poder. Pone en riesgo nuestra democracia y seguridad nacional, al tiempo que socava nuestro desarrollo. También facilita e incentiva el autoritarismo en el extranjero y obstruye los esfuerzos para la lucha contra el crimen organizado transnacional. Pero, por sobre todas las cosas, deja en evidencia la verdadera naturaleza de su proyecto político.
Evidentemente, se sienten más cómodos tratando con dictadores que con demócratas. Algo similar le pasó a Donald Trump en Estados Unidos, que entró en conflicto permanente con sus aliados europeos mientras se sentaba gustoso con déspotas brutales como Vladimir Putin o Kim Jong Ul. Otra prueba de que los gobernantes autoritarios, aunque funcionen en el marco de una democracia, tienen patrones fundamentales en común que van más allá de su orientación ideológica.
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