Hemos conseguido sumar a los problemas mundiales derivados de la invasión de Ucrania, los propios que vienen de la mano del monumental desquicio en que el kirchnerismo nos ha sumido, producto de su insana vocación por ser oficialismo y oposición a la vez, loteando los resortes del Estado entre las distintas tribus que pueblan el Frente para Todos. Ahora, con el cierre de la negociación con el FMI, los costados más relevantes del pegoteo que permitió a Cristina Fernández ganar las elecciones de 2019 quedan más expuestas por el rechazo de La Cámpora a ese posible acuerdo, sobre todo por temas tales como los subsidios a la energía y el gasto público, tal como se verá en el Congreso cuando sea finalmente sea discutido.
Precisamente, lo poco que se sabe aún acerca de los términos de las exigencias del organismo ratifican una vez más, por si fuera necesario, que el MemePresidente es un mentiroso serial. Su discurso de apertura de sesiones ordinarias, el relato de un país en cual todos quisiéramos vivir, contuvo tantos mimos y concesiones a su jefa y tantas falacias que resultaría imposible enumerarlas en una nota tan breve como ésta; de todas maneras, resultó penosamente graciosa su apelación al Senador Cornejo mientras éste lo increpaba: “Alfredo, vos sabés que no miento”, cuando a todos, propios y ajenos, nos consta cuán devaluada está su palabra.
La emperatriz patagónica conservó su protagonismo con sus expresiones faciales y la mímica que desplegó durante la alocución de su mandado. Aún durante el minuto de silencio por las víctimas de la criminal invasión a Ucrania, saludaba a sus fieles y se retocaba sus extensiones capilares; el Meme, para no ser menos, guiñaba los ojos con la sonrisa que corresponde al porteño canchero y matón, tal como se siente.
El discurso presidencial nos dejó una sola certeza: seguiremos en decadencia, porque la inflación seguirá rampante, el gasto público no se reducirá y tampoco lo hará el presupuesto de la clase política, no se encararán las indispensables reformas laboral, previsional e impositiva y, en la medida en que no podremos acceder a los mercados de crédito, la maquinita del Banco Central continuará trabajando a destajo y se intentará revivir la Resolución 125 y se desatará una nueva guerra contra el campo.
En resumen, el kirchnerismo está cebando –ahora con la ayuda del FMI- una nueva bomba, peor que la que heredó Mauricio Macri en 2015, que estallará en las manos del próximo gobierno que, ya nadie duda, tendrá otro signo político. Prever que harán sus hordas destituyentes (llámense organizaciones sociales, organismos tuertos de derechos humanos, delincuentes de guante blanco, barrabravas adictas, marginales de todo tipo, sindicalistas corruptos y los siempre dispuestos trotskistas) cuando llegue la hora del ineludible ajuste -¿otro “rodrigazo”?- resulta fácil; basta recordar las 15 tons. de piedras que signaron la discusión de la indexación de las jubilaciones. La oposición debería autorizar al Gobierno a firmar un acuerdo con el FMI, pero dejar bajo la exclusiva responsabilidad del Ejecutivo sus términos; además, aprovechar la lección y realizar un verdadero y detallado inventario del estado del Estado el primer día de su gestión.
La sociedad, en su conjunto, está cada vez más triste y vive una angustia tan profunda que se manifiesta, todos los días, en la violencia ciudadana que azota las calles de todo el país. Percibe que los miembros de la clase política sólo piensan en sus propios intereses y en incrementar sus privilegios mientras la inflación carcome su poder adquisitivo, crecen la pobreza y la miseria, se destruye la educación entregada a los gremios kirchneristas, continúa la dilapidación de recursos públicos, y se consagra la impunidad de los corruptos, comenzando por la propia Cristina Fernández.
Luego de múltiples idas y vueltas absolutamente contradictorias, motivadas por la permanente vocación del Meme por quedar bien con Dios y con el diablo, finalmente la Argentina condenó en la ONU a Rusia por su injustificado ataque a Ucrania, ordenado exclusivamente Vladimir Putin -el tan querido amigo Cristina Fernández- pero lo hizo sin mencionarlo, pese a que el mundo está juzgando por crímenes de guerra y cercando con sanciones económicas, que el Gobierno no acompaña.
Mientras sus tropas masacran a la población civil y a la infraestructura, el impávido autócrata, un probado asesino que no recurre a la mímica, tiene a Rusia y a su ejército en un puño y, movido por su sueño de recrear el imperio zarista, está agrediendo al mundo entero. Cuánto hay de verdad en sus amenazas nucleares es algo que sólo los futuros historiadores podrán dilucidar, pero asustó su frase (“lo peor está por llegar”), recordada por el Presidente francés Emmanuel Macron, pero la preocupación global está justificada, porque muchos servicios de inteligencia han reportado que una grave enfermedad mental estaría afectándolo.
Xi Jinping, pese a que está ofreciendo reemplazar a Europa en sus compras del petróleo y del gas rusos, y ofreciéndole utilizar un sistema financiero más precario para sustituir al Swift, del cual sus bancos han sido excluidos, parece haber puesto en pausa sus ambiciones sobre Taiwan, lo cual tranquilizó el escenario del Océano Pacífico y dispersó un poco las nubes que cubrían la base militar china en nuestro país; de todos modos, el tema seguirá siendo objeto de análisis en las hipótesis de conflicto global.