Las elecciones del 30 de
octubre de 1983 fueron para mí, como para millones de argentinos, la primera
experiencia electoral; de más estaría narrar en estas páginas cuál era mi
entusiasmo y alegría, ya que, también como para millones de argentinos, estaba
convencido de que empezarían a solucionarse los problemas en nuestro país y
finalmente seríamos un pueblo rico (en todos los sentidos) libre y soberano. Y
por sobre todas las cosas pasaríamos a ser un pueblo con democracia.
Íbamos a poder elegir a nuestros gobernantes.
Ya pasaron 24 años, casi un
cuarto de siglo; los que nacieron en esa época vivieron toda su vida en
democracia. Los que en ese entonces eran muy chicos prácticamente hoy son
adultos y muchos habrán formado sus propias familias, y más allá de lo que
puedan leer, ver en documentales o escuchar la historia de quienes padecimos la
última y otras dictaduras anteriores, difícilmente puedan entender la euforia
que sentíamos en ese momento.
Pero
después de tantos años de democracia, y teniendo en cuenta la situación actual
de nuestro país, mas allá de la crisis de 2001, tendría
que obligarnos a replantearnos lo
siguiente: Social, cultural y económicamente,
¿estamos mejor que antes?
¿Los
políticos, tenían más prestigio antes o ahora? Y por último,
¿cuántas leyes se
sancionaron en todo este tiempo con las que nos hayan cambiado sustancialmente
la vida y podamos decir que gracias a la democracia nos hemos visto realmente
beneficiados?
Repito y subrayo, leyes que
nos hayan cambiado sustancialmente la vida. Seguramente, el resultado
arrojará un saldo negativo, sino basta con mirar las estadísticas y comparar los
niveles de educación, seguridad, corrupción, poder adquisitivo, desocupación o,
simplemente, escándalos políticos.
Winston Churchil decía, y con
mucha razón, que la democracia es el menos malo de todos los sistemas, y esto es
así, sencillamente porque nosotros mismos, ni más ni menos, somos quienes vamos
a elegir a nuestros gobernantes. Nosotros somos los responsables de nuestro
destino y los encargados de guiar nuestras instituciones (Poder Ejecutivo,
Legislativo, Judicial, Policía, Fuerzas Armadas, Partidos Políticos, etc.) que
no son más que personas extraídas de nuestra propia sociedad. Son fruto de
nuestra idiosincrasia, de nuestra cultura, de nuestra filosofía de vida. La
democracia no tiene que servir para confundir autoridad con autoritarismo o
libertad con libertinaje.
Entonces, ¿el problema es la
democracia? ¿No serán los ejecutores?
¿Y si los ejecutores son producto directo de
nuestra sociedad, no somos nosotros mismos los responsables de este deterioro
generalizado?
La democracia, tal como la
conocemos, quedó instaurada en el año 1776 con la sanción de la constitución de
los Estados Unidos; no hay país que haya progresado sin democracia.
Tenemos en nuestras manos la
única llave para abrir la puerta que nos llevará a ser una sociedad mejor, más
culta, ordenada, respetada y respetable, lo único que tenemos que hacer es saber
usar esa llave.