¡Cuánto peor, mejor! La frase sirve para la izquierda, adepta a esas situaciones cuando piensa que esas circunstancias la favorecen. Hoy, el kirchnerismo gobernante usa la misma idea para satisfacer sus ansias de rivalidad interna y limar el poder de quien ocupa el Poder Ejecutivo.
Pero la frase se puede aplicar también a otras situaciones y establecer paralelos de peligrosos desenlaces que parecen no importarle demasiado a quienes ya “detentan”, por estas horas, el poder en Argentina. “Detentar”, sí, porque el actual gobierno tiene una solvencia electoral de origen, pero su legitimidad en cuanto a la administración está desvariada.
La actual vicepresidenta Cristina de Kirchner se equivoca al enlazar la idea del debilitamiento del gobierno de Raúl Alfonsín, enviándole a su delegado presidencial Alberto Fernández, un libro para “que aprenda” lo que sucedió en el final trunco del radicalismo en 1989. Hay un peligro más extremo que esa simple asociación y puede resultar odiosa la comparación, impensada para muchos.
La debacle económica actual de Argentina, los desaciertos políticos y de comunicación a que tiene acostumbrados tanto el jefe de estado como su vice, que no cejan en su interna feroz, no se parece en nada al fin del mandato de Alfonsín. Se parece demasiado al tobogán en que desembocó la dictadura militar, antes y después de embarcarse en la guerra por Malvinas, empujada por el complejo cuadro económico y social creado por el inolvidable y nunca enjuiciado José Alfredo Martínez de Hoz.
Y tanto se parece, que en 1981 comenzaron los primeros embates para “dar un golpe de estado” al teniente general Roberto Eduardo Viola por parte de Leopoldo Fortunato Galtieri. También entonces había una “fractura expuesta” -lugar común en el periodismo de hoy en día-, un desacuerdo en la forma de manejar el gobierno frente a la pérdida del poder. Viola enfermó luego y se tomó “una decisión de estado” para reemplazarlo en el Poder Ejecutivo por quien había limado hasta el hartazgo a su predecesor: Galtieri.
Por ese entonces, la economía ocupó el escenario central: quiebra de bancos y empresas, un nivel inaudito de desempleo, una inflación galopante, el peso de la deuda externa, el descontento social de trabajadores y sindicatos, levantamientos populares y huelgas. Ni que hablar de los miles de desaparecidos, la lucha por los derechos humanos y el crecimiento de una pobreza extrema.
La debilidad del Gobierno militar atravesaba simultáneamente conflictos entre sus armas y una creciente oposición social y política. La inestabilidad y la pérdida de terreno militar permitió formar la llamada Multipartidaria para exigir el llamado a elecciones. La desesperación militar apeló entonces a la lucha por la soberanía sobre las islas Malvinas para unificar y crear respaldo en la ciudadanía. Pero, era indudable que la política económica había fracasado, con un desplome del empleo, una caída del producto bruto interno (PBI) per cápita y una inflación que en 1982 fue casi del 165%: una de las peores crisis económicas que vivió el país.
En menos de una semana, desde que entró en funciones el nuevo ministro de Economía Dagnino Pastore, el peso argentino se devaluó en un 267% con respecto al dólar. Hoy, en Argentina es casi del 100%. Argentina se mantenía a la cabeza en la depreciación de una moneda. Hoy sigue igual de devaluado. Estos dos datos, y otro sobre el endeudamiento exterior, que a fines de 1982 había alcanzado los 40.000 millones de dólares, un crecimiento cero del producto interior bruto, dos millones de desempleados para una población total de veintisiete millones de habitantes y el 60% de la capacidad industrial ociosa, confirmaban un panorama económico argentino que los economistas llamaron “la crisis como proyecto de país”.
Esa crisis no tenía antecedentes, la actual la tiene a ella como tal. La hiperinflación de Alfonsín superaba muy ampliamente a la de los militares. No se supo, no se quiso, o no se pudo. Pero a la actual también puede comparársela con una “crisis como proyecto” de acuerdo al sostenimiento persistente de los indicadores inflacionarios, la devaluación monetaria, la deuda externa reestructurada que traerá más conflictos para el futuro argentino, la pobreza de más del 40% de la población y sigue creciendo, la falta recurrente de empleos, la subsistencia de otros de pésima calidad, la informalidad al palo, el aumento imparable de los precios.
En síntesis, la interna salvaje desatada entre el presidente de la nación y sus limitados apoyos, y el sector comandado por la vicepresidenta, es decir el kirchnerismo y su brazo “armado” La Cámpora, pone en riesgo la gobernabilidad del siguiente año y medio que queda para terminar el mandato. Un riesgo que no está medido desde la razonabilidad por la “opo” interna, los detractores que no pierden oportunidad de desmerecer cuánto se hace desde el Ejecutivo, esté bien o mal.
Las permanentes burlas al primer mandatario parecen establecer un juego discriminatorio del primer rango escolar. El gozo por las “vergüenzas” que lo hacen padecer -y que él devuelve infantilmente con “aplausos” para la dama-, contienen la misma letalidad que las maniobras militares para dejar fuera de la cancha a Viola, calificado en su momento como “un inepto”.
Sin embargo, y con total impunidad frente a un pueblo que cada día sufre más por las carencias que la totalidad del gobierno le propinan, insisten en el desgaste como nunca se vio en ninguno de los gobiernos democráticos que tuvimos desde la caída del régimen militar.
Para remediar el mal, (por el que de una manera generalizada se acusaba al ex ministro de Economía Martínez de Hoz, que implantó un monetarismo económico salvaje desde 1976, calcado del teorizado por la Escuela de Chicago y por su profeta Milton Friedman), el nuevo ministro Pastore decidió imprimir un giro pendular de 180 grados a la gestión económica. Su doctrina y proyecto se articuló en torno a unos cuantos principios básicos: reactivación de las exportaciones, limitación al máximo de las importaciones, excepto los insumos para las empresas industriales, reducción al 6% de las tasas de intereses bancarios que habían alcanzado el 52% mensual, disminución del gasto público que ha sido el problema número uno de todos los anteriores gobiernos argentinos ya que el país mantenía a una burocracia de dos millones de personas, y desdoblamiento del cambio en un dólar comercial fijado en 20.050 pesos y otro financiero libre que alcanzó los 40.000 pesos.
Para intentar controlar la inflación que se temía que acarreara tales medidas el ministro de Economía decidió pactar con las empresas un control de precios y puso como condición bajar los intereses bancarios si aceptaban ese pacto de los precios.
La única diferencia entre aquella dictadura y el gobierno populista de hoy era la apertura de las exportaciones. Hoy sigue la lucha sindical igual que entonces en el sentido de reclamar el aumento de salarios por la pérdida del 50% de su poder adquisitivo, la incapacidad de reflotar el consumo interno y reactivar la economía.
Si la última medición de Analogía, encuestadora de La Cámpora, es cierta, el tobogán se vuelve más pronunciado. ¿Cómo sobrevive Alberto Fernández con una imagen negativa del 54,8%, una base de apoyo por debajo del 35%, el optimismo sobre la evolución de la economía se sigue deteriorando, el pesimismo sobre la baja de la inflación es creciente, el 82% de la gente consultada no cree que la economía se esté recuperando, el 78% cree que no se están tomando las medidas adecuadas para bajar la inflación, el 81% confiesa que se están deteriorando las condiciones de vida de los argentinos?
A la última dictadura militar la guerra de las Malvinas y el deterioro general de la economía y la sociedad les valió una derrota de la que no se recuperarán más en la vida. Los argentinos tuvimos la dicha de que, con tanta alevosía a la vista, tanto atropello, tanta intriga en el poder, nos sacamos de encima un cáncer que venía persiguiéndonos desde hacía décadas.
El descalabro del actual gobierno democrático dejó al descubierto varias premisas que siempre se tomaban como verdaderas: “el peronismo siempre saca a flote al país”, “roban, pero hacen”, “saben manejar el poder”, “están más cerca del pueblo que otros partidos”. Todo eso se desmitificó en menos de dos años, y no hay que eximirlos porque “padecimos una pandemia”, pues su manejo fue el peor de todos en el planeta. No supieron manejar la pandemia, como no supieron manejar bien la reestructuración de las deudas argentinas -la presente y las anteriores-, no saben cómo bajar la inflación, no entienden que deben dejar de emitir moneda sin valor, no comprenden que el déficit fiscal es un problema prioritario, no quieren reestructurar la política de subsidios, no tienen idea de cómo controlar los precios, solo mantienen la idea loca de que los ricos son los responsables de todo y no aceptan su propia incapacidad de gestión.
En la actual “deformación del peronismo” llamado kirchnerismo se está a un paso del fracaso estrepitoso de un gobierno populista, sectario y excluyente, discriminatorio en los derechos humanos en todo sentido, falto de inteligencia y de capacidad para planificar un simple cumpleaños.
Tal vez, quizás, esta sea la forma de que los argentinos se liberen de una buena vez de las falsedades ideológicas y los papelitos de colores que venden en cada elección. Tal vez esta vivencia de cuatro años sea lo suficientemente fuerte como para que la inmensa mayoría de los argentinos decidan, con absoluta sinceridad, cuál es el país que quieren de ahora en adelante.
El historiador de la Universidad de Bologna Loris Zanatta -que conoce mucho más de la historia de nuestro país que muchos argentinos- afirmó con profunda lucidez: "En Argentina, el pasado nunca termina de pasar." Felizmente no tenemos gobiernos militares ni guerrilleros asesinos poniendo bombas y secuestrando (esto último, hecho que muchos periodistas omiten mencionar), pero el espíritu anticapitalista, el "combate al capital" (¡se sigue cantando "La marchita"¡), el intervencionismo estatal asfixiante, burocrático y corrupto, la corrupción y la incompetencia de la mayoría de la clase política, la insistencia en las recetas fracasadas, los ataques al derecho de propiedad, el sindicalismo extorsionador, la justicia lenta y poco o nada confiable, son marcas de la ¿imparable? decadencia que registra el país, cuya sociedad -al menos en buena parte- insiste en suicidarse lenta y dolorosamente. En los últimos años se han agregado el fenómeno piquetero (que acentuó la alarmante anomia) y la bochornosa caída del nivel educativo, para completar el cuadro de situación.
Correcto Willie Coyote a lo que hay que agregar, que este es un Plan meticulosamente aplicado POR TODOS LOS GOBIERNOS. Las directivas se mantienen, sea quien sea que pongan en la Rosada, sino, no llega.
A MAMARLA 2023 . TODOS LOS ABOGADOS DIECEN QUE ESTE ES UN PAIS SOBERANO . SERA QUE ES SOBERA NO POR DECRETO . DIEGO GOMEZ DNI 18169393
A falta de méritos de gestión han sabido dividir. Se especializaron en vender el veneno del resentimiento. Les pidieron a los empleados que odien a los empleadores, y a los inquilinos que odien a los propietarios. Se esmeraron en explicar que la culpa es del otro (del oligarca, del FMI, de Macri, de la pandemia, del campo, de la Iglesia, de los militares, del Gran Bonete...), y se esmeraron tanto que todavía hay quienes les creen. Logran que sigamos estando mal... pero por culpa de otros a los que nos piden odiar.
Por un lado CRISTINA FERNANDEZ DE KIRCHNER., pero hermana EXPLICAME lo ocurrido en la Ciudad de Córdoba GESTIÓN MARTÍN LLARYORA Intendete Peronista candidato a Gobernador 2023, hace tes días. La Comisión Provincial de la MEMORIA emitió un comunicado, rechazando la estátua inagurada por la Municipalidad de córdoba en homenaje a AMANDO NUCCETELLI exPresidente de Talleres, que puso su cargo a disposición del condenado LUCIANO BENJAMÍN MENENDEZ y del Tercer cuerpo de Ejercito durante los años luctuosos del Terrorismo de Estado. UN ÉXTO.