La novena Cumbre de las Américas que se llevará a cabo este mes en el oeste de los Estados Unidos, Las Vegas, no tendrá ni un punto de comparación con la primera, realizada en Miami en 1994 donde se puso de manifiesto la absoluta unipolaridad norteamericana. Tanta agua ha pasado bajo el puente que hasta la elogiada multipolaridad construida durante tantos años en el lapso de veintiocho años también se pondrá en duda a la luz del crecimiento chino y su arma estratégica conocida como la nueva Ruta de la Seda.
En aquella primera cumbre los problemas giraban en torno de la consolidación de las transiciones democráticas en las Américas luego de erradicar aparentemente en forma definitiva los regímenes militares y explorar las coordinaciones entre los países para combatir el terrorismo
El mundo cambió demasiado en las últimas tres décadas, y lo hizo a una velocidad nunca vista, aunque los mismos problemas que se trataron en las ocho cumbres intermedias persistan sin miras de ninguna solución. Tan es así que en la agenda de este encuentro previsto para el 6 de junio no figura, inexplicablemente, el tratamiento del incremento de la pobreza en el continente, desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
Tras recibir el castigo de la pandemia el escenario global se inscribe en un mar de incertidumbres. Y la agenda de la cumbre apenas si esboza como temas predominantes la defensa de la democracia, los infaltables derechos humanos en el hemisferio, la migración irregular, el cambio climático y los esfuerzos para garantizar un crecimiento equitativo.
Con una frialdad superlativa en la agenda se desprenden subtemas como la lucha contra la corrupción, la integridad en la administración pública, las políticas de datos abiertos, el fomento de las tecnologías emergentes, la lucha contra el lavado de activos y los delitos tributarios. Como puede verse, han desaparecido cuestiones relevantes, a mi juicio, como es la lucha contra el narcotráfico, la reducción de la pobreza que avanza aceleradamente en todo el continente, el fenómeno de la inflación generalizada a causa de la guerra declarada por Rusia a Ucrania, y los desniveles educativos en las naciones con economías comprometidas.
Es verdad que la Cumbre de las Américas es un ámbito privilegiado para alcanzar consensos, pero da la impresión de que este año la agenda viene lavada y en un contexto complejo, sobre todo para el sistema democrático que pretenderán defender y en cuyo escenario se libran batallas electorales donde
las apariciones de figuras antisistema causan estupor, pero no llegan a conmover los cimientos de la única organización que mantiene la titularidad de la ciudadanía en su conjunto.
En todo el planeta emergen nuevos políticos, algunos díscolos, otros osados, unos extremistas, tal vez una izquierda o una derecha que aspira a cosechar votos de los descontentos contra la típica franja política cuyo máximo pecado es repetir una y mil veces las mismas fórmulas que, al final, solo causan desencanto.
Nadie sabe hoy adonde tiene que ponerse, en qué lugar están las ideas señeras que le marquen un camino menos fangoso que el que viven o vivieron por los fracasos de gestión que apenas si dejan margen para un mandato de cuatro años y ninguna reelección. Es así como surgen “figuras nuevas”, “antisistemas”, propagando ideas más locas que cuerdas. Podría aceptarse, sin prejuicio, las nuevas modalidades de candidatos calificados de audaces; sin embargo, con el correr de los días en campaña o en gestión, dejan al descubierto que tienen más ganas que experiencia en el arte de gobernar.
Hay varios presidentes de naciones latinoamericanas denominados “nuevos” que, a poco de asumir, resienten sus apoyos y las manifestaciones callejeras los dejan como a Adán en el paraíso, y con la defraudación a flor de piel en la sociedad. No solamente la clase política debe aprender a refrescar sus ideas y sus propuestas, también las ciudadanías están expuestas a la reconsideración de sus elecciones, particularmente cuando eligen “todo lo contrario” porque están hartos de lo conocido.
Si se trata de defender la democracia en la IX Cumbre de las Américas, sobre este tema tendrá que salir un “paper” acorde con el sugestivo quilombo que están armando estas figuras dedicadas a diferenciarse de las “castas” políticas, con ofrecimientos electorales que rayan con el delirio y se convierten en bumerang por su inexperiencia.
Pero cabe aquí reflexionar sobre las causas de esos lucimientos que enardecen a las generaciones que comparten sus mismas cualidades, las del delirio y la inexperiencia. Las tradicionales expresiones partidarias recibieron, hace un buen rato, sus respectivos certificados de defunción y no se dieron por aludidas. No obstante, han tenido el buen tino de armar coaliciones en algunos países para sortear el atolladero.
Sin darse cuenta -aunque por momentos les destellan las viejas mañas- se volcaron hacia lo que se conoce como el “poder horizontal”, en desmedro de la vieja verticalidad con la que se habían manejado durante siglos. Les cuesta asimilar el nuevo esquema, pero es la falta de poder de cada partido la encargada de decirles que solo de esa forma podrán llegar de nuevo a un gobierno. Ocurre en particular en Argentina, pero no es en la única.
Para sostener esa transversalidad cuentan con una sola herramienta, tal vez la más sana: el consenso. Requiere aceptar la diversidad, enfrentar los debates
internos, competir entre ellos sin ningún temor, llevar adelante un solo plan orgánico y gobernar entre todos los miembros de la coalición.
Estados Unidos es quizás el que en peores condiciones se encuentra en este proceso de transformación de la política, a nivel mundial. Su exagerada bipolaridad interna, Demócratas vs. Republicanos, es el signo de un atraso insensato en un país donde alguna vez hubo un imperio. Las dictaduras en Cuba, Venezuela y Nicaragua atrasan aún disfrazadas de populismo. Los populismos de derecha e izquierda están perdiendo el sentido democrático y exhiben por ambos flancos debilidades en la gobernabilidad.
Las consecuencias esenciales de estas deformaciones son los enormes porcentajes de pobreza generados por políticas erráticas, caprichosas e ideologizadas al divino botón que obnubila a los gobernantes y los lleva a nivelar económicamente hacia abajo. Víctimas del flagelo de la inflación los pobres han perdido la esperanza de tener un proyecto personal, desesperan con la pérdida de su poder adquisitivo, se desangran en busca de un trabajo digno, se excluyen por obligación del sistema educativo, y se quedan sin metas.
Y algo peor les sucede: quedan a merced de la manipulación de los narcotraficantes, de los delincuentes que circulan a la deriva para cazar a sus víctimas que, con suerte, a veces escapan de la muerte. La pobreza se ha vuelto un caldo de cultivo para la distribución de la droga por falta de trabajo y rumbo, barrios enteros quedan en manos de la runfla oculta en las zonas de emergencia por la complicidad manifiesta de las fuerzas de seguridad y de la política a la que financian.
Con solo esos dos temas el sistema democrático ya tiembla porque se ha declarado incapaz de subsanar esos y otros males cotidianos.
Nada de todo esto se verá en la novena Cumbre de las Américas, y se perderá otra vez la oportunidad de dar una señal para que este lado del mundo se encarrille hacia un propósito de vida, valedero y loable.