De la praxis periodística de Viviana Canosa me separa un abismo. Como otros colegas, en nombre de la grieta, enarbola un discurso de odio que envilece la discusión pública. En algunas ocasiones está al límite de la apología de la violencia. Pero si, como dice, le impidieron emitir un informe crítico sobre el nuevo ministro de Economía, Sergio Massa, estamos ante un claro cercenamiento de su libertad de expresión. Es censura previa.
Canosa era Canosa antes de Massa. Por eso las explicaciones las tiene que dar el canal América. Es reconocida la buena relación de sus propietarios con el ex diputado y eso, potencia el escándalo. Cuando la conductora emitía furiosas diatribas contra el presidente Alberto Fernández o contra cualquier otro dirigente del peronismo o los movimientos sociales, al Canal parecía no molestarle. Tampoco acusaron recibo cuando propició el consumo de productos nocivos para la salud en plena pandemia.
La pregunta es por qué ahora, quienes la sostienen y apoyan desde hace años, quieren que modere sus contenidos. Su hinchada quiere sangre, sólo debería cambiar de tribuna si lo desea o cuando finalice su contrato. La grieta sigue siendo un buen negocio para quienes no tienen prejuicios.
Una aclaración, tal vez, innecesaria: hace años que suelo decir que defender la libertad de expresión de alguien que piensa igual que uno es algo muy sencillo, el verdadero desafío es defender la libertad de expresión de aquellos que piensan diferente. Las limitaciones a Viviana Canosa solo las debería imponer la ley, si es que llegara a violarla, o los televidentes.