“Autopercibirse” se ha convertido en una suerte de inmunidad especial que permite obligar a los demás a aceptar una realidad diversa de la que se aprecia por los sentidos, entrañando una insólita paradoja: todo funciona según el criterio de cada “autopercibido”, quien se “concede” a sí mismo el irrumpir en un escenario cualquiera “a tambor batiente”, interpretando lo que ocurre y señalando qué papel nos toca a cada uno de nosotros, de acuerdo con lo que siente que “es bueno para todos” (sic).
Las matemáticas dicen que dos más dos son cuatro. Pero para el “aupercibido”, pueden ser cinco o seis; o vaya a saber cuánto (si lo sabrán los Fernández, “Massita” y muchos otros). Y si nos asegura que su visión de la realidad tiene una apariencia distinta de la que vemos, es porque NOSOTROS y no él fallamos en nuestra apreciación de la misma.
Desatan así las tragedias más temibles. Porque ignoran LA ESENCIA NATURAL DE LAS COSAS COMO SON, lo que es siempre un pasaporte a la locura, que es la que venimos sufriendo desde hace años bajo la presión de quienes se encaramaron alguna vez al poder –con nuestra anuencia cómplice o inadvertida es cierto-, y hoy día nos sojuzgan bajo los efectos catastróficos de sus delirantes “autopercepciones”.
“Criterio”, dice el filósofo catalán Jaime Balmes, “es un medio para conocer la verdad. La verdad en las cosas es la realidad. La verdad en el entendimiento es conocer las cosas tales como son. La verdad en la voluntad es quererlas como es debido, conforme a las reglas de la sana moral. La verdad en la conducta es obrar por impulso de esta buena voluntad. La verdad en proponerse un fin es proponerse el fin conveniente y debido según las circunstancias. La verdad en la decisión de los medios es elegir los que son conformes a la moral y conducen a un buen fin”.
Conocer las cosas como son, asistidos por el sentido común, nos dice que son totalmente distintas al relato de algunos “autopercibidos”, que se glorían a sí mismos por éxitos que no están a la vista, atándonos a sus absurdas elucubraciones conceptuales.
No sienten –esto resulta sorprendente-, el menor asomo de culpabilidad por el aquelarre creado por una supuesta expresión de “amor por los demás” (sic), emanada de su sabiduría “autopercibida”, sin sentir el menor remordimiento por la hilera de fracasos a que nos han sometido durante años, aprisionados por una supuesta “rebeldía transformadora”, sin causa ni razón.
O mejor dicho: en pro de SU propia causa. Que no es la nuestra ni por asomo.
A buen entendedor, pocas palabras.