Lo que ocurrió ayer con el secretario de seguridad de la provincia de Buenos Aires en uno de los tantos límites que La Matanza tiene con la Ciudad de Buenos Aires, luego de que dos asesinos mataran a un colectivero en Virrey del Pino, es una muestra en pequeño del grado de disolución al que el kirchnerismo y toda la runfla de progresismo inútil al que la Argentina ha estado expuesta en los últimos 20 años, han llevado al país.
La escuela de Zaffaroni (el elogiado amigo de Bergoglio) proveyó de una base intelectual hueca a generaciones de zombies formados como chorizos en las escuelas de leyes del kirchnerismo e inundó miles de puestos en la Justicia (supongo que el Papa debe estar encantado con eso) que liberaron delincuentes, asesinos, violadores y ladrones que sometieron a un desasosiego permanente a las barriadas más populares del conurbano bonaerense, empezando, justamente por La Matanza: la gran avivada progresista de identificar a los pobres con los derechos humanos terminó mandando ejércitos de marginales a esos barrios a asesinar pobres (de nuevo, entiendo que Bergoglio rezará por ellos todas las noches, dado que fue la mano de su amigo Zaffaroni la que les encontró un atajo para que llegaran antes de tiempo al cielo).
En ese barro al que esta mezcla de ideología berreta, incompetencia, retraso mental y corrupción galopante condenó a millones de argentinos, muchos de ellos mueren por día a cambio de nada, simplemente porque la vida allí no cuenta, no sirve, no vale.
En ese contexto, Berni aparece como un personaje de mil disfraces. Quiere dar la apariencia de un Rambo, implacable contra “los malos”, pero se declara un fiel soldado de Cristina Fernández de Kirchner y del kirchnerismo, la madre de todo el problema contra el que él quiere aparecer como un “duro”.
Del mismo modo defiende a su gobernador Kicillof, un marxista antiguo que cree, como Zaffaroni, que la ley penal es un insulto a la democracia, en lugar de ser una legislación de orden y justicia para proteger y brindar respuestas a las víctimas.
Los colectiveros de La Matanza, que ya han visto caer a varios de ellos en sus puestos de trabajo bajo las balas de los asesinos que el kirchnerismo manda a las calles, explotaron en pleno rostro del ministro de seguridad de la provincia. Literalmente le destruyeron la cara. Es más, si la Policía de la Ciudad no lo rescata, lo habrían matado a golpes contra el piso.
Berni, declaró luego que todo el episodio había sido armado por el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta. Supongo que tanto él como Zaffaroni, Kicillof y el Papa supondrán que matar a un colectivero para desprestigiar la desastrosa gestión provincial es un precio razonable para conseguir un objetivo político.
Los colectiveros de la UTA antes y después de la llegada de Berni gritaban “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. La voz del escarmiento, tantas veces prevista por Perón, parece asomar nuevamente en las internas del peronismo.
Cuando un cronista sicario de C5N le insinuó a uno de los manifestantes que el problema lo había originado la Policía de la Ciudad, uno de los colectiveros lo quiso trompear al grito de “vos defendés a este gobierno corrupto… esto no es peronismo”.
Las semillas del mal plantadas por Néstor y Cristina Kirchner cuando apenas comenzaba el siglo XXI se están empezando a cosechar ahora. Fueron 20 años de odio clasista, de políticas de seguridad que favorecieron el crimen y la introducción de la droga en la sociedad y de un discurso que enfrentó a unos argentinos contra otros.
En el proceso murieron miles de inocentes como el Sr Barrientos ayer. Parecería que los derechos humanos de la gente que trabaja tienen una entidad menor a la de aquellos que ensangrentaron la Argentina y que ahora gobiernan el país luego de cobrar millonarias indemnizaciones por haber “desaparecido”.
Esa infección, de la cual el Papa es cómplice, ha gangrenado el organismo argentino a tal grado que ya no hay límites, ni si quiera cuando el escenario posible sea matar a un ministro a trompadas en la calle enfrente de las cámaras de televisión.
Vivir con el corazón en la boca es lo que ha provocado el kirchnerismo en estos últimos veinte años. Ni hablar en la provincia de Buenos Aires, en el conurbano profundo. Pero es lo que siente en general el argentino hoy: una desprotección completa y un favoritismo atroz por los delincuentes que defienden las teorías del amigo del Papa.
Si la única conclusión que Berni va a sacar de un episodio en el que podría haber muerto es que se trató de una operación contra él y contra Kicillof del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los ciudadanos de la provincia en la que él se supone que sirve y a los que tiene que proteger, seguirán perdidos y muriendo por la calle sin que nadie se ocupe de ellos.
Toda esta mentalidad de mierda -incluida la de Bergoglio- debe ser arrasada de la faz de la Tierra. Ya no debe morir más gente fruto de este laboratorio de experimentos sociales que ha tomado a los trabajadores más pobres como conejitos de indias para ver cómo funcionan “en el campo” las “ideas” de un grupo de teóricos trasnochados.
Una de las tareas más importantes del próximo gobierno será salir a la calle a cazar poco menos que con gigantescos medios mundos a delincuentes a granel y a meterlos (con todas las garantías de la Constitución) en cárceles de máxima seguridad para que estén allí mientras un juez los juzga y los condena por los crímenes que cometieron, por la gente que mataron y por la destrucción familiar que provocaron. Mientras ese orden elemental no sea repuesto la Argentina no tendrá paz, sino “lio”, el mismo lío que quería que ocurriera Bergoglio en cuanto asumió su lamentable y dañino papado.