¿Qué queda ya para decir de Bergoglio, no? La verdad es que, que el Colegio Cardenalicio haya elegido a este hombre como jefe de la Iglesia Católica, no hace más que confirmar el desvío notorio que la dirigencia política de esa institución tiene de la realidad y lo funcional que ha sido a procesos gramscianos de lavado de cerebros que el marxismo viene realizando en el mundo desde que, con toda claridad, advirtió que en términos competitivos con los sistemas libres, no tenía ninguna posibilidad de imponerse en una competencia justa y honesta por demostrar cuál era la mejor idea para darle a la gente un mejor nivel de vida.
En efecto, cuando los jerarcas comunistas (jerarquía a la que por sus hechos y conductas no sé, francamente, si no pertenece Bergoglio) se dieron cuenta de que toda la enorme bolsa de bosta que significaban sus iniciativas estaba destinada al fracaso (incluso si querían imponerla por la fuerza) comenzaron un proceso universal muy lento para soliviantar los valores morales de Occidente y con ello conquistar por podredumbre de su adversario lo que no podían conquistar por ser mejores.
La corrupción en la administración de los dineros públicos ocupó un lugar central de ese plan. Además de servir a la jerarquía comunista para robar fondos del pueblo y con ellos seguir financiando sus planes, la corrupción política constituía una herramienta enorme para desmoralizar a la sociedad y para corroer sus raíces de honestidad.
Al recibir el ejemplo de dirigentes ladrones que se enriquecían a la vista de todos, los pueblos vieron allí una especie de licencia para permitir conductas laxas reñidas con la ley que llevaron al seno de las actividades cotidianas los mismos patrones de deshonestidad y desconfianza que se enseñoreaban en el Estado.
Muchos gobiernos fueron copados literalmente por bandas de delincuentes que no solo robaban el producido del trabajo del pueblo sino que perseguían la instauración de regímenes autocráticos que los perpetuaran en el poder.
Cuando raptos de sentido común hicieron que muchos de esos dirigentes fueran llevados ante los estrados de la Justicia, el relato marxista inventó la deriva de la “persecución política” vía el ejercicio, por parte del “partido judicial”, del “lawfare”.
Recientemente, Bergoglio concedió una serie de entrevistas a periodistas argentinos con motivo de cumplirse 10 años de su papado. En general en todos ellos (dependiendo del periodista) el Papa se internó en la defensa y propagación de este mecanismo de dominación mental marxista, defendiendo a los agentes de penetración gramsciana que operan al servicio de la imposición servidumbre y de la autocracia.
Pero particularmente en uno de esos reportajes -concedido al “periodista” Gustavo Sylvestre- se explayó con holgura sobre la tesis del lawfare como instrumento de persecución de “líderes populares” para lograr cancelarlos y con ello evitar que los pobres del mundo tengan quien los defienda.
Bergoglio cargó contra los medios de comunicación (claramente, en términos de la cultura democrática occidental, otro de los principales bastiones para asegurar la libertad individual y para frenar el avance de la esclavitud y la tiranía) a quienes acusó de ser el ariete por donde comienza la persecución a aquellos “lideres” que luego los jueces materializan con el “lawfare”.
En su charla, el Papa hizo mención a una reciente reunión de que tuvo con Eugenio Zaffaroni (a quien no identificó por su nombre) y al que definió como un “gran jurista, miembro de la Comisión Interamericana (sic), un gran tipo, un gran juez, un gran jurista, que fue miembro de la Corte, que pasó por aquí y charlamos un rato…”. “Con este hombre vimos esto” -dijo Bergoglio- “el lawfare empieza, abren el camino, los medios de comunicación: hay que impedir que éste llegue a tal puesto, entonces le ‘empiezan a dar’, lo descalifican y le meten ahí la sospecha de un delito, entonces allí se hace todo un sumario grandísimo, en donde para condenarlo basta el volumen del sumario… ¿dónde está el delito acá? Bueno sí, parece que sí” -continuó Bergoglio, utilizando una terminología cuyo contenido intelectual no difería mucho del que podría tener un feriante en un puesto de venta de papas- “asi condenaron a Lula… Con Dilma Rousseff no pudieron… una mujer de manos limpias, una excelente mujer… Y a Lula lo metieron en cana…”.
Sylvestre, a su vez, como buen sicario de la palabra, a sueldo del régimen, inmediatamente incluyó a los delincuentes condenados de Rafael Correa de Ecuador y Cristina Fernández de Kirchner, a quien la Justicia -con una cantidad abrumadora de pruebas, pocas veces acumuladas antes en un proceso contra un funcionario público en el país- encontró responsable de haber robado, en un solo caso, más de 1000 millones de dólares de los bolsillos de los argentinos.
Para Bergoglio esto es “persecución política a líderes populares que el partido judicial condena ejerciendo el lawfare”. Una réplica del discurso de los Kirchner, de los Correa, de los Lula y de todos los agentes orgánicos del marxismo que, al mismo tiempo que roban para enriquecerse, buscan la implantación de un régimen de opresión a las libertades individuales para que nadie pueda prosperar y para que, de ese modo, todos terminen en un océano de pobres en el que dependan de las limosnas del Estado y de las supercherías de Bergoglio, en lugar de ser seres pensantes e individuos libres que se valen por sí mismos.
Sería interesante que la Iglesia Católica aclare si su jerarquía es parte de este plan de pauperización porque sin pauperizados no habría catolicismo o si el catolicismo es un dogma tan limitado que, en cuanto la gente tiene un poco de criterio propio, se aparta de él. O si es cierta la sospecha de que el catolicismo necesita de idiotas (que no piensen por sí mismos como reclamaba Lutero, sino que acepten lo que, desde un alto trono, se le ocurre decir a un capitoste) casi tanto como necesita el kirchnerismo y es allí donde tienen un interesante punto en común.
Sea como fuere, lo de Bergoglio es una vergüenza. Que rescate con palabras laudatorias a figuras que han defendido a violadores en contra de los violados, a ladrones en contra de los robados y a asesinos en contra de los asesinados y de sus familias y que, encima, han pasado de jurar por los Estatutos del Proceso de Reorganización Nacional a ser la eminencia gris del progresismo abolicionista mientras regentea departamentos donde se ejerce la prostitución y la trata de mujeres, es demasiado. Eso solo serviría para decirnos de qué clase de persona estamos hablando.
Ojalá la Iglesia Católica se rescate a sí misma de tanto desatino. Salvo que estos años hayan sido la confirmación final de lo que muchos sospecharon siempre.