El epígrafe responde, sin proponérselo, a la afirmación de Anímal Fernández: si el Frente de Todos (FdT) perdiera las próximas elecciones, correrán ríos de sangre en la Argentina, ya que, a su entender, el pueblo enfrentará con violencia los necesarios cambios políticos, económicos y sociales que deberá encarar quien resulte vencedor. Constituye un delito, tipificado en el artículo 226 bis del Código Penal, y ya ha sido denunciado ante la Justicia. ¡Qué enorme diferencia con la lección de civismo que dieron esta semana Julio Sanguinetti y Pepe Mugica en Buenos Aires!
Siempre recomendamos alquilar balcones para contemplar, desde un lugar seguro y exterior, una realidad nacional que, como espectáculo, no deja de sorprender; recordemos una frase de autor anónimo: “La Argentina es un país donde, si te vas por una semana, todo habrá cambiado; pero, si vuelves después de veinte años, encontrarás todo igual”. Pero ahora el mundo, evidentemente celoso por el éxito teatral que aquí se da, incorpora títulos alternativos para tentar a un público ansioso de novedades.
Cuando, en 2003, George W. Bush invadió Irak, invocando la necesidad de impedir que Saddam Hussein usara unas terribles armas de destrucción masiva nunca encontradas, Eduardo Galeano, desde Uruguay, sostuvo que la verdadera razón radicaba en la decisión del tirano de retirar el petróleo del mercado del dólar y transarlo en otras divisas; de haberse concretado esa medida, la economía norteamericana se hubiera precipitado al abismo, toda vez que su moneda, la más codiciada del mundo, justifica su valor en su capacidad para ser la unidad de cambio internacional y en la confianza que el resto del globo tiene sobre la fortaleza de su economía, a punto tal que le permite exportar su inflación doméstica.
Hoy, esa situación, magnificada, parece estar reproduciéndose en medio del conflicto pre-bélico entre Estados Unidos y China, ya que ésta está abandonando la divisa norteamericana para sus transacciones internacionales y, en esa decisión, parecen interesados en acompañarla sus socios en los BRICS, o sea, Brasil, Rusia, India y Sudáfrica. Si a ese panorama tan conflictivo le sumamos la penetración de China en Sudamérica, incentivada por el notorio giro que Luiz Lula da Silva ha impuesto a relación de Brasil con el gigante asiático, y las maniobras militares que llevan adelante las grandes potencias frente a Taiwan, el mundo debería también alquilar palcos.
Precisamente, el preocupante viaje que está realizando Lula a Beijing, acompañado por Dilma Rousseff, ahora Presidente del banco de los BRICS, para cerrar acuerdos constituye un inesperado favor que la casualidad le hizo a nuestro inefable Sergio Massa, que se arrastra por los pasillos de Washington para obtener los favores de la administración de Joe Biden en su relación con el FMI y, en general, con los organismos multilaterales de crédito y con los aliados internacionales de los Estados Unidos, como Arabia Saudita, que otorgó a nuestro país un crédito por US$ 500 millones para infraestructura y, mientras se aplica, sirve para aumentar las reservas.
Mientras Massa junta millas como pasajero frecuente, aunque muchas veces viaje en aviones privados de sus amigos, La Cámpora hace aquí como que se opone al acuerdo con el FMI, que fue un verdadero salvavidas que la oposición tiró al Gobierno cuando un siempre irresponsable Máximo Kirchner se negó a votarlo en el Congreso. Y digo que Lula le hizo un favor porque el vuelco de Brasil hacia China le permite a Alberto Fernández mostrarse liderando la posición pro-Estados Unidos en la región, aunque generen sonoros y complicados ruidos la base científico-militar china en Neuquén y las aspiraciones de Xi Jinping de quedarse con la hidrovía, la próxima licitación del 5G, una central nuclear y un puerto en Tierra del Fuego.
Los atronadores índices de depreciación del peso (el de marzo, 7,7%), mal llamada inflación, dieron muerte a las pretensiones de Massa de convertirse en el único candidato del FdT al cual, aún apretándose la nariz, los fieles kirchneristas votarían, en una imaginada repetición del mágico tuit con que Cristina Fernández entronizó a Alberto Fernández; pero las razones de ese entierro radican no sólo en el fracaso económico de este inventado Mandrake al cual no le quedan ya conejos vivos en la galera, sino en la justificada desconfianza acerca del cumplimiento de los juramentos de lealtad e impunidad que le serían impuestos. ¿Y si se le diera por respetar sus viejas promesas de meter presos a los corruptos y echar a los ñoquis de La Cámpora?; a la luz de lo presuntamente prometido por el autopercibido Presidente actual y, sobre todo, de la insólita capacidad del Aceitoso para sobrevivir, el agnosticismo se justifica ampliamente.
El jueves, la manifestación de los más enfervorizados kirchneristas ante el Palacio de Justicia, convocada para protestar contra la inexistente proscripción que afectaría la candidatura de su diosa, probó su incapacidad de construir nuevos liderazgos, que los lleva a implorar que ella retroceda de su histérica renuncia y autoexclusión y lo indispensable que resulta su nombre en las boletas electorales, sobre todo en la crucial Provincia de Buenos Aires, para servir como anzuelo en la furiosa pesca de votos, disputada ahora con Javier Milei, y evitarles la más que probable humillación de salir terceros en las presidenciales y, con ello, la inhumación definitiva de este prolongado y dañino capítulo de nuestra historia reciente, tan lleno de mentiras, relatos, estafas y desfalcos.