Uno de los tantos ministros impresentables de éste, el peor gobierno de la historia del país, Gabriel Katopodis, acaba de decir una gran verdad: “Hace un año la oposición ganaba caminando y hoy están partidos en mil pedazos”.
Y esa es la sensación que impera en la sociedad, que ya no aguanta la corrupción, el robo y el matonismo kirchnerista pero que advierte que quienes hace un tiempo estaban en mejores condiciones de asumir el gobierno, hoy son una bolsa de gatos, discutiendo temas pequeños que solo les importan a ellos pero que se alejaron años luz de las problemas que hoy es imperioso atacar.
Hay algo que repite Javier Milei que es cierto: JxC tiene en su mismo seno un intríngulis (si se me permite la expresión) “ideológico” que se materializa luego en situaciones diversas, algunas sin ninguna importancia (como por ejemplo el método por el que se va a votar en la Ciudad de Buenos Aires), pero que en realidad están alertando sobre otras diferencias más profundas que aún no han sido debidamente saldadas.
Más allá de lo que han progresado en el sentido correcto de la sana economía y de la sana lógica algunos partidos que integran JxC (la UCR y la CC, específicamente) aún siguen defendiendo la idea básica de que un conjunto de burócratas está en mejores condiciones que la propia gente para diseñar el plan de vida de esa misma gente. Esta cuestión elemental está en el centro de las diferencias que aquejan no solo a JxC sino a una amplia mayoría de argentinos.
En efecto, en el país aún no está resuelta la incógnita de quién tomará las mejores decisiones para los ciudadanos individuales: si los ciudadanos individuales por sí mismos o el gobierno. Es más, esa duda la tienen muchos de los propios ciudadanos individuales que han sido llevados durante décadas al convencimiento de que la mejor conveniencia para ellos mismos provendrá, no de decisiones que tomen ellos individualmente (como qué hacer con su vida) sino de lo que decidan un grupo de capitostes que se sientan en los sillones del Estado.
Por supuesto que, en ese amplio abanico de opciones, existen varios grados de intervencionismo estatal que los políticos defienden y que los ciudadanos individuales están dispuestos a aceptar.
JxC es un perfecto ejemplo de ese dégrader. El problema reside en que cuando representantes de los distintos escalones del dégrader llegan al gobierno, sus diferencias paralizan la acción (como en grandísima medida ocurrió en el gobierno de Macri) y todo conduce a un status quo que no hace otra cosa que profundizar los problemas.
A esta altura, los ciudadanos individuales que, con su voto, permitieron que representantes de “escalones intervencionistas” lleguen al gobierno e impidan las reformas que el país necesita o, incluso, propongan más medidas del mismo tipo de las que causaron los problemas, no se hacen cargo de lo que votaron y solo exigen soluciones o, incluso, “que se vayan todos”.
Mientras esa ensalada no se resuelva la oposición seguirá “partida en mil pedazos”, tal como dice Katopodis.
Si a esta altura del partido todavía hay gente que cree que un conjunto de burócratas le va a arreglar la vida mejor de lo que se la arreglarían ellos mismos, ya es muy poco lo que puede hacerse. O sea, ¿qué más hace falta que pase para que la gente reaccione y se dé cuenta de que bajo el argumento de la “ayuda solidaria”, “del pueblo”, “de la patria”, de lo “nacional y popular” y del envolverse en la bandera argentina no hay más que un conjunto de sátrapas que solo están preocupados por mantener y aun mejorar SU PROPIO nivel de vida (aprovechando para eso los privilegios que les da el sentarse en los sillones del Estado) y que el pueblo les importa un bledo? Ya te robaron todo, hermano ¿Qué otro experimento del mismo tipo querés hacer?
También hay en JxC verdaderos creyentes de la idea de que si alguno de ellos fuera gobierno esas cuestiones relacionadas con el robo y con la inmoralidad no ocurrirían. Elisa Carrió es el típico ejemplo de ese personaje. Ella no cree que el Estado como concepto filosófico sea el problema: ella cree que el Estado es un problema cuando lo copa una banda de ladrones. (Lo cual puede, claramente, empeorar las cosas, pero que no hay garantías de que un sistema basado en el Estado como centro de la vida nacional vaya a propender al desarrollo, al crecimiento, a la afluencia y a la salida de la miseria).
Gerardo Morales es otro ejemplo de la misma especie. Más allá de que incluso su “moralidad” puede discutirse cuando emplea en Jujuy una parentela directa e indirecta que es incompatible con los palotes iniciales de cualquier república y que solo se condice con un caudillismo feudal, su idea económica central pertenece a la misma escuela de la que creó los problemas en primer lugar. A Morales le cabe perfectamente bien la idea de que no se pueden obtener resultados diferentes de hacer siempre lo mismo (o variaciones más o menos parecidas de lo mismo). La distancia que hay entre las políticas que Morales puede tener en mente y las que se precisarían para que la Argentina fuera Australia es lisa y llanamente astronómica.
Otro tanto puede decirse de Horacio Rodríguez Larreta, un gestor más o menos eficiente del distrito más afluente del país pero que sigue creyendo, por ejemplo, que la inflación puede atacarse “sentándose todos alrededor de una mesa para llegar a un acuerdo de precios y salarios” (el entrecomillado es porque esto es lo que dijo él).
Mientras estas gilipolladas sigan viéndose en la oposición (y también en una parte de la ciudadanía -que estará muy enojada pero que no se atreve a tomar la vida en sus propias manos y prefiere entregársela a un demagogo que, envuelto en la bandera y al grito de “Argentina, Argentina”, le dice que él se va a encargar de arreglarle todo-) el peronismo seguirá teniendo chances, que es lo que, sin dudas, quiso dar a entender Katopodis (a quien, si uno bien lo miraba, podía notarse una ligera sonrisa sarcástica en su rostro mientras hablaba).
Sigan jodiendo con el estatismo y tendrán más pobreza y más miseria. Ese debería ser el mensaje. No importa quién sea el “Sr Estatista” de turno. Mientras los argentinos no se convenzan que lo único que deberían exigirle al Estado es aquello que el Estado les debe asegurar según la Constitución (un orden jurídico simple, pequeño e igualitario, seguridad física, una moneda estable que permita ahorrar y hacer transacciones comerciales en términos constantes, seguridad jurídica de los contratos, libertad de contratación, libre comercio, integración al mundo, justicia imparcial, defensa nacional, acceso a la educación y un esquema fiscal sencillo y pagable) la Argentina, JxC y los argentinos seguirán chapoteando en el barro.
Mientras, seguramente, los seguirá gobernando alguna de las tantas metamorfosis a las que el peronismo nos tiene acostumbrados.