Hace mucho que recomiendo a mis sufridos lectores comprar cascos porque, según creía, lloverían piedras sobre esta devastada Argentina; pues bien, el momento llegó y hoy, por el fracaso ya irremediable de este adefesio inventado por Cristina Fernández para ganar las elecciones en 2019, los cascotes caen sin piedad sobre todos nosotros. El desmesuradamente audaz Sergio Massa, quien suponía contar con un enorme paraguas para evitar los golpes, ve cómo se diluyen sus ensoñaciones presidenciales al ritmo de esta tan descangallada economía que, sin pausa, reduce a la pobreza y a la indigencia a miles de nuestros conciudadanos diariamente, en especial en los bolsones en que el kirchnerismo reinaba.
La insólita actitud del INDEC al anunciar que demoraría la publicación del índice de inflación de abril hasta después de las elecciones en varias provincias y tuvo que recular en chancletas, hizo que todos supiéramos que será superior al 8% (algunos piensan en 8,8%), empujó hacia arriba la presión devaluatoria y hacia abajo las siempre presentes ensoñaciones presidenciales de Massa, que se equivocó fiero cuando pronosticó, precisamente para el mes pasado, un porcentaje que comenzaría con 3.
Hoy, esos desflecados sueños dependen de varios hechos, todos de altamente improbable ocurrencia: convertirse en candidato único del Frente de Locos (donde lo necesitan pero no lo quieren y sí desconfían); un fuerte y muy demorado anticipo de los desembolsos del FMI previstos para el segundo semestre (que estaban pactados para pagar al propio organismo, y no para intervenir en los mercados, y que los funcionarios se resisten a otorgar); la ampliación del swap con China para pagar importaciones de ese origen (las propias exportadoras lo rechazan, ya que quieren cobrar en dólares); la implementación de un intercambio compensado, en pesos y reales, con Brasil (que requeriría de una inexistente garantía del Banco Nacional de Desenvolvimento Social); o un apoyo masivo del banco de los BRICS (tiene el apoyo de Lula da Silva a través de Dilma Rousseff, que lo preside, pero carece de consenso entre los miembros).
Mientras tanto, el Banco Central argentino, obligado por Cristina Fernández a no convalidar la inevitable devaluación, ve como se escurren entre sus débiles dedos las escasísimas divisas de las que dispone, producto del fracasado plan “soja III”, de la terrible sequía y de la notoria impericia de los operadores oficiales. Massa, siempre tan audaz pero retrógrado por carecer de herramientas financieras para reparar el casco del escorado Titanic, recurre a los mismos métodos persecutorios que caracterizaron al peronismo desde que, en su segunda presidencia, su fundador descubrió que el dinero acumulado durante los años de bonanza se había terminado.
El patoterismo del Ministro de Economía, si bien tiene mejores modales aquellos de los que hacía gala, pistola en mano, el recordado Guillermo Moreno, no se limita a los procedimientos policiales en casas de cambio y agencias de bolsa, a los aprietes de la UIF o de la Aduana y a las amenazas rimbombantes que profieren sus esbirros. También llega (tal como hizo don Néstor -q.e.p.d.- en el caso de YPF/Repsol) a la apropiación de bienes y empresas nacionales a precio vil, siempre en sociedad con algunos “expertos en mercados regulados”, que antes se llamaban Eskenazy, y ahora Vila, Filiberti o Manzano; cuando sus apetencias no son atendidas, los capitales y sus dueños deben emigrar. Es público y notorio que una de las fuentes de los ingentes recursos financieros necesarios para tales “operaciones” es la megacorrupción que impera en la zona que controla Matías Tombolini, Secretario de Comercio, dada la arbitrariedad con que se otorgan o deniegan los permisos de importación con dólares “oficiales”.
En medio de ese tétrico panorama de inflación galopante y ya clara recesión, de desaparición de la movilidad social ascendente, de pobreza y miseria, de destrucción de la educación y de la violencia generada por el narcotráfico, y de la impudicia con la que Juntos por el Cambio dirime en público sus diferencias, se recorta la figura cada vez más inevitable de Javier Milei. Coincido con una frase de Luciana Vázquez (“Las encuestas son ese género literario con el que nos entretenemos mientras llega el futuro”), pero la unanimidad entre quienes elaboran análisis de opinión en marcar el fuerte crecimiento del líder anarco-libertario hace que resulte creíble.
Ya no es para nada descartable que, en un escenario de tres tercios, poco más o menos, Milei acceda al ballotage; si eso sucede, y dado que tanto los votantes del Frente de Locos cuanto los de Juntos para Qué votarán por él para impedir la victoria del enemigo natural, es probable que el economista antisistema logre sentar sus reales en el sillón de Rivadavia. A partir de entonces, todo es imaginable: que la clara falta de equipos que lo afecta sea suplida con los que siempre acuden en malón en auxilio del vencedor, que se vea obligado a negociar con un Congreso duro, que las medidas que adopte sean resistidas con violencia en la calle, etc., etc.. Una vez más, se justificará alquilar balcones.
No puedo evitar dedicar un párrafo a este mundo del revés donde un terrorista devenido Ministro de Defensa (Jorge Taiana), haya sancionado a un condecorado héroe de la guerra de Malvinas y de la recuperación del Regimiento de La Tablada (el señor General Rodrigo Soloaga), desplazándolo como jefe de los oficiales retirados del arma de Caballería, por haber cometido el imperdonable pecado de expresar su solidaridad con los militares que pagan con injusta cárcel la culpa de haber derrotado a las mismas criminales organizaciones armadas que integraba aquél canalla en la guerra civil que asoló nuestro país hasta 1990. Espero, con pocas ilusiones, que la vergüenza invada las almas de esta sociedad tan hipócrita y que, finalmente, los vientos que desatará el cambio de gobierno hagan girar las crueles veletas de los tribunales federales de todo el país, que siguen persiguiendo con saña a quienes tanto les debemos.