Falacias
Hay algo gracioso en todo esto. Cristina Fernández de Kirchner vendría
—según
unos fascistas trasnochados— a implementar el modelo socialista que alguna vez
estuvo marcado por la Revolución Cubana, y hoy por la Revolución Bolivariana en
Venezuela. Estos sectores piensan que se está generando un alineamiento
estratégico del marxismo internacional, para dar vuelta los hechos y destruir
“las sagradas” y eternas instituciones como la familia, la propiedad y el
Estado. Ridículo, por donde se lo mire.
Ridícula también es la visión de la izquierda que apoya Cristina, como si fuera
la continuación de Néstor, que supuestamente siguió la línea de los grandes
patriotas latinoamericanistas, de Evita, el Che, Perón, y Marx. ¿Quién puede
creerle? Si hasta las propias categorías en el mundo en que se mueve la
Presidenta son engañosas. Veamos.
En su sitio de Internet (1), se puede encontrar su espacio de reflexión
en el cual afirmó que "mientras haya un pobre en la Patria no habrá victoria
definitiva", y que uno de sus objetivos de Gobierno será "mejorar la movilidad
social ascendente". "No nos votan para que nos peleemos entre nosotros, nos
votan para que trabajemos por ellos, los ciudadanos y las ciudadanas y esto creo
es lo que también tenemos que hacer para mejorar la movilidad social
ascendente".
Entonces, no tuvo
mejor idea que mantener el proyecto económico que es una continuidad al de su
predecesor, Carlos Menem. Modelo en el cual —aquí está la ironía— tiene una
similitud con el socialismo que tanto señalan muchos de estos sectores de
derecha que defienden a los empresarios: porque justamente la categoría de
burgués en la Argentina es una falacia, y porque el Estado sostiene la
infraestructura Nacional (pero beneficiando a los empresarios que se enriquecen
a costa de esos aparatos estatales).
Las cosas por su
nombre
En términos teóricos
puros y para simplificar el análisis, un burgués es aquel individuo que
pertenece a la clase social que tiene los medios de producción. El burgués hace
una inversión, a riesgo, en la cual apuesta a obtener utilidades. Esa es
justamente una de las características centrales de la burguesía y que no parece
existir en nuestro país: el burgués invierte, pero en la Argentina la
inversión la hace el Estado. Las reglas del mercado son claras,
terriblemente darwinistas. El que no puede competir, pierde. Aquí los
empresarios, ganan, porque invierte el Estado. ¿Por qué subsidiar a un
particular, para que preste un servicio, cuando el mismo subsidio podría
cobrarlo y administrarlo una sociedad del Estado? ¿Por qué dárselo a un solo
individuo cuando podría administrarlo una cooperativa de trabajadores? Nuestro
modelo no es liberal, sino que lo que parece haber es un fuerte vínculo de
negociados empresariales y el Estado. Ganan los empresarios y pierden los
trabajadores.
Un ejemplo
cotidiano
Podríamos escribir
páginas enteras en torno a este tema, hablar de macroeconomía, etc. Pero hay
casos más inmediatos que son tan contundentes que no dejan lugar a dudas. Las
privatizadas que prestan un pésimo servicio, los medios de transporte que no
funcionan, y más. Pero veamos el caso de los colectivos en la Capital Federal.
Para generar movilidad social ascendente, o sea, para trasladar recursos de los
que más tienen a los que menos tienen, no hubo mejor idea, que desde el
cuestionado Ministerio de Planificación y la más sospechada Secretaría de
Transporte, de aumentar el precio del boleto de colectivo, es decir, sacarle a
los que menos tienen para darle a quienes mucho poseen, que son aquellos que
reciben dinero para funcionar como empresa, mientras el trabajador trabaja por
un salario para pagar el boleto.
Durante muchos
meses, se podían observar en circulación carteles puestos a los costados de los
vehículos públicos que plantaban más o menos, que “¿cómo se puede cobrar un
boleto tan barato?” y “que se necesitan más subsidios al gasoil” porque “así los
empresarios del sector no pueden subsistir”. Que vergüenza. Si no pueden, que se
haga cargo un ente competente y competitivo, como el Estado por ejemplo. Pero el
Estado sede, poniendo los costos sobre el que menos tiene, el usuario.
Por esto no se si el
gobierno de Cristina es de izquierda, ni sé si es de derecha. Pero en los
hechos, es Carlos Menem con un vestido que pretende ser Evita, pero que se
parece mucho a Cristina.
Daniel Blinder