Un país donde el litro de leche cuesta más o menos lo
mismo que un litro de cerveza y es más caro que una caja de vino (si es que a
"eso" que viene en “tetra brick” se le puede llamar vino), tiene serios problemas,
y en nuestro país ocurre exactamente eso.
Mientras quien hace de “súper ministro”, el Secretario
de Comercio, Guillermo Moreno, se encarga de “apretar” y controlar el índice de
precios de muchísimos productos, entre ellos los de la canasta básica y
particularmente el de la leche; y el mediático recaudador de impuestos de la
Provincia de Buenos Aires, Santiago Montoya, persigue a los productores
agropecuarios para poder sacarles más impuestos, la Presidente Cristina
Fernández de Kirchner firmó un convenio
entre el Gobierno y bodegueros mendocinos que suspende la aplicación del
impuesto interno para la producción de champagne y vinos espumantes.
El decreto 248 publicado en el Boletín Oficial establece la exención impositiva, en consideración al cumplimiento del
"Acta
Compromiso" firmada entre el sector privado y el Gobierno en el año 2005.
Dicho convenio se había firmado con la condición de que los bodegueros se
comprometieran a invertir en el sector.
Ahora bien ¿cuál es la gracia? ¿Por qué parecería que si los bodegueros
invierten estarían haciendo una obra de caridad. ¿Qué empresario medianamente
coherente no reinvierte en lo que produce?
Si bien es positivo que se invierta, lo lógico es que
estas medidas sean equitativas, por ejemplo, ¿cuál es el beneficio que recibe un
empresario que fabrica mesas y sillas, por citar solo un caso?
Por otro lado vemos que a ciertos sectores se los
castiga, como a los productores agropecuarios y a los tamberos, quienes al igual
que los bodegueros también invierten, ¿o acaso el Estado los benefició con algún
acuerdo similar? Todo lo contrario, les aplican retenciones y los obligan a
vender en el mercado interno a un precio regulado.
Otro problema parecido es el que tiene la empresa
petrolera Shell, que se ve obligada a parar la producción de naftas ya que al
prohibirse la exportación, ya no posee espacio físico para almacenarla, mientras
en el interior del país existe un mercado negro del gasoil y se vende a más
alto precio que la nafta súper.
Cuando uno espera que el Estado controle y/o regule,
en lo último que piensa es en que tome medidas arbitrarias. En cualquier lugar
del mundo los artículos suntuarios (lo que sea: automóviles, joyas, vinos
espumantes e incluso cigarrillos) tributan más que cualquier artículo de la
canasta básica, simplemente porque quien lo obtiene o lo consume exterioriza
tener capacidad contributiva.
Con esta privatización encubierta de los tributos
públicos ¿cómo se explica que esos impuestos —que terminará pagando
indefectiblemente el consumidor— vayan a parar directamente a las empresas para
que reinviertan, quizás aumentando la capacidad de producción en propio
beneficio, en vez de ir a parar a mejorar la policía, o las escuelas y los
hospitales, cuando Mendoza lo necesita de forma urgente?
En los países medianamente “normales”, tanto el
tabaco, como el juego y el alcohol, pagan impuestos especiales, o sea impuestos
más caros, los que luego se vuelcan en infraestructura. Por eso, como dijimos,
un país donde la leche es más cara que el vino o la cerveza, está en serios
problemas. Y nuestros problemas... saltan a la vista.
Pablo Dócimo