Si bien durante los últimos años hubo variantes de esta soberana pelotudez, hace tiempo que no escuchaba el eslogan “liberación o dependencia”. Se trata de un arcaísmo tan antiguo que ni los que creen en él se animan a repetirlo porque saben que la idea (si es que se le puede llamar “idea” a esa idiotez) denota, no solo una falsedad, sino una vetustez con la que nadie se quiere relacionar.
Por eso, volver a escuchar en un spot de campaña política, el eslogan “liberación o dependencia”, inmediatamente me hizo prestar atención a qué agrupación lo planteaba.
La sorpresa no pudo ser mayor cuando escuché la firma del aviso: “Proyecto Joven”. ¿Hola? ¿Proyecto Joven? Primero, ¿quién sos? y segundo, para presentarte en sociedad, llevando el nombre que llevas, no se te ocurrió mejor idea que usar el lema “liberación o dependencia”, algo que repetía Tacuara en la década del ’60? ¡Pero hay que ser pelotudo, eh!
O sea, hermano, a vos no te tiene a la Tierra el efecto de la gravedad: ¡a vos te tiene el peso de tus bolas; si te las cortaran saldrías disparado sin escalas al espacio y te pararían en Júpiter!
¿Cómo puede haber alguien que, en pleno siglo XXI, siga hablando de liberación o dependencia? ¿Acaso no ven lo que pasa en el mundo? ¿No ven cómo se organizan los países que progresan y que les dan a sus ciudadanos un buen nivel de vida? ¿Acaso no entienden cuánto es dos más dos?
¿De qué mierda querés “liberarte”? ¡Si hace 80 años que repiten la misma boludez y lo único que han logrado es que el país sea más miserable y, por ende, menos autónomo y con menos capacidad de decisión!
En efecto, cuando regía el sistema teóricamente “dependiente” es cuando el país se hacía oír en el mundo, tenía peso en el comercio internacional, se sentaba en la mesa de las decisiones, era un referente a la hora plantear políticas globales… Desde que la supina ignorancia del fascismo instaló la idea de la “liberación o la dependencia”, el país cayó por un tobogán que aún no encontró su piso y que, por lo tanto, lo hizo cada vez más insignificante, cada vez menos importante y, paradójicamente, cada vez más dependiente.
Es curioso, pero parece que de quiénes ha pasado a depender ahora, no producen preocupación. El autoritarismo ruso o el comunismo chino parecen que no molestan a la hora de depender de ellos. Pero la sola idea de una vinculación racional con los valores de Occidente es interpretada como una señal de capitulación y de “dependencia”.
Pero el nivel de obcecación no se detuvo en eso. En otro párrafo del anuncio, dicen “basta de candidatos de la embajada”, en obvia alusión a la representación de Washington en el país, como si ese otro imaginario propio de una juvenilia imberbe haya sido alguna vez cierto. Y si lo fue, su antigüedad también se cuenta por pilones de almanaques.
En el fondo, sin embargo, la Argentina sí está presa de una lucha que implica una liberación o una dependencia. Pero no una liberación o una dependencia de las ensoñaciones en las que piensan estos muchachos, sino una que supone, por un lado, liberar al país de la concepción que lo ha literalmente destruido o, al contrario, por el otro, confirmar su dependencia atávica de ese conjunto de delirios que han tenido como resultado la pobreza de la mitad de la población y una insignificancia nacional que hizo descender al país del quinto lugar en el ranking de naciones más ricas al lugar 120.
Esa “liberación o dependencia” sí está en juego. Y desde hace rato.
Lo paradójico del caso es que siguiendo las ideas de “Proyecto Joven” (que lamentablemente están diseminadas en una amplia franja de la ciudadanía, que les otorga a estos idiotas apenas unos cientos de votos pero que comparte con ellos el núcleo de sus ideas solo que vertiendo sus decisiones electorales en otras opciones que tienen la viveza de ya no hablar de “liberación o dependencia” pero que en los hechos siguen poniendo en práctica políticas compatibles con ese desatino) toda la masa de estúpidos que esperan que el país se “libere” asistirán, como testigos, a ver cómo se libera la nomenklatura de “Proyecto Joven” (o de los partidos que no hablan con la sinceridad brutal de ellos pero que proponen hacer lo mismo) de la pobreza y de sus privaciones, mientras que ellos -idiotas útiles embaucados por su propio resentimiento- siguen mordiendo el polvo de la miseria.
Hay en redes circulando un video viral sobre 6 o 7 confesiones públicas de impresentables latinoamericanos -tan impresentables como “Proyecto Joven”- en donde, a cara descubierta, a la luz del día y sin ningún escrúpulo (aparecen Rafael Correa -el condenado prófugo de Ecuador- Maduro, López Obrador, un ex colaborador arrepentido de Hugo Chavez y otros impresentables como ellos) explican cómo se debe mantener a los pobres en la pobreza para que de esa manera ellos se mantengan en el poder, una “cuestión, no personal, sino de estrategia política” como con toda impunidad y cinismo declara abiertamente Andrés Manuel López Obrador.
Mientras el “Joe” promedio norteamericano (aquel al que alguna vez se refiriera el Pelado Matías Almeyda cuando contó su historia de vida en EEUU e identificó con su jardinero al que veía vivir dándose los mismos gustos y placeres que “los de un señor con un gran título” [textual de Matías en aquel reportaje – Radio La Red, Martín Arévalo, 2022; “El Pelado Alemeyda y una Visión de la Igualdad”, sigue enrostrándole al mundo la verdadera igualdad: la de vivir bien con su familia, descansar, viajar, progresar, aspirar a una mejor casa y a un mejor auto (pagando en total U$S 1500 por mes de cuota por el morgage y el leasing…) una imagen de vida cotidiana -oh casualidad- muy similar a la que describe otro profundo idiota latinoamericano como Juan Grabois en su spot político, pero a la que solo se llega, poniendo en práctica, justamente, las políticas completamente contrarias a las que él propone.
Es más, Grabois podría estar al lado de Proyecto Joven, Castiñeira, Del Caño, Ripoll, Bregman, Jesús Escobar y otros tantos dinosaurios que, desde distintos lugares de la izquierda troglodita, proponen hacer lo mismo que él. Lo que ocurre es que, quien confesara por televisión que “andaría de caño” robando (y quizás matando gente) si fuera pobre, es más “vivo” que todos aquellos y decidió plegarse al sello peronista porque sabe que ese escudo le asegura un piso de votos con el que ni siquiera podría soñar si fuera solo.
En fin, es divertido ver los spots políticos. Muchos no les dan importancia. La mayoría son malos, sin creatividad, técnicamente espantosos. Pero muchos de ellos encierran los secretos de por qué el país está cómo está y, por sobre todas las cosas, por qué, después de haber sido lo que fue, es lo que es.