La Argentina no crece desde hace 10 años, en el ranking del Foro Económico Mundial ocupa el puesto 139 en un total de 141, ya no es competitivo ni en la región de América Latina. Los 47 millones de habitantes tienen puesta la mira en el próximo gobierno que se elegirá en octubre próximo, o en el ballotage de noviembre, con la esperanza de que alguien haga algo para sacarlos del peor caos económico de su historia y, de ser posible, con un plan lúcido. ¿Podrá?
Los siete gobiernos constitucionales (sin contar las repeticiones) a partir de 1983 reflejaron tendencias ideológicas dispares en una sucesión de representaciones partidarias: una socialdemócrata, luego un neoliberalismo solapado de peronismo de derecha; una coalición híbrida de radicalismo, Frepaso y socialismo; un peronismo distorsionado por el kirchnerismo de izquierda a la violeta; un liberalismo autóctono tibio, y finalmente un kirchnerismo errático en cuanto a ideología y gestión.
Hasta 2003 los gobiernos encajaron, más o menos, con la media del país en cuanto a la transversalidad del pensamiento político, hasta que la irrupción del kirchnerismo lo volcó hacia una izquierda trasnochada que abrió una grieta siniestra durante veinte años. Sin embargo, no se trató de una izquierda transformadora, en lo económico comenzó bien pero luego exageró sus objetivos y quiso replicar el modelo socialista cubano-venezolano, decadente, por cierto.
En realidad, todos los gobiernos sin importar su signo, desde 1983 hasta 2023, malograron y frustraron a la sociedad argentina, y lo hicieron desde la economía. Es decir, no fue tanto por la divergencia de ideas, cruzada por un incansable combate entre “peronistas” y “antiperonistas”, sino por la ineficiencia a la hora de aplicar recetas económicas.
La herencia económica de la dictadura militar forma parte de esa debacle pues el gobierno de facto desmanteló, por orden del “establishment”, el aparato productivo nacional, generó una deuda externa intolerable y desarticuló el sector laboral e industrial como nunca en la historia nacional. Se llamó Plan de Reducción de la economía real.
El gobierno de Raúl Alfonsín, radical y republicano, ensayó varias fórmulas, desde el Plan Austral de estabilización monetaria por el cual se cambió la denominación monetaria (de peso argentino al austral) y se bajaron varios ceros a la moneda argentina, hasta el Plan Primavera que combinó elementos de la heterodoxia y la ortodoxia económica internacional para intentar estabilizar la economía argentina, Se llegó a una hiperinflación catastrófica y todo terminó con la entrega del gobierno seis meses antes de su cumplimiento legal.
Carlos Saúl Menem asumió con hiperinflación y estuvo dos años para salir de ella. Para vencerla aplicó el Plan de Convertibilidad, un sistema monetario ideado por Domingo Cavallo en 1991, egresado con ideas de Harvard. Fue el principio del afamado “uno a uno” (un peso igual a un dólar), por el que los argentinos caminaron alegremente hacia el abismo envueltos en una falsa nube de felicidad. La privatización de empresas estatales fue el signo de ese tiempo. Las víctimas fueron la industria nacional, los trabajadores con un desempleo del 15%, y los pobres (35%), en nombre del neoliberalismo y la globalización.
Fernando De la Rúa, puso en práctica diferentes recetas económicas para evitar el colapso, muchas de ellas tendientes a mantener la Convertibilidad, tanto que, en el tramo final de su gestión, en el segundo semestre de 2001, convocó a Domingo Cavallo como ministro de Economía para que se ocupe de su propia criatura. La última medida liberal fue la implementación del llamado “corralito” que, ante la descapitalización del sistema bancario, provocó la retención de los depósitos en cajas de ahorro y cuentas corrientes y fijó una disponibilidad de 250 pesos semanales para retirar de los bancos. El país llegó a la cesación de pagos y el gobierno cayó.
Un enroque político elevó a Eduardo Duhalde a un gobierno de emergencia, con la anuencia de Raúl Alfonsín. El desbarajuste económico de De la Rúa fue controlado en 2002 gracias a la participación de Jorge Remes Lenicov como ministro de economía. Las variables económicas encontraron su orden, se salió de la Convertibilidad y se frenó la devaluación. Este gobierno entregado antes de tiempo tenía entonces el 17% de desocupación laboral.
Néstor Kirchner apeló a sus propios conocimientos tras recibir una economía todavía débil pero con “viento a favor” desde el exterior. Se dedicó a bajar la deuda, cuidar el Superávit fiscal, mantener el Superávit comercial y a gerenciar el nivel del dólar. El primer gobierno K asumió con una deuda de 178 mil millones de U$S. En 2006 canceló anticipadamente 9.530 millones de dólares con el FMI para evitar su injerencia en la economía argentina. Luego aumentó las retenciones al campo al 35%, mintió por años sobre el índice de inflación manipulando el Indec y fue el cerebro para organizar la corrupción en el Estado.
Cristina Fernández arrancó su primer mandato en 2007 sin receta personal, con la balanza de pagos positiva y el equilibrio fiscal que le había dejado su esposo. Entre 2011 -con su marido ya fallecido- y 2015 CFK pasó a tener una balanza de pagos negativa con déficit fiscal. Adoptó la política de depreciar la moneda a un ritmo menor que la inflación, emitió dinero a discreción, congeló las tarifas domiciliarias de los servicios públicos y del transporte, y aumentó el gasto público como ninguno de sus predecesores. Llevó la inflación al 38,5% en 2014 y entregó un Estado sobredimensionado. Por suerte, Argentina no fue Venezuela.
Mauricio Macri, con la coalición Cambiemos, puso el énfasis en modificar el posicionamiento internacional del país, como alternativa atractiva para las finanzas internacionales. La apertura comercial, la liberalización del movimiento de capitales, el acceso irrestricto a las divisas, la desregulación de algunos mercados y una política monetaria instrumentada en favor de las actividades rentísticas y de la especulación financiera, fue insuficiente. No logró captar capitales extranjeros. Luego pagó a los fondos buitres y pidió la habilitación de la ventanilla del endeudamiento al Fondo Monetario Internacional. Política neoliberal pura. El préstamo, la inflación y el precio del dólar coartaron su reelección.
El gran problema es distinguir ahora el modelo económico del actual gobierno que encabezan Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. El gobierno tiene una mirada fragmentada sobre la economía, una visión de auxilio ambulanciero para cada problema. No es liberal, no es kirchnerista, no es marxista, no es peronista. El escenario donde transcurre la vida de los argentinos pierde agua por todos los costados desde la pandemia, recurren a parches permanentemente, mienten en los números de crecimiento y de generación de empleo. Diríase que se encuentra en un limbo.
Cuando esta carrera todavía no termina, tres candidatos presidenciales debaten tratando de estimular al electorado. El candidato de Unidos por la Patria Sergio Massa no tiene un programa económico de gobierno porque supone que lo que está haciendo es justamente lo que haría su fuese presidente. Patricia Bullrich de Juntos por el Cambio lleva bajo el brazo el producto de un enorme trabajo realizado por Carlos Melconian y compañía. Es un plan pragmático, organizado por sectores, con una trayectoria definida, con plazos y una impronta nacional decidida a salir a los mercados internacionales. No es un modelo calcado de otros países, pero sí es racional. El candidato presidencial de La Libertad Avanza, Javier Milei, quiere traer otra vez a la Argentina las recetas del liberalismo, ya exhibidas por la dictadura militar y el menemismo, y arriesgarse con algo parecido a la Convertibilidad. ¿Quién salvará a los argentinos?
Simplemente, más de lo mismo, nada extraordinario. Pero, todavía no se ha escuchado qué van a hacer para impulsar el crecimiento del país, aumentar las producciones en sus distintos rubros, definir qué y cómo se venderá para obtener dólares y engrosar las reservas, con quienes se negociará concretamente para colocar la mercancía “made in Argentina”, y cuáles serán los estímulos para invertir y reinvertir. Por el “largo plazo” oran los argentinos.
Es verdad que, frente a la hecatombe en que está el país, nada se resuelve fácilmente. Pero es verdad también que con la libertad no alcanza, con el orden y el coraje no alcanza, y mucho menos se logra mintiéndole a “la gente” (casi con j) diciéndole que si no los re-votan perderán los derechos adquiridos.
A los argentinos se los ha vapuleado en exceso en el pasado, les deben el futuro, y en el presente quieren al menos saber de qué forma va a comenzar el camino del crecimiento. Lo demás, es cartón pintado.