Cuando el otro día, en la entrevista con Tucker Carlson, Javier Milei -repitiendo la frase de Milton Friedman sobre que el gran aporte de los empresarios a la sociedad era ganar dinero- dijo que con eso no alcanzaba y que esa franja privilegiada de la sociedad debía respaldar a aquellos que defendían los principios por los cuales sus emprendimientos y empresas eran posibles porque de lo contrario la prédica socialista prevalecería y sus empresas estarían en peligro, me parecía estar escuchándome a mí mismo cuando, a principios de los 2000 -ya con Kirchner en el gobierno- repetía hasta el cansancio esa misma idea en mis reuniones con empresarios para entusiasmarlos a que sus empresas respaldaran la prédica por la libertad que trataba de difundir en mis programas.
Muy pocos me entendían. Algunos fueron sinceros desde el vamos y me dijeron que no podían hacerlo porque sus empresas dependían fuertemente de su vínculos con el gobierno o de autorizaciones que el gobierno debía darles para mantenerse funcionando (como permisos de importación, autorización de giros, etcétera) y que su respaldo a alguien tan crítico podría ponerlos en problemas. Otros me decían que, en lo personal, coincidían con los que yo les decía pero que, por las mismas razones de los demás, no podían acompañarme.
Con el afianzamiento del kirchnerismo en el gobierno, fui siendo desplazado de los medios “grandes” por el efecto de un doble juego de pinzas: el gobierno me hostigaba directa o indirectamente (presionando a los medios en los que trabajaba) y las empresas me fueron retirando su apoyo por temor a quedar pegadas a mi discurso “liberal”.
Si bien mi retiro gradual era evidente para los que me seguían, yo jamás conté públicamente lo que estaba ocurriendo. Con la excepción de la historia que hice pública cuando me despidieron de A24, nunca revelé las frustraciones acumuladas durante años en los diferentes despachos de los empresarios. ¡Qué enorme paradoja: alguien que abiertamente hablaba de la superioridad ética, moral, económica y “resultadista” de la economía de mercado, de la libertad y del sector privado, no lograba conseguir el respaldo de aquellos que, en los hechos, se suponía que vivían gracias al imperio de esas ideas!
¿Vivían gracias al imperio de esas ideas? Quizás mi error, al salir con aquellos “tours”, consistió en partir de la base de creer que sí.
Si me hubiera detenido un poco a analizar la composición empresarial argentina, habría caído en la temprana conclusión de que mi recorrida estaba destinada al fracaso. La enorme telaraña estatal había invadido de tal modo todas las actividades del país que ya no podía distinguirse con total precisión hasta dónde una empresa privada era realmente “privada”.
Durante décadas el populismo peronista había logrado imponer un régimen de miedo tan profundamente esparcido (porque de hecho las prácticas vengativas y sancionatorias para los herejes se habían ejercido) que nadie se animaba a desafiarlo. No importaba que la realidad de esas empresas fuera cada vez más paupérrima y menos floreciente. Lo que importaba era que, al menos podían, digamos, “funcionar” y -fundamentalmente- que sus dueños, directores o accionistas estaban vivos y sueltos.
En ese contexto -vista ahora la cuestión en retrospectiva- era completamente razonable que aquellas empresas me negaran su apoyo: jugar una ficha a favor de un periodista que hacía las veces de un cruzado por un conjunto de ideas evidentemente minoritarias que, encima, podían poner en peligro la relativa tranquilidad de la empresa, no parecía ser un negocio apetecible ni lógico.
Hoy, esto que me ocurrió a mí me lleva a entender varias cosas de lo que está ocurriendo en el tablero político. En primer lugar, resulta harto evidente que Milei no cuenta con el apoyo empresario, o, por lo menos, que no cuenta con el apoyo de lo que podríamos llamar “círculo rojo”.
Puede ser que algún empresario aisladamente lo apoye (no sé si financieramente) pero está claro que lo que conocemos como “comunidad empresaria” no apoya a Javier Milei. Es más, no me extrañaría que muchos de ellos prefirieran la continuidad de un esquema como el que propone el peronismo de Massa, al que conocen de hace años y en el que se mueven como peces en el agua -muchas veces, incluso- con menos esfuerzo y menos riesgo que el que tendría manejarse en una economía libre y competitiva.
Milei es, de todos los candidatos que llegan al 22 de octubre, el más filosófico de todos, lo que constituye una enorme paradoja cuando se contrasta ese hecho con el impacto que causa su figura en el mundo “intelectual”.
En efecto, Milei pasa todo lo que dice -incluidos los más profundos tecnicismos económicos que explica- por un tamiz moral y filosófico (muy anterior a la economía) que es el que le da un sentido último a todo lo que expresa y el que le da un marco a las medidas que propone.
Ese costado ni siquiera sé si es entendido por los más fervientes votantes de Javier. Él cree que sí. Pero yo lo dudo. Él cree que, efectivamente, una franja social importante -especialmente integrada por jóvenes- entendió esa base moral diferente en la que él y sus ideas se basan (que el hombre tiene derechos naturales inalienables que el Estado no puede atacar, que el único sentido lógico que tiene la existencia del Estado no es otro que el de proteger esos derechos [básicamente, la vida, la libertad y la propiedad] y que las necesidades se cubren por la existencia de un sistema invisible y espontáneo por el que las personas generan ingresos propios cuando otras personas voluntariamente están dispuestas a transferirles dinero a cambio de algo que consideran útil o que precisan). Reitero: yo no sé si incluso los votantes más enfervorizados de Milei entendieron cabalmente todo eso. Mi experiencia dice que no.
¿Entonces por qué Milei ganó las PASO y es muy posible que gane la elección general? Mi respuesta: porque sin dejar nunca de decir lo que pensaba y lo que piensa hacer, ese “fondo” (que en muchos casos hasta puede resultar perjudicial y “contracultural” para muchos de sus seguidores, porque los va a dirigir a un tipo de vida que no vivieron nunca y que se rige por patrones de comportamiento exactamente contrarios a los que ellos vivieron toda su vida) quedó, no tapado pero sí envuelto, por un envase electoralmente atractivo.
En mi criterio ese envase combina: 1) la identificación de un culpable del fracaso argentino (la casta); 2) la elevación de un líder que supo (ni siquiera sé si porque se lo propuso) configurar un metamensaje (la motosierra), un lenguaje corporal y una presentación escénica lo suficientemente atractiva como para centrar la atención en él; 3) la ausencia de antecedentes en la política tradicional, lo cual lo pone fuera de toda responsabilidad respecto de lo que ocurrió hasta aquí.
Que este envase es el que explica la parte del león de los votos de Milei no me cabe ninguna duda. Cuánta parte de esos electores entiende que, si gana Milei, la vida empezará a depender de ellos y no del Estado, no estoy tan seguro.
El peronismo fue muy exitoso en la tarea de implantar una cultura (o quizás fue muy vivo en darse cuenta cuál era la verdadera cultura argentina de siempre) que se caracteriza por buscar las soluciones en otros (no en nosotros mismos), por tener cierto temor a enfrentar lo establecido (status quo), por aspirar a la omnipresencia de una figura paternal en la que se deposita la fe y por preferir la regulación impuesta antes que el orden espontáneo.
Tan exitoso fue ese diseño que ni los que a priori uno podría creer que estarían interesados en cambiarlo hacen nada como para que el cambio tenga lugar (por ejemplo, apoyar a alguien que habla sobre ideas diferentes a las que usualmente rigieron en la Argentina del último siglo).
¿Qué sucederá entonces cuando Javier Milei les diga a todos que el mundo está allí para ser conquistado pero que él no hará nada para ayudar a la conquista sino que la conquista dependerá de las ganas, la inventiva y el esfuerzo que le ponga cada uno?
No sea cosa que reciba la misma respuesta que aquel periodista que buscaba difundir las ideas por las cuales él creía que las empresas existían: “Todo muy lindo lo tuyo, pero ¿sabes qué? la nuestra siempre dependió del Estado, así que con nosotros no cuentes más”. Colgado del pincel.