Nuestra sociedad –nos guste poco o nada-, suele expulsar de sus códigos de conducta todo lo que signifique esfuerzo y reconocimiento al mérito, acompañándolo con un deseo irrefrenable para que las cosas, si deben cambiar, ocurran exclusivamente en orden a ciertos beneficios personales excluyentes.
Cada individuo siente que “lo suyo” (según sea esto para cada quién), es lo que mejor se adapta a la verdad “verdadera” y cuando algo no sale bien, asesta el dedo índice hacia el rostro de quienes, supuestamente, se habrían complotado para provocar el fracaso de sus preferencias.
Esta mala costumbre nos ha convertido finalmente en una suerte de “walking deads”, esos muertos vivos de la popular serie televisiva, que avanzan con andar bamboleante intentando apoderarse del mundo, convencidos que el exterminio de los “otros” debe ser siempre el objetivo final.
Que el peronismo continúe gozando de la preferencia popular aprovechando nuestras “distracciones” respecto de lo que sucede a diario, no constituye pues ninguna sorpresa. Y que sus líderes hayan pasado a convertirse en nuestros carceleros, tampoco.
Para lograrlo, hace tiempo que han puesto en marcha un plan sumamente efectivo: favorecernos con cualquier tipo de prebendas “hipodérmicas” sin contraprestación alguna, para mantenernos adormecidos. Y esto les sigue funcionando a la perfección.
En algunos casos se trata de entregar frazadas o colchones - ¡oh ironía!-, a quienes viven a la intemperie. En otros, conceder cargos típicamente “ñoquis” en su gobierno u otorgar franquicias para realizar negocios jugosos a ciertos genuflexos.
Todo esto ocurre en un país que suma un 40% de pobres que dependen de los favores gubernamentales para subsistir. ¿Percibimos todo esto claramente?
Porque si lo analizáramos con honestidad, advertiríamos que por el camino que vamos, nuestro futuro quedará sujeto, “per secula seculorum”, a los mismos escenarios que nos trajeron hasta la decadencia que vivimos actualmente.
Dicho esto, y en referencia a lo que pueda suceder en la segunda vuelta electoral, sospechamos que ocurrirá lo que comienza a vislumbrarse: a) los radicales votarán en su gran mayoría a Massa (ya hay manifestaciones “en sordina” al respecto); b) no muchos simpatizantes del PRO conseguirán despojarse de sus prejuicios para votar a Milei; c) los empresarios lo harán probablemente “en masa por Massa” (valga la redundancia semántica) con el fin de mantener sus actuales privilegios, ya que apostar al poder les ha pagado siempre jugosos dividendos a través de los años; así que lo más probable es que el actual ministro-candidato vea cumplido su sueño y sea ungido Presidente.
¿El que nos merecemos? Muy probablemente, sí.
Si lo hasta aquí expuesto se confirma y Massa no resulta ser al fin el cisne negro inesperado que patee el tablero político “de un saque”, todo continuará “corsi e ricorsi”, hasta que un buen día, eventualmente, explotemos por el aire y los enfrentamientos populares pasen a castaño oscuro.
Solo resta agregar que, a nuestro juicio, los dos candidatos opositores “descarrilaron” totalmente su oratoria en los días previos a la elección, compitiendo entre sí respecto de quien la tenía “más larga” (perdón por el vulgarismo) para combatir al candidato oficial. Massa, en cambio, evidentemente bien asesorado, le habló a la sociedad. Utilizando subterfugios tramposos, es cierto, pero muy efectivos.
¿Cuándo “nos jodimos”? Se preguntó hace unos días el periodista Ernesto Tennenbaum al analizar la realidad argentina. Para responder con precisión, deberíamos imitar a un perro hambriento cuando levanta su cabeza asentado en sus patas traseras y comienza a ulular mirando a la luna.
En cualquier caso, tenemos la impresión de haber perdido una nueva chance para salir de nuestras recurrentes frustraciones.
A buen entendedor, pocas palabras.