El 19 de noviembre próximo se pone en juego el título de estas breves reflexiones, y según sea la decisión que la sociedad adopte al respecto, podríamos asistir al triunfo de Sergio Massa sobre Javier Milei. Es decir, la confirmación de que sufrimos el síndrome de Estocolmo y nos simpatizan como siempre nuestros carceleros.

Lo que se ve es a una oposición que no termina de comprender el significado del término “asociación cívica” cuando se trata de erradicar la corrupción y la demagogia, atributos distintivos del gobierno actual, que exigen desterrar un debate que se base en analizar el “cuento de la buena pipa”, al que son tan afectos algunos profesionales de la política.

Vivimos una emergencia en la que debería apoyarse sin preámbulos el valor de la decencia sobre la inmoralidad y el despilfarro. Porque, ¿puede imaginarse algo más trágico que seguir apostando al kirchnerismo cínico y corporativo?

A pesar de ello, hay quienes no consiguen salir de ciertos absolutos excluyentes, descartando el valor de lo relativo y lo posible, apostando a conductas supuestamente “limpias” de codicias y vicios menores que son comunes a todos los seres humanos en este mundo.

El radicalismo, que siente ser la columna vertebral de Juntos por el Cambio, intenta resurgir de sus cenizas y vive el reverdecer de sus conocidos apetitos milenarios: la “rosca” política como modo de resolver problemas, solazándose con frases del tipo: “es un debate que nos debemos dar de cara a la sociedad” (¿).

¿De qué modo? No lo saben a ciencia cierta. Lo que permite sospechar que se resumiría en un acuerdo de cúpulas que pretenden adoctrinar a jóvenes que han cambiado totalmente su forma de comunicarse y leer la realidad al compás de la tecnología 2.0, hartos de las prácticas “suspensivas” de un partido aferrado al uso de naftalina para combatir supuestas “polillas” que, no obstante, le siguen comiendo la ropa de “etiqueta” que guardan en un placard.

Una juventud que rechaza las tradiciones cuasi medievales de cierto tipo de partidocracia, y ve con enojo la insistencia de quienes creen todavía –piadosa e imaginativamente-, que hay que seguir apostando a militantes inmaculados, totalmente “limpios” de ambiciones terrenales y que rindan culto a lo portentoso.

Mientras tanto el kirchnerismo entrega grandes cantidades de polenta (ex bife de costilla) con distintos sabores, que reparte gratis por todo el país, plato que ya sabemos cómo actúa sobre el ánimo eventualmente hambriento y alicaído de un ser humano: barriga llena, corazón contento, voluntad comprada.

A buen entendedor, pocas palabras.