Ellos la llaman la “campaña popular más maravillosa de la historia” y yo miro azorado lo que me parece una increíble avalancha de miedo, fascismo, atropello, mentiras, manipulación y una completa falta de escrúpulos.
Se trata de dos visiones de la misma cosa. No es que ellos y yo estemos mirando cosas distintas: estamos mirando lo mismo. Pero para ellos esto es una “campaña popular maravillosa” y para mí es la amenaza del terror.
En la definición que ellos usan hay, para mí, una palabra clave: la palabra “popular”. Su inclusión estratégica para definir lo que están haciendo me parece que obedece a la idea de transmitir la supremacía de la prepotencia por sobre la verdad. Es decir, ellos creen que una demostración de fuerza bruta -materializada en una micro-militancia extendida- puede finalmente imponerse incluso sobre lo que es cierto. No solo eso: puede imponerse y dar vuelta lo que está sucediendo delante de los ojos de todos.
Para ello, desde su origen, el peronismo (esto no es una novedad de Massa o del kirchnerismo: esto lo empezó el peronismo hace 80 años) se preocupó por hacer llegar subliminalmente al cerebro de los argentinos la idea de que lo “popular” tiene que ver con el avasallamiento del que son capaces las mayorías, tengan o no tengan razón.
Es más, yo avanzaría un poco y diría que “lo popular” no es lo que “tiene que ver con la capacidad de las mayorías para avasallar” sino que lo “popular” ES la capacidad de las mayorías para avasallar.
No hay límites para eso. Y cuando mayorías circunstanciales se hacen del poder del Estado, entonces usan el poder del Estado para que las mayorías circunstanciales dejen de ser circunstanciales y pasen a ser permanentes: será el Estado (todo el poder del Estado) contra el resto.
A esta altura no importará si en el seno real de la sociedad esas mayorías y minorías han cambiado de composición: ahora es el Estado contra los demás. Ya no importa si quienes ocupan el Estado han pasado a ser socialmente minoritarios. Lo que importa es que ellos se adueñaron de la maquinaria desde la que pueden seguir influyendo en la mente de los ciudadanos para que crean lo que ellos quieren que crean.
La gracia fundacional de la democracia (esto es, el sistema de derechos y garantías que asegura la libertad y la seguridad de las minorías) deja de existir y solo pasa a valer lo que el Estado impone.
Pero el caso puede ser aún más gravemente bizarro. Incluso si en el seno real de la sociedad la mayoría circunstancial que encumbró a los sillones del Estado a un determinado grupo político ya no existe y ahora la mayoría responde a otras ideas, la fuerza existencialmente autoritaria que se adueñó del Estado puede seguir implementando acciones tendientes a señalar a los que hoy son mayoría como una “minoría antipopular” y a seguir autocalificándose como la verdadera mayoría que representa al pueblo.
Esto es lo que está aconteciendo delante de nuestros propios ojos: el accionar de un Leviatán que define como “maravillosa campaña popular” lo que no es otra cosa que un descarado y sofisticado manejo de cuanto medio esté a su alcance (sin importar ni los escrúpulos ni lo que financieramente cuesten porque su costo no lo pagan ellos sino el pueblo) para imponer la continuidad y profundización de un régimen.
Esta “etapa superior del kirchnerismo” -como ayer definimos al massismo- es un compendio de manual de todo lo que Thomas Hobbes escribió en 1651 en “Leviathan”, o “The Matter, Forme and Power of a Common-Wealth Ecclesiasticall and Civil”.
Hobbes estaba convencido de que el hombre era un ser anárquico por naturaleza y que, por tanto, debía someterse a un poder absoluto frente al cual resignara completamente su libertad a cambio de una vida segura. No sé si le suenan familiares las palabras y la imagen.
El título original del libro (“Leviathan or The Matter, Forme and Power of a Common-Wealth Ecclesiasticall and Civil”) fue rápidamente reemplazado por su forma abreviada de “Leviatán” porque, claramente, el engendro que Hobbes justificaba crear se parecía al monstruo marino que, en la Biblia, relatan el Génesis y el libro de Job como una “criatura de poder descomunal”.
Pues bien: tenemos “la criatura de poder descomunal” delante nuestro, actuando, en operaciones. Y los argentinos la han puesto allí. Ahora se ha transformado en una criatura con fuerzas e intereses propios, independientes de “los del pueblo”. Hará todo por mantenerlos, aun cuando eso implique el ejercicio grosero, desproporcionado y obsceno de un poder omnímodo.
Parece hasta gracioso que la fuerza que se presenta como lo moderno y que tacha de antigua a la Constitución de 1853 precisamente porque está basada en el principio de la división de poderes, proponga, para la organización de la Argentina, un sistema 200 años más antiguo como el que Hobbes delinea en su obra.
Pero más increíble es que los beneficiarios del orden jurídico creado por Alberdi lo endosen: que los argentinos, que tanto pavonean su bravura, resignen su libertad a manos de un déspota y le entreguen las llaves de todo al nuevo Leviatán es francamente sorprendente.
Que semejante maldición te toque porque te cayó una maceta en la cabeza sería, quizás, entendible (aunque no justificable) pero que, voluntariamente, un pueblo genere su propio tirano resulta francamente inexplicable…
Aunque no tanto, cuando uno recuerda las siempre sabias palabras del Padre de la Constitución: “El tirano no es la causa sino el efecto de la tiranía”.