Hasta ahora la mayoría de los argentinos que desconfían de Massa lo hacen por una razón principal: creen que él es la continuidad del kirchnerismo, de sus prácticas corruptas, de su sistema de impunidad y de robo de los fondos públicos. Pero quizás haya algo más en el hoy ministro-candidato.
Todos conocen aquella teoría leninista según la cual el imperialismo era la etapa superior del capitalismo.
Parafraseando al delincuente soviético podríamos decir que el kirchnerismo fue la etapa superior del peronismo, en tanto sofisticó el compamiento del Estado, agudizó las formas de esquilmar los dineros de todos y generó nuevas maneras de empobrecer y embrutecer el pueblo en una dimensión tal que las viejas tácticas peronistas quedaron empalidecidas por los nuevos métodos inventados por la banda que venía del Sur.
Quizás con Sergio Massa estemos a las puertas de una “etapa superior del kirchnerismo” y lo que muchos temen -que el ministro del gobierno kirchnerista sea la continuidad de ese engendro- quede a la altura de un poroto al lado de lo que Massa significa realmente.
En efecto, hay muchas evidencias de que Massa puede ser una profundización malsana de lo que ya era la deformación de la anomalía peronista.
En ese sentido, el aspecto más saliente de esas comprobaciones es la completa falta de escrúpulos y la evidente amoralidad del ministro-candidato.
Todos sabemos que Cristina Fernández de Kirchner es capaz de todo con tal de lograr sus objetivos que nunca salen de ser su enriquecimiento y su impunidad personal.
Pero Massa no tiene las limitaciones dogmáticas de Fernández y, en general, de muchos kirchneristas que jamás harían ciertas cosas. Massa las haría.
Cristina Fernández de Kirchner tiene odios atávicos que en alguna medida la encasillan dentro de un modelo previsible de maldad. Massa no se siente atado por nada que no sea el poder.
Desde usar chicos en sus spots de propaganda política, mentir, decir hoy una cosa y mañana otra y presentarse como alguien nuevo que no tiene nada que ver con el presente desastre, Massa está dispuesto a cualquier cosa. Literalmente.
Con todo lo que puede decirse de ella -siempre para mal, obviamente- es difícil encontrar archivos de Cristina Kirchner con contradicciones violentas: sus odios siempre fueron los mismos y, aunque haya por allí frases que en algún momento dijo porque le convenía que no coincidan con lo que dice hoy, en general, su veneno siempre alimentó el mismo tipo de comentarios, de observaciones y de decisiones.
No es el caso de Massa. Al contrario: Massa podría definirse justamente por ser un compendio de cinismos dichos con la tranquilidad del convencido. En eso tiene más cosas en común con el desaparecido Alberto Fernández que con el kirchnerismo. La única diferencia es que Fernández es un cínico de poca monta y Massa un cínico que sabe que su paso por el poder no será el producto de un simple acuerdo para ofrecerle a Kirchner una pantalla de impunidad.
Por eso aquellos temores iniciales parecen inocentes a la hora de proyectar un Massa presidente.
Sé que hay muchos que trazaron hace mucho un parecido entre Néstor Kirchner y Sergio Massa. Y no está mal.
El recorrido del kirchnerismo no habría sido el mismo si Néstor no hubiera muerto. La negrura de esa mente habría evitado muchas de las chambonadas que dejaron al descubierto las reales operaciones de la banda.
Ese costado maléfico es el que puede estar por reverdecer con Massa: un costado que al mismo tiempo que se adueña de todo les hace creer a los argentinos que con él viven mejor. Ya hemos tenido suficientes muestras del ejercicio de este maquiavelismo.
Milei decidió enfrentarlo con una candidez que, al mismo tiempo que es útil para mostrar el monumental contraste entre uno y otro, puede no ser lo que los argentinos admiren más: después de todo los países engendran el tipo de político que más los representa y, en ese sentido, no hay dudas que Sergio Massa encarna mucho mejor al pueblo que festejó un gol con la mano, que creía que pinchar adversarios con un alfiler estaba bien si servía para ganar y aquel cuyo juego de naipes más popular consiste en destacarse en el arte de mentir.
Por eso esta elección mas que entre Massa y Milei es entre los valores que una mayoría decisiva de la sociedad prefiere. Sé que los ejemplos que acabo de dar son simplificaciones antipáticas. Pero, muchas veces, en esas reducciones, uno encuentra una forma condensada y simple de la verdad.