En dos años Javier Milei pasó de la televisión a la Casa Rosada. No existe en la historia argentina una carrera política tan veloz. Sólo Juan Perón tuvo un ascenso que se le parece, pero en su caso ocupaba la Secretaría de Trabajo y Previsión y desde allí construyó una relación con los trabajadores más tarde, en las calles, garantizaron su libertad cuando fue apresado y luego su llegada al poder. Aquí todo el mérito es del dirigente libertario. Sus dotes histriónicas y su verba inflamada calzaron a la perfección con el descontento generalizado con la dirigencia política tradicional. Durante dos años fue el economista mediático que conectaba con la audiencia planteando, esencialmente, dos cuestiones: terminar con “la casta” política y con la inflación. Contó con la ayuda fundamental del oficialismo que llegó a las elecciones con el 140 por ciento de inflación anual, cuarenta por ciento de pobres y un tercio de los trabajadores en la informalidad.
Ni el diálogo con su perro muerto, ni la simpatía con los dictadores, ni la portación de armas o los insultos al Papa, ni el anuncio de recortes en áreas trascendentes del Estado, ni las amenazas de cercenar derechos adquiridos fueron suficientes para menguar el hartazgo de un sector importante de la población. La falta de empatía de la dirigencia política tradicional con ese descontento popular hicieron el resto. Durante la gestión de Alberto Fernández no hubo ningún gesto que permitiera aliviar ese malestar. Alguna vez el actual presidente me dijo, en la previa a una entrevista para Telefe, que esos recortes (en salarios de funcionarios o en gastos de la política) eran “una gilada que no movía el amperímetro”. Mietras tanto, Milei sorteaba su salario como diputado todos los meses y lo difundía por las redes sociales. Uno de los dos había entendido lo que muchos reclamaban, el otro no había entendido nada. Y no voy a abundar (porque ya lo escribí en este espacio) en como los Insaurraldes del peronismo abonaron a la fortaleza de Milei.
Con una escuela pública en deterioro permanente, salud pública con médicos mal pagos y deficiencias en la atención primaria y niveles de inseguridad alarmantes en los barrios populares de las grandes ciudades, al candidato oficialista se le hizo muy cuesta arriba explicar los riesgos de los recortes anunciados por el libertario. Con la «campaña del miedo» y la gran cantidad de fondos públicos distribuidos entre la población, apenas logró llegar al balotaje, y se puede considerar una proeza.
Milei entendió y utilizó a su favor la voluntad generalizada de cambio drástico, primero le ganó a Juntos por el Cambio y luego al peronismo. Ambas fuerzas están en ebullición. Juntos murió cuando Mauricio Macri se transformó en el principal sostén del libertario y engendró una nueva alianza de extrema derecha. La UCR busca una nueva identidad con sus socios de la Coalición Cívica y con quienes no salten a los brazos de Milei. En el PJ deberá darse una dinámica que evite la ruptura y permita la aparición de nuevos liderazgos. Ahora que será la principal fuerza opositora, allí tiene un lugar central el gobernador Axel Kicillof.
Milei prometió eliminar la inflación, bajar la pobreza y abrir una senda de prosperidad con recetas que no son novedosas: vender empresas del estado, fuerte ajuste del gasto público, bajar impuestos y abrir la economía con libre comercio. Carlos Menem y Mauricio Macri, lideraron procesos políticos bajo las mismas consignas y no terminaron bien. La mayoría del pueblo argentino decidió un cambio copernicano en lo político y en lo ideológico. Empieza una etapa inédita plagada de incertidumbre. El 56% de la población eligió creer que, esta vez, los resultados serán diferentes.