La semana pasada, una vez más, vimos el triste escenario de
calles inundadas, el tránsito colapsado, negocios con mercadería estropeada,
casas con el agua en su interior y cientos de autos también llenos de agua en
una ciudad lo más parecido a Venecia que se puede encontrar.
Todo esto, como suele ocurrir, plasmado en cuanto noticiero
apareciera por TV, diarios y radios, con testimonios de personas indignadas por
una situación que se repite, inevitablemente, cada vez que caen “cuatro gotas”.
Entonces empezamos a escuchar a funcionarios que tratan de
explicar, justificar o culpar, depende el lugar donde les toque estar en ese
momento, y a periodistas que nos cuentan, a modo de gran primicia, cuáles son
las verdaderas razones de este fenómeno.
El argumento más recurrente es, por supuesto, la conjunción
de la basura que tapa las bocas de tormenta y consecuentemente se mete en las
cañerías obstruyéndolas y la falta de mantenimiento de dichas cañerías.
Por supuesto que también se culpa a la creciente ola de
construcción en algunos barrios de la Ciudad de Buenos Aires, motivo por el cual
colapsan las redes pluviales y cloacales.
Hasta aquí, todos estamos de acuerdo en cuáles son las
causas, ya que todos los motivos enumerados, en mayor o menor medida, son los
verdaderos factores de este problema crónico, pero lamentablemente nadie aporta
soluciones, y lo que es peor, no se dice cuál es, en realidad, el verdadero
problema, que es lisa y llanamente la carencia total de infrestructura.
Pero este problema, el de falta de infraestructura,
lamentablemente no es exclusivo de la ciudad de Buenos Aires y las redes
pluviales o cloacales; es muy amplio y abarcativo.
En verano es un clásico que falte agua y haya infinidad de
cortes de luz, así como en invierno es un clásico la falta de gas.
También es un clásico ver a miles de personas recorrer
colegios para conseguir vacantes para sus hijos o ver a cientos de personas
pernoctando en hospitales haciendo una fila para poder conseguir un número y ser
atendido al día siguiente.
Como podemos apreciar, el problema no es sólo el de las
inundaciones.
Parece ser que nuestros gobernantes no se percataron de que
absolutamente toda la infraestructura que se armó en nuestro país, hace más o menos un
siglo atrás, no se construyó para una cantidad de alrededor de cuarenta millones
de habitantes. Vale aclarar que aún no sabemos a ciencia cierta cuántos
habitantes somos, porque
no se realizan censos.
Nadie, absolutamente nadie, salvo el ex presidente Juan D. Perón, que construyó
hospitales y escuelas —motivo más que suficiente como para que se recuerde a un
gobierno tan mediocre como óptimo— construyó nada, con excepción, que
lamentablemente debemos reconocer, de algunas obras hechas por gobiernos
militares.
Esto, lamentablemente, nos guste o no, es así, cosa que no
habla bien de los militares —después de todo, no nos olvidemos que
Perón también era, antes que nada, militar— sino todo lo contrario, saca a la
luz lo incapaces, negligentes e ineficientes que son los políticos argentinos.
Invito a aquellos que hoy tengan más de cuarenta años, a
que se retrotraigan en el tiempo y recuerden si hace veinte años atrás las
calles se inundaban como ahora, había cortes de luz y agua en verano o si era
tan difícil conseguir una vacante en un colegio o un turno para atenderse en un
hospital público.
Seguramente muchos dirán que siempre hubo calles inundadas
y cortes de luz, y por supuesto que es así, eso es innegable, pero no con la
frecuencia actual, de ninguna manera.
Los gobernantes deben entender que la población crece e
inevitablemente se necesita proporcionar servicio a una demanda que es cada vez
mayor, con el agravante de que hoy, debido a la caída sustancial del poder
adquisitivo de la clase media, cada vez son más las personas que requieren los
servicios de educación y salud estatales.
Y aquí hay una doble culpabilidad, ya que además de no
invertir en infraestructura, cada vez son más las personas que pagan impuestos —que en definitiva para eso son— para invertir en educación, salud, seguridad y
todo lo que ya sabemos. Dicho esto en otras palabras, cada vez son más los que
aportan, y cada vez es menos lo que recibimos por parte del Estado.
Por eso, no debemos caer en el facilismo de echarle la
culpa a la basura que tapa las bocas de tormentas, o al crecimiento
inmobiliario, ¿o acaso en las grandes ciudades del mundo tienen estos problemas?
La respuesta es NO, todas las ciudades importantes del mundo crecen, pero ese
crecimiento va acompañado de obras acordes; por consiguiente, nuestro problema
es fácil de dilucidar, y no tan difícil de ejecutar.
La palabra clave es, sencillamente "infraestructura"
palabra que parece no existir en el vocabulario de nuestros gobernantes.
Pablo Dócimo