En 1933, proveniente de Lodz, Polonia, donde había nacido en 1928, llegó al país con sus padres, Meir Zylberberg. En 1963 se graduó como Doctor en Economía con la tesis “Economía, Libertad o Coacción”.
En 2006 Zylberberg escribió “Las Raíces Totalitarias del Fracaso Argentino”, un libro de 200 páginas en el que explica el precio que la Argentina pagó por el abandono de la Constitución de 1853/60 y del Sistema Económico y Rentístico que Alberdi había explicado en el libro del mismo nombre.
Se trata del estudio más breve y preciso que se conoce sobre cómo se gestó la contrarrevolución corporativa y fascista que sepultó el edificio liberal que había construido la Constitución y que le había significado al país una era de progreso sin igual que lo sacó de la postración del desierto y lo llevó al estrellato mundial, a la holgura económica y al desarrollo social y cultural.
Zylberberg detalla prolijamente cómo se arruinó la moneda con la creación del Banco Central, cómo se estigmatizó el éxito con la creación del impuesto a los réditos y, finalmente, cómo Perón aprovechó todo eso para ordenar, en una hermenéutica única, un Nuevo Orden que reemplazó al anterior y que llevó a la Argentina a la crisis permanente que liquidó su riqueza y la transformó en uno de los países más pobres de la región.
Ese recorrido, que Zylberberg detalla en su libro, es el que el Presidente Milei quiere revertir con el anuncio inicial de ayer. Y digo inicial, porque la presentación del DNU que se publicó en el Boletín Oficial, fue solo el comienzo de un largo camino de reformas para desandar el sendero del fracaso y la decadencia y empezar otro de libertad y progreso.
No hay dudas que habrá serias resistencias al cambio: durante ocho décadas los argentinos fueron educados en una concepción que es la antítesis de la libertad y de la autonomía de la voluntad. A lo que estamos acostumbrados es a tener un tutor que nos diga lo que tenemos que hacer, cómo hacerlo, cuándo hacerlo y dónde hacerlo. No tenemos la menor idea sobre cómo es la vida libre, la que surge del simple acuerdo de partes, la que puede decidir lo que quiere hacer y cómo lo puede hacer.
Ayer Federico Sturzenegger se mostraba asombrado cuando surgieron algunos cacerolazos y reuniones de ciudadanos en los alrededores del Congreso. Quien preparó y llevó adelante el estudio sobre la desregulación económica decía “es increíble que la gente proteste porque se le está dando más libertad…”
Pero es lógico: nadie nos enseñó que ese estado es, con todo, el natural de la convivencia humana y que de allí surge una vida más creativa, holgada, innovadora y confortable. Lo natural para los argentinos, sin embargo, es que el miedo aparezca primero y que la sensación que se tenga es la de un súbito desamparo.
Habrá que trabajar mucho ese aspecto para volver a alimentar el costado valiente de los argentinos (no el violento, no el patotero, no el bravucón) y con ello demostrar que la vida es un desafío que está en nosotros aceptar y domar. No es coherente que el pueblo que tanta alharaca hace de su enjundia se apichone porque ahora tiene en sus manos la capacidad de decidir qué hace.
Pero, aun así, allí hay un trabajo por hacer. Y debe hacerlo el Presidente. En persona. Ese es el rol del líder que ve lo mejor para su pueblo y se lo explica, le pone un norte, le describe un horizonte esperanzador y, finalmente, le despierta un entusiasmo sano que lleva a la gente a soltarse y confiar.
El camino de la des-socialización, de la des-estatización y del des-dirigismo será largo y habrá que acompañarlo con una arenga que mantenga en alto la supremacía de la libertad. Fueron muchos años de machaque colectivista como para creer que una aparición por cadena nacional anunciando un decreto de necesidad y urgencia bastará para que el rumbo cambie.
El propio Zylberberg cuenta que durante 1946 se emitieron más de 16000 decretos (en un momento donde la figura de los DNU no existía) con los que el peronismo plasmó el cambio de régimen y lo hizo pasar de la libertad de la Constitución al dirigismo del fascismo vencido en la guerra.
Vaya eso para los “puristas” que hoy se espantan porque el Presidente Milei utilizó un DNU para revertir el camino de las regulaciones. Los DNU fueron inventados por los que hoy se agarran la cabeza cuando alguien utiliza esa herramienta para implementar un set de disposiciones que aquellos nunca imaginaron que pudieran llegar a ser realidad un día. ¡Qué se le va a hacer: son los riesgos de introducir en la Constitución un Frankenstein indomable que, cuando cobra vida propia, no se sabe en manos de quien puede caer! Es más , creo que un proceso de reformas completo debería incluir una modificación a la Constitución para eliminar los DNU.
Pero volviendo al estudio de Zylberberg, ustedes calculen que, para mediados de los años ‘40 en la Argentina regían unas 12000 leyes, más o menos. Es decir, Perón emitió entre enero de 1946 y noviembre de ese mismo año (primero como secretario de trabajo y vicepresidente -pero dueño en los hechos del gobierno- y luego como presidente) más legislación que todas las leyes que el Congreso había sancionado desde 1853 hasta esa fecha. Luego, sí, una ley “ómnibus” le dio a los decretos entidad de ley.
Cuando la Corte Suprema de Justicia empezó a mostrar señales inequívocas de que se aprestaba a declarar la inconstitucionalidad de la mayor parte de esa legislación, Perón les inició juicio político a 4 de los 5 jueces y los echó.
Muchos estudiosos de la historia comparada dicen que allí radicó una gran diferencia entre la suerte moderna de los EEUU y la Argentina: mientras aquí Perón pudo atropellar las garantías y límites constitucionales, en EEUU la Corte frenó gran parte del New Deal de Roosevelt en todo lo que los jueces consideraron un avasallamiento sobre los derechos y libertades individuales.
Es decir, Perón tuvo la audacia de emprenderla contra un modelo echando mano a cuanto método tenía a mano. Legal o ilegal, constitucional o inconstitucional, pacífico o violento. No le importó nada: su norte era abatir el edificio ideológico de la Constitución y no reparó en nada para lograrlo. Fue exitoso en el arte de cumplir su designio y la Argentina pagó con 80 años de degradación el hecho que él pudiera cumplir su sueño.
Ayer fue el primer capítulo -histórico por lo simbólico- de un largo camino de reversión, de un camino hacia la recuperación de la libertad. Vendrán otros. Va a ver reacciones de miedo y abstinencia. Espanto por lo desconocido.
El Presidente debería acompañar ese proceso no solo con el costado técnico que todos le reconocen sino con el agregado de un inasible valor épico que le dé un contenido trascendente y glorioso a la gesta; un contenido que entusiasme, motive y aliente.
Porque esto ES una gesta: enfrentar con decisión y valentía las ataduras que asfixiaron la vida argentina por casi un siglo no puede calificarse de otro modo. Hacerlo incluso con la incipiente resistencia de quienes serán los beneficiados torna aún más dramática la empresa.
No hay dudas de que el problema fue finalmente identificado. Toda la energía del gobierno está puesta ahora en pulverizarlo. Del problema “vivieron” muchos vivos durante mucho tiempo. Esa vigencia construyó una dura caparazón debajo de la cual hay muchos que pretenden seguir refugiándose. El Presidente también deberá explicar eso. Con paciencia, con ejemplos fáciles pero al mismo tiempo verdaderos y reales. Debería reservar un capítulo entero, por ejemplo, a cómo el engaño de los “derechos ganados” fue un embuste carísimo que solo benefició a privilegiados y empobreció a la mayoría. La tarea no será fácil, pero si tiene éxito habrá sentado las bases de un cambio paradigmático de la Argentina.
Al Presidente no lo desvela ni la popularidad, ni la reelección, ni la palmada fácil. Pero, justamente, como no le interesa la adulación sino la fidelidad y la pasión por lo que debe hacer, es posible que el Universo lo premie no solo con conseguir lo que quiere para el país, sino con el brillo del bronce que la Historia sólo reserva para aquellos que se animan a torcer su curso.