Hay frases cargadas de símbolos. Y en
política, que cuando se bastardea constituye el arte de la simulación, las
mismas sirven para disimular o simplemente camuflar la realidad. Durante el
decenio menemista, se erigió todo un andamiaje propagandístico tendiente a hacer
creer al conjunto del pueblo que era preciso rematar a precio vil al Estado
Nacional, como condición necesaria para ingresar al convite del "Primer Mundo".
De más está decir que Argentina terminó sirviendo la mesa, y luego ni siquiera
pudo contentarse con las migajas. Terminada la fiesta, con la Alianza en
Balcarce 50, las usinas delarruistas mostraron que el anodino presidente era
todo un titán ético para luego chamuscarse en los fuegos de diciembre del 2001,
luego de arrojarse a besar la calva testa de Domingo Cavallo, garante de aquella
ilusión noventista del 1 a 1.
En los tiempos gélidos del "pinguinato", la sempiterna
fábrica de bolazos trató de que la administración del ex gobernador santacruceño
iba a gestar un país en serio, pero a poco de andar se vislumbró que en rigor de
verdad era un cuento chino. Y de los peores.
Néstor Kirchner estaba obsesionado con perder siquiera una
minúscula pizca de poder. Temía sobremanera que algo se le escapara de las
manos, y llegó al extremo de leerse todos los diarios para enchincharse con
tal o cual periodista a causa de algo que no resultó de su agrado. Y
también, controló al extremo mediante aprietes y censura manifiesta la prensa y
sobre todo, a los medios independientes que siguen resistiendo en Internet.
Contrariando el espíritu movimientista gestado por Perón, el
ahora inquilino de una coqueta oficina en Puerto Madero primero vació de
contenido al alicaído justicialismo, para luego fracturarlo y consecuentemente
ponerse a su frente cuando éste ya no es más que un descascarado mascarón de
proa de un hato de obsecuentes.
Si bien no se creyó el citado general, soñaba con ver también
la Plaza colmada y no vaciló en alquilarla llenándola de militantes comprados
que son movilizados desde el conurbano bonaerense en micros por los intendentes
chupamedias. Pero como ilustra la foto de arriba, la valla que la separa de la
Rosada manifiesta la lejanía insalvable con el resto de los sufridos habitantes
de este país.
Al cuadrado
La misma distancia es mantenida a rajatabla por su mujer y
continuadora, CFK. En los últimos días, se la vio rodeada de piqueteros amigos
intentando recibir un poco de calor popular, y ayer —4 de marzo— custodiada por
los expertos seguidores del camionero Hugo Moyano. Pero en el otro espectro de
la realidad, un cacerolazo en repudio de la inseguridad se está gestando para el
viernes 14 del corriente, que tendrá lugar justo enfrente de Balcarce 50.
Justamente, a esa manifestación popular que fue el cenit del binomio De la Rúa-Cavallo,
le temía Kirchner por sobre todas las cosas cuando era amo y señor de estas
tierras.
La paradoja de este momento histórico actual radica no sólo
en todo esto, sino que luego de la peor crisis institucional sufrida por la
República, desmovilización de masas llevada a cabo por el menemismo mediante, se
ha ahondado no sólo la distancia entre los supuestos representantes del pueblo y
sus representados, sino también que estos han pasado de la marcada indiferencia
a situaciones de abierta hostilidad.
Con la mayoría de la corporación mediática en runfla con el
oficialismo, ese desagrado va in crescendo en la web, constituyendo la
misma la última trinchera frente a la mediocridad y la hipocresía que emana del
palacio.
Si bien “la verdad los hará libre”, siempre viene bien
mantener en alto eso de que la “verdad es la única realidad”, para no perder el
norte de la brújula frente al bombardeo mediático de tanto fatuo suelto. Y en
esta vorágine, debe recordarse también que “existen momentos en que resulta
imperioso comenzar a escuchar a los que tienen derecho a hablar” (Los chicos
de la guerra, de Daniel Kon). Y precisamente, son todos los que están
hastiados de pararse en un cuarto oscuro, dudando a quien sufragar para que
luego no suceda lo del Gatopardo, que todo cambie, para que todo siga igual.
Fernando Paolella