El discurso del Presidente Milei en Davos sirvió para confirmar una vez más que, desde el punto de vista teórico, la Argentina está en el buen camino: en el camino que les dio a los países que viven bien su extraordinario nivel de vida, su confort, su estilo relajado, una vejez apacible para los que ya se retiraron y sueños realizables para los que aún están activos.
Resulta trágicamente paradójico que el conjunto de ideas que se presentó altaneramente ante el mundo arrogándose el iluminado conocimiento de la fórmula que terminaría con las “injusticias” de la libertad haya dirigido a los países que le creyeron a la más despiadada pobreza y a carencias que el mundo civilizado, muchas veces, ni siquiera imagina.
Que semejante fracaso no haya sido suficiente aún para llamar a silencio a este conjunto de empobrecedores seriales es uno de los misterios más llamativos del mundo actual.
El solo hecho de ver fotografías seriadas en continuado de las ciudades emblemáticas que actúan como una tarjeta de presentación postal de cada uno de los sistemas que imperan en ellas alcanzaría y sobraría para dar por terminada la discusión.
Un simple repaso por los skylines de New York, Sydney, Auckland, Toronto, Honolulu, Seúl, Vancouver, Amsterdam o la bucólica Brighton sería suficiente para contrastar con la epidemia que viven La Habana, Caracas, Managua, Luanda o la propia Moscú.
Sin embargo, fuerzas que aún son difíciles de explicar por la simple aplicación de un razonamiento lógico, mantienen vivos esos regímenes que, como dijo el Presidente en Suiza, solo sirven para traer hambre, destrucción y crímenes.
El triunfo de Milei, obviamente, le ha dado a la concepción que sacó al mundo de 4000 años de miserias, una oportunidad en la Argentina. El caso del país es, en ese sentido, doblemente llamativo. Países como Nicaragua, Angola, Rusia y hasta los mismos casos de Cuba y Venezuela (que apoyados en el dinero norteamericano –en el caso de Cuba- y en la bendición petrolera –en el de Venezuela- sí habían acariciado momentos de holgura), nunca habían conocido de cerca el mecanismo de la libertad individual y de cómo su funcionamiento fluido puede sacar de la miseria a un pueblo y llevarlo al estrellato mundial. Pero la Argentina sí. La Argentina sí había saboreado la comprobación fáctica de ese suceso poco menos que milagroso que, desde ser un desierto infame, la había llevado a convertirse en una especie de astro en el firmamento universal.
Sin dudas esas fuerzas a las que aludimos recién (que permiten que frente a semejantes demostraciones empíricas el pobrismo socialista siga dando batalla) debieron ser muy fuertes en el país para, no sólo imponerse, sino derribar el extraordinario estándar de vida nacional y reemplazarlo por una dramática escasez.
¿Qué fue lo que produjo semejante fenómeno? Sin dudas, el país (o una parte de él) venía acumulando una especie de bronca que no logró ser canalizada por los carriles que ofrecía el sistema de la Constitución.
No es un detalle menor el hecho de reconocer que el modelo de 1853/60 fue un modelo “adoptado y adaptado” (según las palabras de los propios Padres Fundadores) que suponía una síntesis aceptable entre las instituciones de la libertad (que ya en aquel momento desplegaban todos sus beneficios en algunos países del mundo) y las tradiciones heredadas de la cultura hispana.
Esa “cruza” no fue fácil. La criatura nacida del experimento que propuso la Generación del ’37 conservaba parte del ADN heredado de la Casa de Contratación de Sevilla, de la dependencia del Estado, de la necesidad de rogar por un “permiso” y del culto a la autoridad.
Cuando los acontecimientos empezaron a rodar y la parte de “ADN libertario” enseguida produjo resultados sorprendentes (en términos de nivel de vida, progreso y riquezas) todo pareció marchar sobre ruedas: la Argentina rápidamente dejó atrás las humillaciones y las privaciones sufridas durante la Colonia y durante los primeros años de vida independiente y la única duda consistía en saber cuándo el país se convertiría en el más rico del mundo.
La Argentina llegó incluso a develar esa incógnita cuando los registros mundiales de PIB per cápita ubicaron al país en el primer lugar del ranking en 1896, apenas 30 años después de jurada la Constitución.
Pero la parte de “ADN estatista” estaba allí, agazapada, esperando su momento. Y el momento llegó.
Cuando los términos de la asociación económica especial que el país tenía con Gran Bretaña cambiaron a partir de la crisis de 1930, el “ADN estatista” dio el zarpazo.
Enfrentados con los primeros problemas “graves” los argentinos, que claramente aún no habían hecho completamente suyos los principios del “modelo adoptado” se replegaron sobre su propia caparazón, se aislaron y corrieron detrás de los permisos del Estado. Fue el escenario que un confundido José Ortega y Gasset advirtió en su visita al país y que dio origen a su extraordinario ensayo “El hombre a la defensiva” (José Ortega y Gasset, Obras Completas, Alianza Editorial, Madrid, 1983).
Ese repliegue generó las condiciones sobre las que se comenzó a cocinar el caldo peronista que aparecería en el menú 15 años después, para ya nunca más salirse de la dieta.
Ese caldo apeló a lo peor, no solo de los argentinos, sino a lo peor de los sentimientos humanos: la envidia, el resentimiento, la rabia, la frustración, el odio. No dejó ninguna de esas herramientas sin utilizar: las uso a todas. Perseguía el doble objetivo de doblegar lo que odiaba y de eternizarse en el poder. Hasta hoy logró bastante de ambas cosas.
¿Podrá el impecable contenido discursivo del Presidente en Davos bajar a la realidad, demoler el edificio construido por el pobrismo peronista durante 80 años y transformarse en hechos que vuelvan a colocar a la Argentina en la senda de la modernidad, del progreso y de la libertad individual? Nadie lo sabe. La oportunidad fue abierta por un torrente electoral que, en las urnas, derrotó a la Casa de Contratación de Sevilla por amplio margen. Habrá que ver si también la derrotó en los corazones de los argentinos para que vuelva a prevalecer allí el “ADN libertario” y quede sepultado definitivamente el “ADN estatista”. Esa cruza inicial debe resolverse definitivamente. El “ADN estatista” nos viene de nacimiento. El “ADN libertario” fue adoptado.
Dicen que los amores de adopción suelen ser incluso más fuertes que los del propio nacimiento. Ojala la elección del 19 de noviembre nos haya dado la posibilidad de probarlo.