Cuando desaparece físicamente un periodista, meditamos, reflexionamos y por un instante nos damos cuenta de que el ritmo de la vida humana es acelerado. La “lucha por la vida” se hace más escabrosa, y austera, el trajín para saciar el afán de los apetitos confundidos que nos avasallan es perpetuo.
La aspereza de los acontecimientos, juntamente con la incertidumbre del mañana. concluyen con la desorientación o llevándonos a la búsqueda de placeres inmediatos que la mayoría de las veces, a lo único que tienden es a una mayor desmoralización.
Cuando desaparece físicamente un periodista alguien deja de hacer preguntas molestas. Alguien deja de investigar…
Cuando desaparece físicamente un periodista, se apaga muy lentamente el centelleo de una estrella en el Universo y aunque nos queda su huella como el recordatorio de que existió un artífice, su paleta y sus pinceles ya no tienen cómo expresar esa fuente de energía que se ha ido irresponsablemente.
Nuestro tiempo nos ha enseñado a vivir y a producir con rapidez, sin contemplar la vida, sin pensamientos y sin reflexiones. Hace un siglo, el pensar era todavía indispensable para los hombres de estudio. Había ideas en los cerebros y en el ambiente. Hoy las ideas se sustituyen por las citas. Piensan otros en lugar nuestro. Los trabajos de erudición son una prueba de estas observaciones. Los de entonces no tenían tantas notas eruditas como las de hoy. Estas diferencias no revelan falta de investigación, sino ausencia de pensamientos.
Cada día pensamos menos porque el vértigo de la vida así nos lo impone.
El sensacionalismo ha cobrado mayor peso que la información referente al desarrollo tecnológico, la cultura, la educación, la salud, el desarraigo, la migración interna, la planificación urbana o rural, el agua, las fuentes de energía, la minería o problemas que hacen a la calidad de vida vigentes en el país todo. Nos han enseñado a vivir el presente sin proyectarnos hacia el futuro como personas y como país. La clase dirigente también, los políticos, los sindicalistas, los empresarios y muchos destacados periodistas sólo se ocupan de salvaguardar sus intereses.
Si una democracia depende en buena medida de la calidad de las formas de comunicación que la hacen posible, es necesario rehabilitar la vida pública, llenando el presente de palabras y actos que permitan imaginar nuevos horizontes, dado que faltan propuestas y sobran escándalos en el estéril panorama intelectual de los medios.
Un demagogo le dice a las personas lo que quieren escuchar. En cambio, un periodista debe comunicar, preguntar, cuestionarse, explicar, a las personas los retos que como sociedad se deben enfrentar, aunque eso atente contra su popularidad.
¿Si nuestra existencia está estancada, para qué vivimos?… Toda luz tiene su sombra, un territorio de tinieblas donde habita lo que deseamos de verdad. Como todo territorio inexplorado las sombras esconden tesoros pero, por mucho oro que hay en ellas, no deja de ser una sombra, llena de oscuridad, de esquinas e incertidumbres.
Es la luz la que nos deslumbra, la que ilumina el camino que transitamos pero, son las mismas sombras las que nos definen. Es ahí donde no llega la luz, donde reside el Alma, lo que escondemos, lo que perseguimos, lo que pretendemos, lo que somos de verdad…
En esta globalidad cada vez más consciente, los cambios van ocurriendo rápido; las guerras, la desigualdad, la falsedad y la mentira se revelan para quien quiera entender y nos compromete. Nos compromete a tomar decisiones. Ya no es algo que les ocurre a los otros. No se puede esconder la basura debajo de la alfombra, está ahí, hace montaña y tiene olor.
“No sabía, no me dijeron, no me entere”, son frases del pasado. A cada uno en nuestra infinita proporción nos compete obrar para lo que sí queremos lograr, porque el mundo ya no da para más, si no nos comprometemos con nosotros mismos.
Venimos a aprender y a evolucionar, y más que aprender, a recordar, ya que dentro de cada uno está guardado todo el conocimiento y la tarea más importante que nos toca realizar es recuperar ese Poder que atesoramos y manifestarlo…
José Luis Cabezas fue un reportero gráfico argentino asesinado y calcinado en General Juan Madariaga, 25 de enero de 1997. Su homicidio fue el mayor emblema de la lucha de la prensa argentina por la libertad de expresión. La repercusión derivó en cambios en el gabinete del entonces presidente Carlos Menem, y en las derrotas del Partido Justicialista en las elecciones legislativas de ese año y en las presidenciales de 1999, cuyo candidato fue el hasta entonces gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde.