Este tórrido verano que azota a la Argentina tiene su epicentro en las maratónicas sesiones del H° Aguantadero, y no es para menos. Un presidente, que desmiente con sus actos el fascismo que le endilgan el trotskismo y el narcokirchnerismo, envió a discusión (en realidad, a vivisección) dos enormes paquetes legislativos, la “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” (aprobada ayer en general por amplia mayoría) y el Decreto de Necesidad y Urgencia, con los cuales pretende dar vuelta al país como un guante y relanzar su destino.
El jueves, después de fracasar en la tentativa de suspender la sesión en la Cámara de Diputados, la sociedad contranatura de camporistas ladrones y trotskistas subnormales decidió trasladar sus acciones a la calle para unificar sus reclamos precisamente con las más claras víctimas del populismo que arrasó el país. Mis retorcijones se agudizaron al ver al caradura Diputado y tan ilegalmente enriquecido Máximo Kirchner moverse burlonamente por la plaza, acompañado por una guardia pretoriana de desvergonzados colegas, entre los que destacaban Cecilia Moreau (nada menos que Vicepresidente 1° de la Cámara), el políglota ex Canciller Santiago Cafiero, la inefable Victoria Tolosa Paz, y Nicolás del Caño con Myriam Bregman, estos dos últimos representantes de una izquierda trasnochada que sólo alcanzó al 2% de los votos en las elecciones.
Sólo un país tan generoso como el nuestro permite que los causantes de tanta miseria fomenten la violencia irracional de verdaderos subversivos paseándose disfrazados de demócratas y republicanos, sin que nadie les exija rendir cuentas de sus nefastas gestiones y, menos aún, de sus inexplicables patrimonios. Habíamos tenido un adelanto el miércoles 24, cuando Axel Kiciloff, responsable directo por impericia dolosa de una de las mayores estafas que hoy nos agobian (el juicio perdido en Nueva York por la estatización del 51% de YPF, que costará US$ 16.100 millones) apareció sonriendo en la marcha de la CGT, mientras la Provincia que gobierna lloraba desesperada a Umma, la niña asesinada.
Nada de eso, sin embargo, puede llamar la atención de una sociedad hipócrita que, a cambio de falsas dádivas estatales, toleró sin inmutarse que el frustrado (por la temprana muerte de su gestor) proyecto de dinastía milenaria llevara adelante un horrible ataque a las instituciones y a las libertades individuales. Claramente en contra de tan perversas intenciones, y hartos del mal trato que nos propinó el kirchnernismo durante sus cuatro períodos presidenciales, elegimos a este Javier Milei, que hoy nos gobierna apoyado por el voto de 56% de los argentinos.
Pero también la recién estrenada gestión me produce retorcijones y me sume en dudas. Al deplorable nombramiento de Mariano Cúneo Libarona como Ministro de Justicia, tema al cual me he referido en las últimas notas, a la conservación de notorios camporistas en los asientos principales de Aerolíneas Argentinas y otras empresas estatales y de colaboradores de Sergio Massa en cajas públicas gravitantes y sospechadas, como AySA, en una clara protección a la corrupción de su mujer, Malena Galmarini, sumo otras designaciones que me hacen demasiado ruido. Daniel Scioli en Turismo y Deportes, o el hermano de Manuel Adorni, vocero presidencial, como asesor en Defensa (hubo que eximirlo de cumplir los requisitos para ello) son algunos, pero no los únicos, tristes ejemplos. Lo mismo sucede con el mantenimiento de la inexplicable protección a las armadurías de Tierra del Fuego, de la cual son principales beneficiarios Rubén Chernajovsky y Nicolás Caputo, tan costosa para el erario como insostenible.
Como ya dije, estoy dispuesto a ser paciente y esperar hasta ver cómo se desempeña un gobierno al que apoyo y que sólo lleva cincuenta días de estrenado e inclusive, a soportar calladamente el ajuste que está destruyendo, a una velocidad equivalente al 25% de inflación mensual, el poder adquisitivo de mi jubilación mientras los gastos a los que mi edad me impide renunciar (la prepaga médica) aumentan desmesuradamente.
Pero ello no obsta a que, como tantos otros, deje de preguntarme qué alcance tienen los antiguos y ya innegables acuerdos entre Milei y Massa e, inclusive, el supuesto pacto entre el Presidente y Cristina Fernández. Tengo la más absoluta convicción de que la sufrida clase media, hasta el momento única destinataria del durísimo ajuste, dejará de acompañar al Gobierno y comenzará a resistirlo si éste no avanza en la persecución a la sideral corrupción kirchnerista, que nos ha dejado prostrados y exánimes; sólo cuando perciba que esa gigantesca asociación ilícita comienza a pagar penalmente por sus pecados y se recuperan, vía extinción del dominio, por lo menos algunos de los bienes mal habidos, estará dispuesta a extender una confianza que, vistos los proyectos que el Ejecutivo envió al H° Aguantadero, constituye un virtual cheque en blanco.
Obviamente, el riesgo de un grave estallido social se agudiza con estos altísimos niveles de inflación, en especial cuando al lógico caldo de cultivo lo sazonan con vandalismo la izquierda violenta, siempre tan magra en votos como activa y visible en la calle, unida al peronismo reivindicador de absurdos y perversos privilegios sindicales y a los gerentes de la pobreza, habituados a organizar saqueos y conflictos para proteger sus intereses. Si el Gobierno no logra reducir la depreciación del peso en el segundo trimestre, ese peligro siempre latente seguramente se convertirá en realidad; a partir de entonces, el desenlace será por completo impredecible.