En los matrimonios desavenidos las peleas son frecuentes. Muchas veces uno de los cónyuges tiene ineludiblemente razón: lo asiste el sentido común o, incluso, la verdad empírica de los hechos.
Aún así el otro cónyuge no está dispuesto a rendirse, sabe que su marido (o su esposa) tiene razón pero no quiere dar el brazo a torcer. Ni en sueños dirá: “tenes razón”. Pero, en el fondo, sabe cómo son las cosas. No va a admitirlo. Pero sabe de qué lado está la razón.
Entonces encuentra un punto intermedio entre admitir su error y seguir insistiendo en que tiene la razón: la cara de culo.
Y eso es lo que predominó en muchos de los sectores de la oposición (en especial, claro está, del peronismo y del kirchnerismo [no incluyo a la izquierda porque la izquierda argentina es una entidad que gira en una orbita distinta a la de la Tierra]) el viernes por la noche cuando el Presidente Javier Milei dio su discurso sobre el Estado de la Nación. (Aclaro que, en estas columnas, nunca más llamaré a ese discurso “discurso de apertura ordinaria de sesiones” sino que le daré el nombre que tiene, el de un informe al pueblo sobre cual es el Estado de la Nación).
La cara de culo revela impotencia e intransigencia. Es decir, esa rara combinación que se da en el que no puede rebatir los argumentos de otro pero que tampoco está dispuesto a aceptarlos. Es lo que muchos llaman fanatismo.
El completo fracaso de la idea del “Estado Asistencial” -que no solo no produjo una sola asistencia aceptable para nadie sino que se reveló como una máquina mentirosa solo eficiente para convertir en millonarios a los que se sientan en sus sillones y a sus serviles militantes- ha llevado a la Argentina al borde de ser considerada un Estado fallido.
Es tal la miseria vergonzante en la que se halla sumido el pueblo, que seguir insistiendo en la defensa del modelo que la produjo solo puede obedecer a dos motivos: o sos uno de los que, de alguna manera, vive de esa inmundicia corrupta; o sos alguien que cayó víctima del adoctrinamiento y del lavado de cerebro al que aquella misma nomenklatura te sometió durante décadas, al punto que hoy no sos más que un zombie que repite eslóganes como un loro.
El Presidente Milei produjo un discurso disruptivo, rebelde contra el status quo y que apeló a fibras que ni siquiera sé si muchos argentinos saben que tienen o, incluso, si les gustaría tener.
Por ejemplo, me pregunto cuántos de los que escucharon el discurso tanto adentro como fuera del recinto, saben lo qué significa el “espíritu de frontera” al que aludió el Presidente.
Esa apelación refiere a un estado indómito del alma que no se conforma con lo que tiene y que aspira a más.
Es la cultura del avance y de la conquista; el temple de Roca llevando los confines del país adonde su destino manifiesto lo ubicaba. ¿Hay hoy argentinos con “espíritu de frontera?
¿Adonde quedó esa bravura argentina, ese espíritu desafiante que no se amilanaba ante nada? Muy posiblemente se transformó en una bravuconada hueca, en una excitación que se entusiasma más coqueteando con el delito que enfrentando los desafíos lícitos de la vida, en una aspiración a irla de malo que se apichona en cuanto algún valiente de verdad decide correrla con no mucho más que una vaina.
A esa fibra apeló el presidente el viernes. ¿Habrá logrado reavivarla?
¿O las caras de culo indican que se siguen sintiendo cómodas con el sistema y que no van a dejar de defenderlo, cuando ya la épica del mensaje presidencial haya bajado?
¿Caerán las caretas que defienden las jubilaciones de privilegio para funcionarios? ¿Alguien estará dispuesto a defender la idea de que está bien que un condenado en segunda instancia por corrupción pueda seguir presentándose como candidato a ocupar cargos públicos? ¿Quiénes serán los que se opongan a establecer cómo delito imprescriptible, para el presidente, el vicepresidente y el ministro de economía de turno, la directiva de emitir dinero sin respaldo? Si te opones ¿quiere decir que estás a favor de emitir dinero sin respaldo?
¿Quiénes serán los que se opongan a reafirmar (parece mentira que haya que hacerlo frente a una Constitución que así lo dispone hace 170 años) la inviolabilidad de la propiedad privada?
¿Quiénes votarán por el desequilibrio fiscal o en contra de la reducción de los impuestos?
¿Quiénes querrán mantener el actual sistema previsional y quiénes preferirán que la coparticipación continúe siendo un sistema dominado por la “rosca” en lugar de ser un esquema que haga más autónomas (y más responsables) a las provincias?
¿Quiénes se negarán a que la Argentina aumente su participación en el comercio mundial y votarán por el encierro que condena al pueblo al aislamiento, a la antigüedad y a los productos caros y malos?
¿Quiénes seguirán defendiendo leyes laborales del fascismo solo aptas (como lo prueba la realidad) para convertir en millonarios a dirigentes sindicales vitalicios y para arrojar a la intemperie del mercado negro a la mitad de la fuerza laboral activa del país?
Obviamente los beneficios de lo que Milei llama “casta” son muy grandes como para que un grupo de privilegiados vaya a renunciar a ellos más allá de que el pueblo se cague de hambre.
El presidente fue claro: a él no le importa quedar relegado al ostracismo si ese es el precio que tiene que pagar por defender su sed de libertad.
Es una decisión que los que lo enfrentan deberían tener en cuenta: su propio perjuicio político ni le interesa ni lo incomoda.
El Estado de la Nación es espantoso. Deudas, números estrafalarios de inflación, de pobreza y de indigencia, facturas impagas, empresas públicas quebradas, servicios desfinanciados e ineficientes, juicios perdidos por malas praxis dignas de burros, costos de corrupciones generalizadas, dineros públicos despilfarrados en gastos para satisfacer privilegios de unos pocos, estafas en todos los “servicios” que se supone el Estado debe prestar, kioskos detrás de cada ventanilla y ventanillas abiertas expresamente para ser convertidas en kioskos. Al lado de eso una nomenklatura que vive como si fueran cortesanos o señores feudales del siglo XVI.
Esto es lo que el argentino medio paga y por donde se pierde la energía y el dinero de sus esfuerzos.
El discurso del viernes y la invitación al Pacto de Mayo puede ser un quiebre en la Historia. El presidente tendió la mano para que lo acompañen aprobando las leyes que componen el capítulo expansivo de su programa, el que amortiguará los enormes dolores que causan las medidas necesarias para poner en orden el desquicio macroeconómico del peronismo.
¿Tendrán los de las caras de culo la grandeza de decir “tenes razón” aunque más no sea para beneficiar de verdad -aunque sea por una única vez en la vida- a quienes siempre dijeron defender?
Comparto la desconfianza y el escepticismo del presidente pero, también como él, no pierdo la esperanza de que, aunque sea por una vez, la razón se imponga sobre el fanatismo, sin importar cuán desavenido esté el matrimonio.