Se cumplen cien días de Javier Milei como presidente de la Nación. Cien días de un jefe de Estado que sueña con destruir el Estado. Su perfil ideológico es una rareza en el mundo. Un anarco-capitalista en el poder sólo tiene como antecedente el fugaz paso por el gobierno de la primera ministra inglesa Liz Truss. Cien días en donde la capacidad de compra del salario y las jubilaciones se desplomaron. Cien días de conflictos permanentes, de insultos y de chicanas. Milei se peleó con políticos (incluso con los más afines), confrontó con gobernadores, con artistas y hasta con periodistas (el que no aplaude cada una de sus decisiones es inmediatamente fulminado por su dedo acusador y rematado por las hordas virtuales). Su retórica incendiaria y su rechazo a negociar con los opositores le permitieron cosechar dos derrotas en el Congreso de la Nación (“el nido de ratas”): la Ley Ómnibus y el rechazo al mega DNU 70/2023 en el Senado. Sin embargo, los libertarios celebraron. Milei siente que gana con cada traspié. “La casta queda expuesta”, alecciona.
Cien días dónde el dólar se quedó quieto, el Banco Central recuperó reservas de manera constante y bajó el déficit fiscal. Milei redujo el gasto público a golpe de motosierra, con cierres de oficinas públicas y despidos (Incaa y Télam, entre otras); con quita de subsidios a las provincias y suspensión de todas las obras públicas.
Cien días sin recursos para las universidades públicas. Cien días donde se dispararon los precios de combustibles, las cuotas de las prepagas, el precio del transporte, los alimentos y medicamentos. Cien días donde bajaron las ventas y comenzaron los despidos también en el sector privado. Cien días con piquetes y protocolo de Seguridad.
Cien días donde la popularidad del Presidente parece intacta. Cuanto menos cuenta con el mismo apoyo que cuando ganó el balotaje, dicen los encuestadores. Como lo definió un economista: “hay recesión con ilusión”. Y una apuesta a ciegas para que no vuelva el peronismo. “La bronca que lo trajo hasta acá, está intacta”, explican. El odio es un combustible poderoso.
Mientras tanto hay que bancar como sea y lo que sea. Claro, los que puedan. En esta carrera el que se queda, se queda. No caben todos en el barco. Son las leyes del mercado. Sólo sobrevivirán los más aptos.
Difícil saber hasta dónde y hasta cuándo durará el acompañamiento manso de los que siempre sufren. Los que la pasaron mal antes y la pasan mal ahora. En el otro extremo, los grandes empresarios celebran el rumbo hacia la apertura total de la economía y la desregulación. Como en los noventa, como en el ’76.
La mayor parte de la dirigencia opositora teme y acata. Apenas un pequeño grupo revisa sus errores y trata de levantarse del barro. El traste sucio no ayuda a articular políticas alternativas y modernas. Demasiado tiempo tolerando la ineficiencia y la corrupción.
Se cumplen cien días de un experimento sociopolítico inédito y de resultado incierto. Por ahora solo sostenido por la fe. Las fuerzas del cielo ganarán la batalla contra los demonios del comunismo. A los creyentes y a Milei eso les alcanza. «Viva la Libertad».