El gobierno del presidente Milei enfrentará hoy una dura prueba. Es posible incluso que la extrema concentración del presidente en su trabajo, en esa especie de obsesión que para él es sacar a la Argentina del deficit fiscal, le haga menospreciar lo que pueda llegar a ocurrir en la calle.
Pero, desgraciadamente, las fuerzas que intentan impedir que el búnker estatista, dirigista y segregacionista que formateó la mente argentina del último siglo sea desmantelado, querrán pudrirla con la excusa barata de que defienden la educación pública.
Si esa grosería fuera cierta, el estado de la educación en la Argentina no seria el que sufren día a día los estudiantes que no pueden estudiar porque el sistema ha sido moldeado para fabricar cabezas de termo.
Parte de esa ingeniería consiste en convencer a medio mundo que la educación debe ser gratis.
La Argentina debería salir urgentemente de la idea de la gratuidad de las cosas: nada es gratis en este mundo; alguien paga el costo de la materialización de las cosas que no ocurre, claramente, por generación espontánea.
La izquierda latinoamericana -pero muy especialmente, la paleolítica izquierda argentina- ha sido eficiente en instalar en la mente de las personas la idea de que la educación debe ser gratis… literalmente.
Como esa fantasía no existe, todo lo que se derivó de ello fue una lucha sorda entre las pretensiones y la realidad, de resultas de lo cual toda la infraestructura educativa, incluido el prestigio de los maestros y profesores, se cayó a pedazos.
La notoria falta de jerarquía de los claustros argentinos de hoy cuando se los compara con los del pasado resulta tan pasmosa que, quien estuviera realmente interesado en ver las consecuencias de la “gratuidad” no tendría más que observar ese deterioro en una línea del tiempo.
La Argentina ha llegado al extremo ridículo de que hoy tendremos, entreverados en la marcha, “asociaciones” de alumnos extranjeros (ecuatorianos, brasileños, colombianos) exigiéndole al gobierno la garantía de la enseñanza gratuita y los fondos necesarios para la universidad pública.
Se trata de una caricatura de la grosería: ¿en qué país serio del mundo se concebiría que estudiantes de otros países protestaran contra el gobierno del país que los acoge para “ponerse en malos” y exigir cosas? ¿Pero donde se ha visto semejante dislate? ¿Acaso en algún país de la hermana patria grande latinoamericana se ha visto algo así?
Resulta que quienes deberían agradecerle a la Argentina y a su gobierno que les haya abierto las puertas generosamente para que puedan vivir y estudiar, salen a la calle a los gritos pelados demostrando una “firmeza” que si la ejercieran en sus países, probablemente no hubieran tenido la necesidad de emigrar.
Al gobierno se lo acusa de pretender desfinanciar la enseñanza universitaria. Eso no es cierto. Es falso. Toda la marcha de hoy se basa en plantear como cierto algo que es completamente erróneo.
Lo que el gobierno se propone (porque las cosas no son gratis y, como administrator de dineros que no le son propios, debe cuidar que esos recursos no se despilfarren) es auditar pormenorizadamente los gastos en los que se va el dinero que les entrega a las universidades.
A esta altura el verso kirchnerista de abrir “universidades publicas” prácticamente en todos lados para -con ese cuento inatacable (por que ¿quién se “tiraría” contra la educación y contra las universidades?)- derivar dineros a emprendimientos “culturales” que luego terminan en los bolsillos privados de un montón de vivos, es ya harto conocido.
Milei se propone cortar con ese curro. Entonces el argumento celestial de “la educación publica” toma protagonismo y se prepara para jugar el papel que se tuvo en cuenta cuando fue creado: el gobierno liberal insensible, al que solo le importa “lo financiero” -aunque el pueblo se muera de de hambre y sea ignorante- quiere terminar con los fondos que hacen posible el mantenimiento de las universidades.
Falso. Demagógicamente falso.
Falso porque los fondos para las universidades no van a cortarse sino que van a auditarse, para que ya no haya más episodios como el de Andrea del Boca y otros miles que ocurrieron y del que la coach teatral de Cristina Fernandez es solo su epítome.
Demagógicamente falso porque no hay más que ver lo bajo que ha caído el nivel educativo argentino para darse cuenta de que en esa materia (como en otras) el país ha hecho todo mal y que el sembrado nacional de pretendidas “universidades” no ha sido otra cosa mas que una pantalla para acceder a otras maneras sofisticadas del robo, pero no, claramente, para que los argentinos piensen mejor.
En todo esto hay que destacar la capacidad kirchnerista para detectar temáticas socialmente intocables para montarse en ese respaldo y, por atrás, robar y llevársela toda.
No hay dudas que “la educación” reúne todas las condiciones de esa pátina impenetrable y que, quien logre, apropiársela contará con un arma “popular” a su favor. Se trata de la variante más sofisticada de la brillante observación de Eliseo Basurto (el personaje que protagoniza Guillermo Francella en “El Encargado”): “los peores son los que trabajan de ‘buenos’”.
Ganarse el lugar del “bueno que defiende la educación publica” es una de las cucardas mas preciadas en el populismo estatista.
Máxime cuando el tema educativo trae consigo otros componentes muy apetecibles para el romanticismo ladrón. El intelectualismo, la aspiración a la instrucción y al cultivo de la mente, son temas que parten con la ventaja de que nadie puede atacarlos sin ser tildado de ser poco menos que un troglodita.
Antes incluso de que el “troglodita” pueda explicar los objetivos que persigue le lloverán una serie de críticas muy comprables por el observador imparcial.
¿De qué lado se pondría alguien que estuviera siguiendo el espectáculo por los medios (incluyendo medios que interesadamente defienden la postura del romanticismo populista porque, seguramente, también se llevarán su parte)? ¿Del lado del “troglodita” que dice “quiero ver por dónde se esta yéndo la plata”? ¿O del lado del ‘buenísmo” que dice “queremos estudiar y nos sacan los recursos”? Las respuestas son obvias.
Muchos trasnochados se montan en esa ventaja para pretender demostrar en la calle un movimiento de bronca y furia que, lejos de estar vinculado con la educación o con la universidad, tiene que ver con la intención de detener (y si es posible derrocar) a un gobierno que constituye una amenaza a sus intereses.
En esa idea, sueñan con el Chile que acorraló a Piñera, o con la bohemia del Mayo Francés y, algunos más peligrosos que otros, directamente con un nuevo “Cordobazo”.
Los que destruyeron la educación pública y la convirtieron en un coto de robo, vaciando su infraestructura, minimizando la jerarquía de los profesores, haciéndole pagar al pueblo el adoctrinamiento, no solo de argentinos, sino también de extranjeros, los que fabricaron durante el ultimo medio siglo millones de zombies que hoy no distinguen un tornillo de una pipa, ahora se suben a las altas torres del reclamo y desde allí levantan su dedo acusador contra el que quiere ver dónde esta la plata.
La maquinaria de fabricación de zombies ha funcionado tan bien, que hoy, hasta los que pagan con su dinero la fiesta de otros (desde el adoctrinamiento hasta los títulos de los hermanos latinoamericanos) en lugar de defender al “troglodita”, defienden a los que curran.
La sociedad debería estar muy atenta a lo que ocurre hoy. En la marcha estarán, por ejemplo, Kicillof y Massa que, con sus medidas concretas, arruinaron a las universidades y contribuyeron a llevar la destrucción de la educación a otro nivel. Hoy sin embargo se ponen el traje de los “buenos románticos” que defienden a los chicos y a la ciencia.
La verdad es que tanta impostura de asco. Solo la mente arruinada de una sociedad expuesta durante décadas justamente a este bombardeo socialista de cuarta, puede explicar que en la Argentina se siga asistiendo a estos espectáculos.
Ojalá que no ocurra nada grave y que el presidente y su gobierno puedan lograr transmitir la idea de que son ellos los que están tratando de defender los dineros y los recursos de todos. Y que son justamente los que se disfrazan de buenos los que se los roban desvergonzadamente.