El ejercicio de limar una superficie requiere de un movimiento constante: no se puede limar un objeto “de a poco” porque sencillamente no se limará. O mejor dicho, el tiempo que se tarde en llevar la superficie al nuevo nivel que se quería puede ser tan largo que, al momento de alcanzarlo, ya no sirva para nada.
Por eso la acción de “limar” debe estar acompañada de un movimiento que, si yo fuera Moyano, no tendría dudas en calificar de “sistemático” (Hugo no para de repetir esa palabra cuando se refiere a los supuestos ataques que recibe él o los “trabajadores”).
Toda esta introducción, que perecería estar más vinculada con una lección de carpintería que con un comentario político, viene a cuento de la profunda reflexión de ayer de mi distinguidísimo colega Jorge Fernández Díaz.
Probablemente, Jorge sea el periodista mejor formado del país y, ni de cerca, me animaría a competir con él en formación cultural, en las lecturas, en erudición y en ese acervo de conocimientos que él saca de los bolsillos como si le sobraran y fuera algo sencillo para todos.
De modo que quiero que quede claro aquí que Jorge es para mí algo más parecido a un maestro que a otro periodista con el que comparto, no solo ideas, sino la pasión por el periodismo y la escritura.
Tampoco compartí nunca lo que en nuestra jerga se llama “periodismo de periodistas”, es decir, una especie de onanismo “gremial” que o bien nos hace discutir entre nosotros o nos anima a tirarnos flores como si nada ni nadie se nos pudiera comparar.
Pero ayer Jorge -apoyándose, como siempre, en historias de la Historia que, además de ser ciertas, él cuenta como nadie- se refirió a la idea de que no se puede decir que el ejercicio de la crítica (periodística) sea un sinónimo de “socavar” o que, necesariamente, el periodista que critica quiera “limar” al Presidente.
Hasta allí no podría estar más de acuerdo y, si él me lo permitiera, firmaría al pie, al lado de su nombre.
Solo quiero agregar aquí un detalle que puede diferenciar lo que entendemos por “crítica” de lo que entendemos por “socavar” o “limar” a un presidente.
Para eso vuelvo al ejemplo del carpintero y su lima.
Cuando el carpintero se propone limar una superficie debe hacerlo constantemente, de modo “sistemático”, diría Hugo.
Del mismo modo, cuando uno ve y escucha a algunos colegas pararse “sistemáticamente” en un lugar de crítica, resaltando solo los errores o pifias (que no faltan, por cierto) del Presidente Milei, debería plantar, al menos, la pica de la sospecha.
Máxime cuando tenemos el antecedente de lo que ocurrió con la administración del Presidente Macri.
En aquellos años, el republicanismo de muchos colegas que habían ayudado -ya en aquellos años- a destapar el robo y la inmoralidad kirchnerista, terminó con muchos de ellos llorando por televisión por la situación de los jubilados en escenas cargadas de una demagogia digna, justamente, de la tribuna política y que debería ser ajena a la equidistancia periodística.
El “esmerilamiento” al Presidente Macri (que tampoco estaba exento de razones para ser criticado) fue cruel y sistemático de parte de aquella franja, clase o tipo de periodistas.
Todos ellos compartían un denominador común: la pavura que tenían porque la gente pensara que no criticaban a Macri de la misma manera que habían criticado a los Kirchner.
Ninguno de ellos tuvo lo que hay que tener para decir: “Sí ¿saben qué? siempre vamos a hacer un distingo entre lo que le podamos criticar a Macri y lo que le hemos criticado al kirchnerismo… Efectivamente, sepan que la diferencia moral entre los errores de Macri y el crimen institucional de los Kirchner es de tal magnitud que siempre la haremos notar”.
No hicieron eso. Lloraron por televisión y siempre trasmitieron subliminalmente la idea de una igualación entre un gobierno y otro, entre un tipo de gente y otra. No advirtieron sobre las diferencias.
Y lo hicieron siempre. Constantemente. De modo sistemático. Como con un picasesos.
Fernández Díaz, obviamente, nunca hizo eso. Jorge es un caballero que no incurriría en esas groserías.
Pero otros, algunos con nombres tan relevantes como el de Jorge, si lo hicieron. Y están empezando a hacerlo de vuelta. Casi los mismos que lo hicieron antes lo están haciendo ahora otra vez.
Pongo como ejemplo la promoción del programa de uno de estos prestigiosísimos periodistas que para invitar al público a ver la próxima emisión se preguntaba irónicamente si el aumento de sueldo que se habían votado los senadores “era achicar el Estado”, como si esa conducta también pudiera ser achacada al Presidente cuando el más simple de los conocimientos constitucionales habría sido suficiente para no caer en un “esmeril” inútil.
La tarea de “limar” suele ser sutil y conservar suficientes elementos que, a simple vista, la eximimen de culpa porque, efectivamente, lo que se critica es criticable.
Pero cuando no hay otra cosa más que crítica para un gobierno que, claramente, quiere hacer algo diferente, entonces uno debería empezar a ver allí la ligera sombra de una lima.
Esa herramienta, en el periodismo, es utilizada con maestría por profesionales que, efectivamente (por las razones que fueran [ideológicas, filosóficas, etcétera]) quieren limar.
Pero hay muchos que -para no ser menos, para estar en línea con esa pose “cool” que describíamos en nuestra columna de hace unos días- lo hacen, no sin darse cuenta, pero subiéndose a un barco interesado, no imparcial y cuyo objetivo no es la crítica sino el debilitamiento del Presidente.
Por eso hay que ser cuidadoso y analizar, antes de plantear la crítica, cómo esta podría compensarse con el reconocimiento a algo que el presidente esté intentando hacer en el sentido correcto. Si todos son palos la crítica tendrá perfume a lima. La crítica permanente no es crítica, es lima.
Entiendo y comparto el principio básico del periodismo de que la profesión debe ser un aguijón incómodo para el poder. Pero la Argentina viene de una historia muy dramática que incluyó la colonización cultural de una “intelligentsia” (de la que el periodismo por su componente intelectual forma parte) para poder usarla en el beneficio propio de los ladrones y de los que persiguen una concepción de vida que supone la superioridad de una élite sobre el pueblo raso.
No estoy pidiendo, obviamente, ninguna regulación ni nada que se le parezca a un corset que frene lo que cualquiera quiera decir. No digo ni pido eso. Lo que digo es que todos deberíamos poner en perspectiva lo que vamos a decir, cómo vamos a decirlo, el contexto en el que la conducta a criticar se consumó y la eventualidad de que lo que digamos (si no se tomaron todas esas precauciones) pueda ser funcional a los que defienden una concepción de vida basada en el dirigismo de unos sobre otros. Se trata, en suma, de una tarea individual que cada uno -periodista o no- deberá hacer solo, rodeado apenas de la buena fe y de la perspectiva general del escenario argentino.
Yo tampoco, como muchos, no entiendo la propuesta de Lijo o el ida y vuelta con las prepagas. Pero al mismo tiempo reconozco que la concepción de vida que el Presidente Milei está proponiendo merece una oportunidad en la Argentina y -los que creemos en ella- tendríamos que cuidar al vehículo que más a la mano tenemos para que, alguna vez, esa concepción sea una realidad en el país, cambiando 100 años de frustración, atraso y aislamiento por una base moderna que nos saque de tanta miseria, de tantas privaciones y de una antigüedad que a esta altura del mundo ya se hace insoportable