Veinte minutos pasadas las 18 hrs, y
ninguna noticia acerca de cuándo empezaría el discurso esperado de la presidente
Cristina Fernández de Kirchner en Parque Norte. Dos minutos después,
Gustavo Silvestre de TN anunciaba que la aludida, aún permanecía en la Casa
Rosada dándole punto final a su alocución. Pero luego, su colega Antonio Gil
Vidal lo corregía diciendo que en realidad se encontraba en la Quinta de Olivos,
sitio donde se recluyó luego del cacerolazo de la noche del martes 25. Las
cámaras de dicho canal, como las de su competencia, mostraban las caripelas
de nerviosismo que evidenciaban los capitostes de la talla de Luis D’Elía,
Hugo Moyano, Emilio Pérsico, Aníbal Fernández, Martín Lousteau, Alicia K, Julio
De Vido, Daniel Scioli, Carlos Tomada y Graciela Ocaña frente a la iracundia
de los militantes todos por dos pesos, que precisamente no cultivan la
virtud de la paciencia.
Y en el costado más abajo de la pantalla, las caras
expectantes de los ruralistas esperando un signo de coherencia para abrir el
fuego del diálogo, señal lanzada en el comienzo de la tarde mediante un
comunicado de las entidades del agro.
A las 18:33 se anuncia que Cristina ha arribado por fin al
predio, mientras que sus seguidores se tomaban a puñetazos en procura de un
lugar más cercano al escenario. Mientras hace su entrada el jefe de Gabinete,
Alberto Fernández acomodándose el pelo, el citado binomio en la pantalla sigue
instando a la convocatoria a una mesa de diálogo. Al ingresar Cristina y
acercarse al estrado, se anunciaba que De Vido y a Lousteau eran blancos de
botellas de agua mineral cuando el reloj marcaba las 18:37. Mientras caía la
tarde y se cantaba el himno, en ambos lados tremolaban las banderas pero los
sentimientos eran demasiado contrapuestos.
En la cara de la mujer de Néstor K, se notaba la
preocupación. Pues frente a los sacados de enfrente, los que hacía instantes se
mostraron como cavernícolas, evidenciaba gestos de conciliación, todo el
andamiaje circense montado desde la noche del martes pasado, se iría
irremediablemente al basurero de la historia.
Pero seguidamente, comenzó otra vez la sarta de
pelotudeces alusivas a que todos los que se oponen a su estilo de gestión,
son "nostálgicos de la dictadura de Jorge Rafael Videla" y que aquellos que se
movilizaron a la Plaza de Mayo, y fueron consiguientemente echados de la misma
por los esbirros del obeso D’Elía, fueron "arreados por fantasmales entidades
golpistas". Avanzando en las palabras, es evidente que no tiene en mente
ningún atisbo de autocrítica ni de invitación a destrabar el conflicto mediante
la apelación al sentido común: “La protesta del martes en Plaza de Mayo no fue
espontánea, estuvo organizada antes de mi discurso”.
Seguidamente, la emprendió con arrojar porcentajes de los que
evidentemente sólo ella y su marido creen, como aseverar que la industria creció
un 17%, y el desempleo ha quedado reducido a un miserable 7%. Si esto fuera
cierto, las legiones de cartoneros que alfombran las calles porteñas noche tras
noche, son extras de una película de Francis Ford Coppola.
Embalada, intentó echar mano de la apelación a la división de
los huelguistas al establecer una clara diferenciación entre los "conglomerados
sojeros" y los "pequeños productores rurales" que escuchaban con atención sus
palabras. Siguiendo con su autismo verbal, les lanzó un dardo envenenado a sus
contrincantes alegando que si pretenden dialogar, es condición inflexible que
depongan su actitud y levanten las medidas. Y luego, otra vez el trillado
recurso de meter en la misma bolsa a los defensores de los genocidas con los
revolucionarios de izquierda, con aquellos que están repodridos de su estilo
pedante y patoteril.
“Levanten el paro, y vamos a dialogar”, les espetó mientras
los que seguían con atención sus palabras negaba con énfasis con la cabeza. “Por
favor, levanten la medida contra el pueblo”, terminó de derrapar ante la atenta
mirada de los impresentables que conforman su elenco estable.
Mientras, en el otro espectro, se vio el triunfo de la
irreductible voluntad de continuar con el paro por tiempo indeterminado, pues
los productores se hartaron de mentiras, de índices caricaturescos y de promesas
incumplidas.
Fernando Paolella