Un reciente comercial en la Argentina muestra al “Dibu” Martínez diciendo que por cada argentino que sostiene una opinión hay otro que se opone pensando exactamente lo opuesto.
Esa constatación que tiene mucho de verdad, no podía a dejar de verificarse también respecto de Fabiola Yáñez, la pareja del ex presidente Alberto Fernández que acaba de denunciarlo formalmente por violencia de genero con lesiones graves y otros menosprecios psicológicos.
Por supuesto que la primera reacción que pudo notarse en la opinión pública fue la de la consternación y la sorpresa por la revelación de fotografías del rostro de Yáñez visiblemente golpeado y con moretones en los brazos producto de los ataques que según ella el ex presidente le propinaba poco menos que cotidianamente.
Dados los antecedentes de Fernández -una persona despreciable desde todo punto de vista, un aprovechador, un mentiroso, un inmoral, un violento, un sanatero- son pocos los que tienen dudas sobre la veracidad de los dichos de su pareja.
El hecho de que, incluso, en estos casos la víctima sabe que se deberá someter a escrutinios y hasta a confesiones que bien podrían afectarla (por eso la ley hace depender de su exclusiva voluntad la apertura de la acción penal que no puede iniciarse de oficio mas allá de que el hecho entre en conocimiento de alguna autoridad), agregan verosimilitud a la version dada a conocer por quien fuera la primera dama entre diciembre de 2019 y diciembre de 2023.
Sin embargo, y para darle cabida a lo que afirma el “Dibu” en el comercial, no tardó en aparecer otra corriente de opinión -quizás liderada por la vicepresidente Villarruel- que, lejos de empatizar con la víctima, la señalaba también como una usufructuaria de los privilegios del poder, que no dudó en festejar su cumpleaños rodeada de amigos cuando el resto de los argentinos estaba confinado por los bandos que emitía su marido, que se dio una vida de lujos y placeres, viajando en travesías de lujo, hospedándose en los mejores hoteles, despreocupada por lo que había que hacer para que todos esos gastos estuvieran cubiertos… En fin, una larga lista de imputaciones que suponen un refreno a lo que, de otro modo, hubiera sido una consustanciación con el sufrimiento de una mujer sometida a un rigor inmerecido.
Se dijo también que, aun ahora, en su calidad de mujer golpeada, gozaba de una protección pagada por el erario público, privilegio con el que no cuentan miles de otras mujeres que pasan a diario por las mismas situaciones y que, sin embargo, deben arreglárselas como pueden.
Como se ve a ninguna de las dos posturas les falta razón y en ambas uno puede encontrar elementos con los que sentirse identificado.
Sin embargo, si bien no son falsos los puntos que anota la vicepresidente en cuanto al usufructo que hizo Yáñez de los privilegios del Estado, hay que decir que quien hiciera las veces de primera dama no perteneció a la organización que justamente ideó un plan para aterrizar en el Estado con la finalidad de depredarlo.
Ella se encontró aprovechando los beneficios de ese lugar por ser la compañera circunstancial de uno de los mariscales de aquella organización que pasó los años más importantes de su vida o bien planeando el saqueo del Estado o bien ejecutándolo.
Yáñez también puede ser considerada una víctima no solo de los golpes y de la acción psicológica de Fernández (que incluyó la presión para abortar un bebé y luego para quedar embarazada y dar a luz a otro) sino del hecho de desempeñar un rol, cual era el de hacer aparecer, al candidato primero y al presidente después, como un “hombre normal” con su consabida “esposa” a su lado.
Me parece que, si bien con todo derecho pueden anotarse las salvedades que uno quiera recordar de Yáñez, en este caso lo que cabe es una primera reacción de empatía con quien fue físicamente atacada en una situación de evidente inequivalencia de fuerzas y una condena a quien cobardemente la lastimó sin prestar atención a la investidura que desempeñaba, a los deberes que como hombre debía cumplir y al decoro que como presidente debía guardar.
Probablemente Fabiola Yáñez no sea el modelo de mujer ideal. Pero ni siquiera así se puede explicar y mucho menos justificar que haya sido golpeada del modo que, a priori, parece haber sido golpeada por Fernández.
El ex presidente no merece otra cosa más que el máximo repudio de cualquier persona de bien.
Este ultimo hecho no hace otra cosa más que poner un final a una vida despreciable que alternó entre el planeamiento de un atraco y su ejecución; entre la cobardía de la desvergüenza y la oscuridad de la violencia.