En política -y muchas veces también en la vida- ocurren hechos que en el momento que suceden, si bien pueden producir algún comentario o incluso algún asombro, no son dimensionados en todas sus consecuencias.
Luego, quizás mucho tiempo después, cuando alguien quiera hurgar, en los cimientos de la historia, dónde estuvo el embrión de la nueva realidad ahora ya desembozada, se topará con aquel suceso aparentemente menor pero que fue el eslabón inicial de una cadena que ahora se ve mucho más completa.
Se dice, por ejemplo, que el Rey Luis XVI en Francia, el 14 de julio de 1789, escribió en su diario solo una palabra como resumen del día: la palabra “rien”, esto es “nada”. Para el rey en el día que luego los historiadores tomaron simbólicamente como el fin de una era, no había pasado “nada”.
Algunos perspicaces analistas de la política creyeron ver ayer y antes de ayer un par de hechos que, tomados juntos, pueden reunir las características de esas ocurrencias que, en su momento, pueden tomarse como algo más del cotidiano vendaval argentino pero que luego se identifican como el comienzo de algo más grande.
Nos referimos al acuerdo de Martín Losteau con el kirchnerismo para hacerse elegir presidente de la comisión bicameral de inteligencia y el rechazo en Diputados al DNU del presidente Milei para asignarle 100 mil millones de pesos adicionales a los gastos reservados de la restaurada SIDE.
El hecho politico que algunos ven detrás de estos sucesos es la llegada de oxígeno nuevo a las desplomadas filas kirchneristas. En un momento en donde ni los gobernadores peronistas se quieren sacar una foto con nadie que transpire perfume de pingüino, que el que, al menos formalmente, ostenta el cargo de presidente de la UCR acepte hacerse cargo de una comisión del Congreso junto a Oscar Parrilli y a Leopoldo Moreau -a quienes solo les falta agregarle a sus apellidos el nombre de Cristina Fernandez de Kirchner para que quede aun mas clara su total dependencia de la jefa de la banda- es toda una señal como para prestarle atención y tomar en serio a los que creyeron ver allí, quizás no un 14 de julio de 1789, pero si el primer ladrillo en la pared de una construcción que le de aire a una fuerza aparentemente muerta.
Si bien la negrura que suele rodear a todos los temas que incluyan la palabra “inteligencia” en su descripción puede llevar a algunos a creer que este es otro capítulo más de un libro cuyo tema exclusivo son esos sótanos de vigilancia, otros con mucho tino dicen “no, aquí hay algo más”.
Losteau es un arribista sin escrúpulos capaz de votarse a sí mismo aumentos indecorosos de sueldo con una mano disimulada y mientras aparenta estar hablando con un colega. Del mismo modo, puede engañar al presidente que lo nombró embajador en la sede quizás más importante de la Argentina en el exterior justo antes de que ese mismo presidente visite el país ante el cual Losteau lo representaba. O poner su firma a impuestos agropecuarios móviles que virtualmente confisquen todo el fruto del trabajo de miles de productores y chacareros que eran los que fondeaban las arcas públicas que luego se robaban en el mismo gobierno al que Losteau pertenecía. O de repente hacer un acuerdo con un ex-gobernador oscuro de un partido centenario para explotar los odios politicos de ese ex-gobernador y convertirse en presidente de un partido al que nunca perteneció realmente.
Nadie podría asombrase de que Losteau sea el que llegue con un tubo de oxigeno en auxilio de la fuerza que engendraron los Kirchner y que tan bien encarnó Alberto Fernández, mezcla de inoperancia, megalomania cesarista, violencia, corrupción y una supina ignorancia técnica respecto de los conocimientos más elementales que se necesitaban para administrar un país como la Argentina.
El rechazo de la Cámara de Diputados a la asignación de fondos extra para la Secretaría de Inteligencia es, quizás, el menor de los hechos en esta historia.
Primero porque tal vez sea correcto que antes de asignar los recursos se requiera un programa de organización que proyecte un diseño profesional de todas las áreas de inteligencia para que nunca más esas dependencias sean usadas con fines politicos o para perseguir adversarios o para extorsionar a algunos periodistas (y volver millonarios a otros, porque la verdad hay que decirla completa).
Si bien el presidente hizo una reorganización de esas oficinas, resta saber si la limpieza necesaria de todos los rincones en los que, con el correr de los años, se juntó tanta basura y se amañaron tantas costumbres malsanas, fue totalmente terminada.
También puede ser correcto que, una vez que se cuente con el organigrama de esa nueva matriz y que la dotación este totalmente purgada de los vicios que la acompañaron por décadas, los fondos sean habilitados por el Congreso mediante una ley y no por el respaldo a un decreto.
Pero repito, esos son lujos que no tienen hoy el foco de los reflectores principales.
La importancia de esta cuestión de los fondos de inteligencia y de la conformación de la comisión del Congreso que controlara sus actividades no debe medirse por el peso que tienen en sí mismas, sino por la oportunidad que nos dieron para identificar una movida política que, por deleznable que parezca (en especial por lo que viene a confirmar respecto de la calaña de ciertas personas), ha sido posible por algunos manejos amateurs del gobierno y por una alarmante ausencia de nivel en las figuras que acompañan al presidente Milei.
Si este tema del recurso humano no es encarado rápidamente por el Presidente, es posible que lo que todos creíamos muerto (dadas las salvajadas que conocemos prácticamente a diario) resucite de sus cenizas, siempre listo para robar y para seguir hundiendo al país en la miseria y en la ignorancia, en donde, claramente una es consecuencia de la otra.