“La señora R. K. de C. soñó cierta noche
con una carrera de autos. En un momento de la misma, un auto azul se salía de la
pista atropellando a gran número de espectadores, varios de los cuales morían.
La señora no contó el sueño a su familia. Pensó que como días después debían
realizarse carreras de autos en una ciudad vecina, su sueño debía atribuirse a
la promoción que se estaba realizando en esos momentos. No obstante cuando su
hijo de 12 años fue invitado por una familia vecina para concurrir a la
competición, se opuso a que éste la acompañara, optando por contar su sueño. Sus
vecinos le restaron importancia y emprendieron el viaje sin el chico. Cinco
horas más tarde la señora R. K. de C. recibió la infausta noticia de la muerte
de sus vecinos. Un auto azul se había salido de la pista de carreras
atropellando a numeroso público, muriendo varias personas, entre ellas la
familia vecina que no había dado crédito a su sueño. El hijo se había salvado
gracias al sueño de su madre”. (Según Juan Rocha Azevedo, en su nota en el
diario La Razón, de Buenos Aires, de fecha 9/4/1979).
Este es un típico caso interpretado por los parapsicólogos
como precognición (una de las facultades psi-gamma según ellos).
También podemos citar otro caso descrito esta vez por el
parapsicólogo y sacerdote jesuita Oscar González Quevedo en su libro titulado:
Qué es la parapsicología (Buenos Aires, Columba, 1971, pág. 86):
“El famoso navío Titanic naufragó trágicamente en la noche
del 14 al 15 de abril de 1912. El Sr. J. O. O’Connor tenía reserva de pasajes en
este viaje para sí mismo y su familia Pero unos diez días antes de la fecha de
salida del navío, O’Connor soñó que ‘veía al navío con la quilla al aire y el
equipaje y los pasajeros bogando alrededor’.
O’Connor, para no asustar sus familiares y amigos, no contó
nada. El sueño se repitió a la noche siguiente y O’Connor todavía lo ocultó.
Habiendo recibido después noticias de América de que no era necesaria su ida,
decidió prestar oídos sordos al sueño y mandó cancelar las reservas en el
Titanic. Contó entonces el sueño a sus amigos como explicación por qué no
viajaba. No quería correr riesgos, ya que el viaje no era necesario.
“El caso fue remitido por el propio protagonista a la
Sociedad de Investigaciones Parapsicológicas de Londres. Además mandaron a la
misma sociedad su testimonio en carta firmada tres de los amigos a los que
O’Connor contó los sueños una semana antes de la partida del navío.
“O´Connor presentó también como comprobante los pasaportes y la reserva de los
pasajes”.
Es sabido que el naufragio del orgulloso transatlántico
Titanic originó la muerte de 1517 personas y debilitó la fe depositada en
aquellas grandes construcciones navales de principios del siglo pasado.
¡Un personaje privilegiado (quizás entre otros que no se
mencionan) ha logrado, según los parapsicólogos, una salvación milagrosa gracias
a un providencial aviso onírico!
¿Por mérito propio? ¿Por gracia divina? ¡Cuestión harto
problemática, compleja y espinosa!
En fin, ¡designios inescrutables de la “sabia” Providencia!,
según muchos.
¿Qué podemos responder nosotros al respecto? “¿Es cierto que
existe la posibilidad de conocer el futuro —sólo para algunos escasos
privilegiados—, o es todo pura casualidad?” según propias preguntas del
parapsicólogo González Quevedo, quien añade que: “en todas las épocas y en todos
los pueblos, se ha creído en la adivinación del futuro”.
Analicemos. Los 1.500 pasajeros del famoso transatlántico,
¿acaso eran todos tan réprobos como para merecer semejante final, mientras que
un privilegiado, tal vez el más justo (y quizás otros pocos que se salvaron) fue
digno de continuar con vida?
Entre 1.500 personas se pueden hallar desde los más culpables
hasta los más justos e inocentes, salvo que en el Titanic se haya dado la
improbable casualidad de que entre los infaustos viajeros se reunieran los más
inicuos de la sociedad, de todas las edades, destinados a un corte drástico de
las oportunidades para el arrepentimiento y la enmienda en sus vidas, ya
desahuciados como “criaturas puestas a prueba” para merecer el “cielo o el
infierno”, según sus pensamientos y actos agradables o reprobables ante “los
ojos del Señor”.
Si continuamos con esta ficción, O’Connor debió haber sido
entonces el “santo” entre los “inicuos” pasajeros del Titanic, merecedor del
privilegio del aviso oportuno acerca de la catástrofe en cierne, para salvarse
así como hombre justo, o al menos acreedor de más oportunidades de enmienda en
vida, y lo mismo su familia.
En otro caso, O’Connor sería la persona favorecida por un
acto de gracia divina, es decir, al margen de todo mérito, ya que obtuvo el
mensaje correcto de salvación. El resto del pasaje, por el contrario, estaría
compuesto tan sólo de seres ignorados, quizás despreciados, de menos valor que
el elegido.
Pero aparte de este absurdo parapsicológico y teológico, al
margen de este discurrir ilógico, de esta sinrazón e iniquidad, ¿podemos aceptar
el preconocimiento de lo que va a suceder? ¿Es verdad que pueden venir
mensajes del futuro en forma de visión onírica de hechos aún no producidos? Esta
idea involucra un fatalismo, un hado ineluctable según el cual los hechos han
sido decretados o se hallan escritos en el libro del devenir y pueden ocurrir
total o parcialmente, ya que algunas personas se salvan de las tragedias por
preconocerlas. ¿Quiere decir que estos casos particulares también se encuentran
bajo el peso de la fatalidad, y la propia salvación por advertencia igualmente
ya se halla como decretada, escrita?
A esta dificultad fatalista, los creyentes en la facultad
psigámica oponen la noción (para mi modo de ver absurda) de que “ver el
futuro” no significa la existencia de un destino fatal, sino que el dotado posee
la capacidad de conocer aquello que sucederá libre y casualmente.
Esto significa que, aunque exista la libertad de
elección, el dotado llega a conocer con antelación qué elegirá fulano: blanco o
negro. Pero esto es absurdo si lo separamos de un determinismo fatal. Si decide
elegir negro en vez de blanco y el que recibe el mensaje del futuro lo sabe, es
porque ya ha sido “decretada” dicha elección y se halla lejos de constituir un
acto libre. Lo mismo para la decisión que se toma después de una advertencia en
sueños. De este modo el hijo de la señora R. K. de C. y el señor O’Cnnor y su
familia, no debían morir, porque así estaba escrito en el libro del destino. En
este caso era imposible que le ocurriera la desgracia. ¿Privilegiados? No,
simplemente “perdonados” por cierto “caprichoso” destino fatal, tan ineluctable
como ciego, que no obedece a plan inteligente alguno, ni a un designio divino
justo y racional. De este modo, la cuestión quedaría alejada de un pretendido
castigo a los inicuos y un premio para los justos. No se trataría entonces de un
corte drástico de las oportunidades de enmienda para los irredimibles
desahuciados y de una nueva oportunidad de enmienda para los que prometen el
arrepentimiento de sus culpas.
Sólo nos hallamos frente a un ilógico, antirreligioso,
antiteológico y cruel designio. Seríamos juguetes de un destino ineluctable, y
no solo eso, únicamente algunos estarían provistos del don de percibir hechos
por ocurrir que, según ciertos parapsicólogos, pueden ser preconocidos, por
ejemplo, un mes o dos meses antes de su cumplimiento e incluso, en casos
excepcionales ¡con varios años de antelación!
¿Puede ser esto último? ¿Señales de advertencia provenientes
del futuro cercano o lejano? ¿Algo semejante a la “máquina del tiempo” de la
ciencia ficción que permite incursionar tanto en el pasado, como en el futuro
para modificarlo?
En el libro de Mario Bunge: Causalidad (Buenos Aires, EUDEBA, 3ª.
Edición, 1972, página 79, donde trata de la relatividad podemos leer lo
siguiente: “… la relatividad admite la inversión de las series temporales de
sucesos físicamente inconexos; pero excluye la inversión de los vínculos
causales, es decir, niega que puedan aparecer efectos antes de ser producidos, y
en consecuencia no sostiene que pueda modificarse el pasado”.
Así tampoco es posible modificar el futuro en base a la
supuesta recepción de mensajes provenientes del porvenir, para torcer el
destino. Es absurdo entonces pretender recibir mensajes de hechos aún no
producidos. De lo contrario nos hallaríamos inmersos en un mundo mezcla de
pasado, presente y futuro, donde sólo sería válido el presente o más bien en un
mundo atemporal como el atributo dado por los teólogos a su dios absoluto.
Nuestra conciencia normal pertenecería tan solo a ese
presente “intemporal”, mientras que la conciencia paranormal que se daría
espontáneamente sin causa aparente, pertenecería a lo que denominamos futuro,
que en realidad no existiría como algo por suceder, sino como algo enclavado
igualmente en la intemporalidad o “simultaneidad” con pasado y presente, todo en
bloque Mas si analizamos detenidamente estas cuestiones veremos rápidamente que
se trata de ¡un disparate mayúsculo!, pues si pasado, presente y futuro, o
mejor: lo ocurrido ocurriendo y por ocurrir estuviesen enlazados en un “instante
intemporal”, no habría sucesos. Ni determinados, ni indeterminados, ni fatales,
ni accidentales Viviríamos en un mundo bloque paralizado.
No hay duda entonces, que la precognición presupone también
los sucesos que sólo aparentemente se desvían del curso “ineluctable” de los
acaeceres.
Es a todas luces cierto que tal determinismo fatal no puede
existir.
Veamos lo que dice al respecto Bunge, también en su más arriba citada, pág. 116
en el apartado titulado: “La interferencia de las causas vence al destino”:
“La condicionalidad causal implica que las causas pueden
interferir entre sí, de modo que el resultado puede ser diferente de lo que
habría salido de cualquiera de las causas por separado. Puesto que toda causa
puede contrarrestarse con otra o por lo menos recibir su influencia, la
causalidad no implica inevitabilidad; al contrario, da cabida a procesos y
factores capaces de modificar el curso de los acontecimientos, lo cual brinda
una base real —aunque no por cierto limitada— tanto para el azar como para la
libertad.
“Mientras que el fatalismo excluye de este mundo la
posibilidad relegándola al terreno gnoseológico, la causalidad bien entendida es
precisamente uno de los fundamentos de la posibilidad: hace posible la
posibilidad. Por cierto que según la doctrina de la causalidad no hay sucesos
sin causa; pero no toda causa tiene que salir necesariamente ‘airosa’ en la
producción del efecto esperado: determinado conjunto de causas puede verse
entorpecido, en la determinación de los que normalmente serían sus efectos, por
la interposición de otras causas”.
De modo que la interferencia de las causas no permite el
encadenamiento fatal de los sucesos, vence al hado.
Vemos que la relatividad tampoco nos ayuda para concebir un
mundo en que el efecto pueda preceder a la causa, por cuanto la precognición es
un imposible. Los hechos no calculables deben suceder primero para que se tenga
noticia de ellos Antes, durante la conjetura poseen sólo la posibilidad de
suceder o no, de suceder de distintos modos según la interferencia de múltiples
causas.
Se podría argumentar ahora, sobre la marcha, y para darle la
razón a Bunge, que es precisamente el “aviso” onírico la causa que interfiere en
el curso fatal de los hechos, para que ciertas personas se salven de un
accidente “programado por el destino”. Pero el hecho aún no se produjo, está en
cierne. Si se trata de un accidente automovilístico, puede que el auto
responsable sólo se encuentre en proyecto, o construyéndose, ya que el “aviso
puede venir de un futuro lejano, varios años antes del episodio” según se cree.
Luego la advertencia no puede provenir de algo que aún no existe.
Claro que, todo se gesta desde el pasado remoto y transcurre
por los hilos invisibles que teje el destino, aun teniendo en cuenta las
interferencias entre las causas y los nuevos rumbos —se dice—. De ahí es
entonces de donde puede provenir la advertencia, del pasado remoto, para
interferir en la cadena de hechos y desviar el curso de la “fatalidad” de modo
parcial, favoreciendo a cierta persona o a varias. Pero el soñar las escenas
de “lo que va a ocurrir si tal sujeto concurre al lugar nefasto”, implica una
visión sobrenatural de toda una trama invisible del destino, cierta facultad
prodigiosa, trascendente, que “ve” el plan de los acontecimientos por venir
y esto ya entronca con una verdadera panvisión del universo entero que sólo está
reservada a un dios omnisciente dotado de los atributos de la presciencia
(conocimiento de lo que aún no existe) y previsión (conocimiento de lo que
sucederá).
Aunque en grado menor, la criatura humana se nos mostraría
aquí como poseedora de uno de los atributos del dios omnisciente de los
teólogos, que todo lo sabe: lo que ha ocurrido, lo que sucede en la actualidad y
lo que acaecerá en el futuro. Sólo parcialmente para un suceso determinado.
Estaríamos en presencia de un caso de transmisión parcial de un don divino a
cierta criatura privilegiada capaz de adivinar el futuro en virtud de esa
cualidad. ¿Por cual mérito? Estamos aquí igual que al principio. ¡No hay
respuesta!
Se trataría éste de un mundo abstracto, reino del espíritu
separado de la materia, observado con visión también espiritual, sin ojos, ni
luz, donde se desarrolla toda clase de acontecimientos que no obstante pueden
interferir en el mundo físico para torcer parcialmente cierto encadenamiento de
hechos que atañen a ciertas criaturas favorecidas.
Sólo una posición espiritualista puede aceptar esto. Un mundo
poblado de espíritus paralelo al mundo físico, cabalgando hacia un devenir donde
todo ya se halla predeterminado, explicaría este tipo de “fenómenos” que echaría
por tierra toda sugerencia en ese sentido y destruiría la propia creencia en la
facultad psigámica que permitiría a ciertos “privilegiados” poseedores de esa
cualidad santa, ver en sueños imágenes del futuro con carácter premonitorio.
Pero, lamentablemente para los que creen en esto, el mundo de los espíritus se
halla en tela de juicio por parte de la Ciencia Experimental.
¿Cuál puede ser esta explicación de innúmeros casos de
precognición basados en el sueño, relatados y registrados? Veamos.
Casi todo el mundo sueña. Algunas personas todas las noches,
otras esporádicamente Hay diversas gradaciones.
Las personas que sueñan siempre de noche y aun durante las
siestas según costumbre, ¿cuántos sueños pueden contabilizar durante sus
existencias?
Tomemos como ejemplo a las que sueñan todos los días. En un
año habrán soñado 365 veces. Pero mientras se duerme se suceden a veces varias
ensoñaciones que recordamos. Más, quedémonos con el promedio de 365 sueños por
año. En diez años serán 3650 los sueños y durante cincuenta años se acumularán
18.250 sueños. Detengámonos aquí. Son millones las personas que sueñan en el
mundo. Se producen billones de sueños en el orbe y la mayor parte de ellos son
olvidados. Pero he aquí que en determinado lugar, en cierto tiempo, un sueño se
hace realidad para cierta persona. Luego, si tantos son lo episodios del reino
onírico, ¿cómo no podría coincidir alguno de ellos con cierta realidad?
Y esto no es puramente azar. Hay ciertos sueños que han sido
inducidos por determinadas circunstancias que se teme puedan desembocar en
ciertos hechos nefastos. Esta clase de ensoñaciones no son caprichosas, son el
resultado de temores, de ciertas posibilidades de accidentes o tragedias ya
ocurridas en el mundo, que pueden repetirse.
La señora R. K. de C. temía que su hijo sufriera un accidente
durante la carrera de autos. Toda madre experimenta estos temores. Millones de
madres sueñan en el mundo que sus hijos sufren accidentes. En la mayoría de los
casos no ocurre nada y el sueño pasa al olvido Pero he aquí que una soñante
comprueba con sorpresa que su sueño se hizo realidad. Aquí tenemos la casualidad
y aunque el añadido del color azul del coche salido de pista no convence de
ello, es no obstante otro factor añadido, también se tiene que dar por azar
entre millones de millones de sueños.
Lo mismo le ocurrió al señor O’Connor. Con toda seguridad
habrá oído hablar de naufragios, en el curso de su existencia. (Tres años antes
se había hundido el barco Republic en 1909).
Quizás poseía temor a navegar, así como hay personas que
poseen miedo al vuelo en avión. Por eso soñó el naufragio; otra coincidencia y
esto es todo. Así ocurre también con las corazonadas, o los pálpitos, y así de
modo semejante, sobre esta base, también trabajan los astrólogos, adivinos,
videntes, agoreros y vaticinadores. Confeccionan listas de hechos probables
según el panorama político vigente o según catástrofes en ciernes calculadas
grosso modo.
Si aciertan aunque más no sea en un solo caso, adquieren fama
y esto ya los acredita para figurar con mayor peso en los próximos vaticinios
anuales. Si no aciertan en nada, esto pronto se olvida; casi nadie guarda los
recortes de diarios y revistas para controlar el cumplimiento de los vaticinios,
y… luego, estos jugadores a los acertijos volverán a tentar suerte.
Ladislao Vadas