Quienes tenemos años y memoria, sabemos por experiencia que los fracasos provenientes de algunos ideales absurdos mueven con el tiempo una suerte de sublevación de todos aquellos que comprueban la manipulación histórica que han sufrido al respecto.
Cuando esto ocurre, todo suele explotar por el aire de manera inorgánica y muchas veces desconcertante, como ocurre hoy con la irrupción flamígera de Javier Milei en el escenario nacional. Una aparición motorizada por el dolor que dejaron años de frustraciones colectivas en cadena.
Casi un siglo de experiencias “nacionalistas” nos han llevado finalmente a recapacitar sobre los límites de su prodigiosa “razón”, y muchos de nosotros -los que aún poseemos memoria a pesar de los años-, nos sentimos consustanciados con las palabras de Ortega y Gasset que describen la idiosincrasia de quienes las sostuvieron fanáticamente: “dos veces al día –y en amonestadora proximidad-“, dice el filósofo, “vemos pasar a los idiotas y los dementes que orean un rato a la intemperie su malograda hombría. Todos ellos incontinentes en su prisa, hipócritamente generosa, de proclamar derechos que han violado siempre”.
De lo que se trata es de asumir el ayer como parte de una historia que debería quedar grabada como un recuerdo aleccionador, señalando que el presente es “el lugar donde pretérito y futuro efectivamente existen; y de nada sirve cuestionar la marcha de las cosas humanas que hace de la historia una lucha ilustre y perenne” (siempre Ortega).
De esta lucha nos habla, rústicamente es cierto, el nuevo Presidente. Para él, que dedicó gran parte de su vida a las matemáticas, los asuntos que nos rodean deben resolverse de acuerdo a lo que son, sin forjarnos ilusiones de que la inercia del tiempo nos transporte mágicamente a un paraíso de igualdad y prosperidad social.
En ese sentido, sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Y probablemente es la revolución cultural a la que aspira el actual Presidente, para desarmar una horrorosa maquinaria política y cultural nacida de los desaciertos de aquellos que “no saben que no saben”.
Por ahora solamente una pequeña parte de la sociedad -la de algunas minorías calificadas, que son las que más se exigen a sí mismas en opinión de Ortega-, ha comprendido el mensaje; falta que la “masa” acepte que con los profetas de un insistente razonamiento ilusorio íbamos derecho al infierno.
Muchos de ellos, ya han comenzado a manifestar su incipiente disconformidad con las cínicas y elusivas respuestas que fueron recibiendo de sucesivos gobiernos despilfarradores del erario público, con el supuesto fin de mejorar nuestra calidad de vida, sin alcanzar dicho objetivo ni por pienso.
Todo ello está en juego en la Argentina de hoy. Y ha sido desatado por un Presidente que nos invita a abandonar el manual de razones equivocadas que nos trajeron hasta aquí. Ya se verá el alcance de sus críticas y propuestas cuando las aguas se aquieten después del oleaje inicial.
A buen entendedor, pocas palabras.