Un popular spot publicitario actual que, en la televisión argentina, promociona las ventajas de un banco, esta protagonizado por el personaje de ficción para los chicos, el Ratón Pérez.
En esa publicidad el Ratón aparece leyendo en una pantalla de computadora los que parecen ser los “términos y condiciones” de una de las ventajas que el banco otorga por reintegros hechos con tarjetas de crédito de la institución. Se lo ve al Ratón repitiendo una de las cláusulas: “Los reintegros por compras hechas con estas tarjetas serán inmediatos…”, dice.
Lo que sigue, no sé muy bien cómo lo hicieron, pero es el gran hallazgo de toda la pieza. El muñeco deja de leer con la actitud que tiene el que se asombra por haber leído algo que se cae de maduro y que no entiende muy bien cómo alguien consideró necesario escribir expresamente. Se tira hacía atrás en su asiento y abriendo sus brazos, mira a quienes parecen estar filmando el spot, y les dice “y, pero, lógico: si se te cae un diente hoy, yo te doy la plata esta noche, no dentro de veinte días”, como reafirmando con palabras directas esa pose de no poder creer que alguien hubiera tenido necesidad de escribir algo tan obvio.
Ayer en Rio de Janeiro, el presidente Milei dijo frente a sus colegas del G20: “Si se trata de restringir la libertad de opinión, no cuenten con nosotros. Si se trata de transgredir el derecho a propiedad de los individuos a través de impuestos y regulaciones, no cuenten con nosotros. Si se trata de limitar el derecho de los países a explotar libremente sus recursos naturales, no cuenten con nosotros. Si se trata de inventar privilegios de sexo, de raza, de clase o cualquier minoría, y negar el principio de igualdad ante la ley, no cuenten con nosotros. Si se trata de imponer mayor intervención estatal en la economía, no cuenten con nosotros”.
El Ratón Pérez se echaría para atrás en su asiento y con cara de incredulidad por escuchar algo tan obvio como eso, diría: “Y, pero, lógico…”
Lo que ocurre es que en el mundo se fue haciendo cada vez menos obvio que los individuos son libres y que, si crean una superestructura llamada Estado, es para defender y asegurar sus derechos, no para que esa superestructura se vuelva en su contra restringiéndolos.
Casi al contrario, se fue tornando natural que los individuos sean entes dependientes de las decisiones de esas superestructuras que se arrogan, no la representación, sino la mismísima encarnación del pueblo.
No conformes con haber logrado instalar en el sentido común medio de la mayoría de los países este nuevo mantra, los partidarios de esta corriente (que ha recreado las élites monárquicas de la antigüedad) han llevado ese contrasentido a una escala global pretendiendo crear instituciones de lo que ellos llaman “gobernanza mundial” para desde allí lanzar bandos supuestamente obligatorios con los que pretenden regir las vidas de miles de millones de seres humanos como si fueran las piezas de un mecano.
Es contra esa concepción que el presidente lanzó el párrafo que el Ratón Pérez hubiera analizado con la incredulidad del que no puede creer que la gente se asombre porque alguien pronuncia algo que nunca debió ponerse en duda.
Algunos medios destacaron que ningún presidente aplaudió el discurso del presidente argentino. “Y, pero, lógico”, diría, una vez más, el Ratón Pérez: si ellos son los que promueven un regimen de privilegios de los cuales ellos mismos son sus principales beneficiarios.
La cantidad de recursos y energía que va a parar a los bolsillos improductivos de esta casta de inútiles que viven y viajan por el mundo a costa del dinero que los individuos generan con el sudor de su frente, es completamente desopilante. Miles de burócratas dispersos por el mundo dedicados a inventar problemas que justifiquen su propia existencia y los torne “necesarios”, finalmente producen un Milei que les dice en la cara lo que no es otra cosa que la verdad.
La vieja ilusión de posguerra de crear organismos mundiales para evitar conflagraciones como la que acababa de terminar, no solo no sirvió para cumplir su objetivo primordial que era el mantenimiento de la paz sino que se reconvirtió bajo la pretensión de ser una especie de poder legislativo mundial que, desde las altas torres, les dice a la gente cómo tienen que vivir su vida.
El G20 -que agrupa a las 20 economías más grandes del mundo- debería alejarse rápidamente de la idea de convertirse en un espejo de la ONU o de otros sellos de goma parecidos, para, al contrario, hacerse fuerte en las convicciones que, precisamente, hicieron posible que sus economías fueran las más ricas del globo.
Y esas convicciones están condensadas en las palabras de Milei, no en las extravagancias colectivistas de Lula. Los países del G20 son ricos porque en ellos privó la libertad de expresión, la propiedad privada, la explotación de los recursos naturales, la igualdad ante la ley y una preponderancia de las decisiones de los individuos por sobre la intervención del Estado. “Lógico”, diría Pérez.
El presidente resumió otras obviedades. Allí dijo: “La evidencia empírica demuestra lo contrario: cada vez que un Estado tuvo una presencia del 100% de la economía, que no es más que una forma bonita de llamar a la esclavitud, el resultado fue el éxodo, tanto de la población como del capital. Y millones de muertes ya sea por hambre, frío o crimen”.
Y concluyó: “Si queremos luchar contra el hambre y erradicar la pobreza, la solución está en corrernos del medio. Debemos desregular la actividad económica para liberar el mercado y facilitar el comercio, y que el intercambio voluntario de bienes y servicios traiga prosperidad”, en directa oposición a la propuesta del anfitrión, Lula, que, como un ariete infiltrado de otros intereses, quería que el grupo firmara la “Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza”.
El gobierno argentino finalmente aceptó firmar con objeciones el documento final que incluía la iniciativa brasileña. Pero al menos dejó en claro que quienes, frente a un problema, lo que deciden es crear oficinas administrativas con el nombre del problema, en realidad están usando el problema para colocar en esas oficinas a burócratas de su cuño para aumentar sus propias riquezas y privilegios. Mientras, el hambre y la pobreza, bien, gracias.
La preponderancia de la lógica del Ratón Pérez también habrá que mantenerla internamente cuando se trate en el Congreso el proyecto de Ficha Limpia impulsado por el PRO.
Allí no puede haber especulaciones de parte del gobierno en el sentido de no apoyarlo para, de esa manera, mantener a Cristina Kirchner en carrera (la aprobación del proyecto que parte de la base que un ciudadano con doble sentencia en contra que lo inhabilite a ejercer cargos públicos no puede presentarse a elecciones porque a los efectos politicos el llamado “doble conforme” es considerado sentencia firme) suponiendo que esa polarización lo beneficia. Esa táctica electoral también la pensó el “genio” de Marcos Peña y así le fue a Macri.
Pero ademas de que tácticamente la movida es riesgosa porque Ia prueba empírica -que tanto le gusta al presidente- indica que puede fallar, existe una cuestión de principios y de lógica que el gobierno no puede soslayar: está mal que Cristina Fernández -teniendo dos fallos que la consideran una delincuente que robó dinero de los argentinos para llevárselo a su casa- pueda presentarse a unas elecciones pretendiendo representar al pueblo al que robó y del que se seguirá mofando en uso de los fueros de los que estaría investida si la eligen.
Un imaginario discurso de Milei frente a ese tratamiento debería decir “si se trata de habilitar a delincuentes condenados por la Justicia para representar al pueblo, no cuenten con nosotros”.
Y un imaginario Ratón Pérez leería “un individuo no podrá presentarse a elecciones cuando la Justicia lo haya condenado dos veces por delitos cometidos contra el pueblo argentino” y, recostándose en el sillón de su escritorio diría: “y, pero, lógico…”