El “catenaccio” fue una estrategia popularizada por los equipos italianos de fútbol en las décadas del ‘60 y ‘70 caracterizada por la construcción de un sistema táctico tendiente a amordazar las fortalezas del adversario antes que concentrarse en profundizar las propias. Era un sistema embelesado por la idea de reinar sobre la base de la destrucción más que apoyarse en las virtudes propias.
Muchas veces el catenaccio también agregaba algunas tretas, al borde mismo de la trampa, como hacer que los jugadores se tiraran al piso simulando lesiones para perder tiempo y otras picardías parecidas.
Pese a que entregaba un fútbol horrible, el catenaccio obtuvo resultados a nivel de victorias y campeonatos con cuya fuerza sus partidarios les tapaban la boca a sus críticos.
En el otro extremo de las estrategias del fútbol se ubicaba lo que podríamos llamar el “jogo bonito” de la escuela brasileña, centrada en la idea de preocuparse por profundizar las fortalezas propias (la habilidad individual y el juego asociado de conjunto) antes que preocuparse por las fortalezas del rival.
Las dos escuelas tuvieron un enfrentamiento cumbre en la final de la Copa del Mundo disputada en México en 1970, juego al que llegaron las selecciones de Italia y Brasil.
Ese partido terminó con una aplastante victoria del scratch brasileño por 4 a 1.
Ese evento es el único que recuerdo en donde una escuela de algo (en este caso, de fútbol) se impuso a otra sin usar una sola herramienta de su adversario y, al contrario, valerse solo de lo que, justamente, predicaba, sin impurezas.
Traigo el ejemplo porque una de las mayores críticas que el gobierno del presidente Milei está recibiendo es que, para alcanzar un teórico Edén liberal en donde haya un Estado apenas testimonial y una poderosa sociedad privada centro de todo el empuje y de la innovación común, está utilizando métodos y medios de la “escuela” que quiere eliminar.
Es como si alguien quisiera derrotar al “catenaccio” no SOLO con el “jogo bonito”, sino también apelando a algunas técnicas del “catenaccio”.
Algo así como decir “aguanten mi catenaccio un poco porque solo lo estoy usando para exterminarlo y darle rienda suelta al jogo bonito, una vez que esta etapa sucia haya pasado”.
El comunismo se presentaba también como una forma que, en su versión final, aboliría el Estado. El pequeño detalle es que nunca logró salir de la férrea dictadura estatal que construyó para eliminar el Estado.
¿Está cayendo el presidente Milei en esta contradicción? ¿Está usando un poco de catenacco para regalarle a la Argentina el paraíso del jogo bonito?
Digámoslo de un modo más general: ¿puede una escuela de lo que sea usar los métodos y las formas de su anatema para exterminarla?
Se trata de una disyuntiva estresante. Cuando unas determinadas maneras de hacer las cosas en un país, acostumbró a sus ciudadanos a que “esa” es la normalidad, es muy difícil intentar un cambio que, al mismo tiempo, proponga formatear de un modo radicalmente diferente la manera de hacer las cosas y lo haga aplicando una metodología también original.
Pasar -como le gustaría decir a Milei- del patrón mental “colectivista” al patrón mental “liberal” usando SOLAMENTE herramientas liberales en una sociedad carcomida por el colectivismo durante décadas, puede resultar una tarea imposible, aún más difícil incluso, que hacer entender que el “puerto de llegada” será mejor que el “de partida”.
Es posible que la sociedad dé un consentimiento rápido para ir hacia el nuevo puerto de llegada, pero que se arquee como un gato crispado cuando, al mismo tiempo, le cambien la metodología de la “diaria”.
El sistema político, diseñado durante décadas como un orfebre por la mentalidad que Milei quiere erradicar, también está acostumbrado a responder a determinados impulsos y a dar respuestas según sean las señales que recibe.
Puede mostrarse a tal punto indócil con quien, de golpe, lo someta a unas “formas” que le son extrañas que, apoyado en la fortaleza que le ha dado su persistente vigencia, logre transformarse en un obstáculo instrumental insalvable, habiéndole imposible al reformista avanzar con sus reformas. “Dame un poco de catenaccio o haré náufragar tu intención de consagrar el jogo bonito como el nuevo orden”.
O también puede darse el caso de que el naive jogo bonito busque imponer su supremacía utilizando también las herramientas naive de su juego lírico y el catenaccio aproveche esas libertades para ganarle el partido de contragolpe.
Cuando el constitucionalismo liberal del siglo XVIII se propuso terminar con el gobierno de una aristocracia elitista, debió conceder -en la organización de las nuevas instituciones- algunos espacios de poder a la aristocracia para que, finalmente, la democracia tuviera un futuro.
Así, el Senado y la pompa de las Cortes de Justicia, conservaban resabios del elitismo aristocrático que “compensaban” los “desbordes democráticos”.
¿Estaban traicionando a la democracia quienes fueron sus padres fundadores al haber usado metodologías “aristocráticas” para darle una chance al gobierno del pueblo? ¿O ese uso debe considerarse como una estrategia para lograr un objetivo mayor? ¿Existe algún límite de compatibilidades entre los fines y los medios? ¿Puede “jugar completamente limpio” el que quiere transformar, cuando el rival es un astro en el mundo de los truhanes y no dejará nada por hacer para evitar que el cambio se verifique? ¿Podía el Brasil de Pelé mezclar un poco de catenaccio con su jogo bonito para terminar de hundir definitivamente el catenaccio? Poder pudo. Pero insisto: es el único evento que recuerdo en donde un tipo de concepción se pudo imponer a otra de modo contundente sin usar una sola herramienta ni modismo de la concepción a la que quería vencer.
Una cosa es cierta: quienes le permitieron todo a los ladrones del “catenaccio” saltan alarmados por lo techos cuando Pelé se tira al piso para hacer un poco de tiempo simulando una infracción.
¿Cuánto derecho tiene el que busca un fin a lograrlo utilizando herramientas que en principio lo contradicen? ¿Y si alguno de los “medios” se convirtiera en el futuro en una quinta columna para los fines, en una especie de zorro en el gallinero?
¿Qué nivel de “medio” podría asignársele a Lijo en la Corte para asegurar un “final” liberal en la lucha por la batalla cultural?
¿Es el nombramiento de Lijo una simple “tirada al piso de Pelé para hacer tiempo”, un simple “pecadito” de método para asegurar un bien mayor? ¿O es una prueba de que el jogo bonito, en el fondo, se ha rendido ante el catenaccio?
¿Se le puede “imponer” el jogo bonito a un “equipo” (la sociedad argentina) que no solo no vio otra cosa que catenaccio en los últimos 80 años sino que, además, el catenaccio le gusta un poco?
¿Está bien que el que propone el jogo bonito quiera dirimir la supremacía en un partido final a cara de perro contra quien encarna lo más rancio del catenaccio (Cristina Fernández de Kirchner)?
¿Y está bien que para lograr eso no se esfuerce mucho en sacarla de la cancha ahora, cuando se podría dictar una ley perfectamente legítima -dadas las circunstancias- que le prohíba a la jefa disputar el partido final?
¿Se terminará el catenaccio si a su máximo exponente siempre le quedara la ficha de decir “a mi en la cancha no me ganaron?”
¡Qué equipo difícil el argentino! ¿No? Millones de directores técnicos que se la saben todas pero que, cuando fueron consultados en las elecciones, le entregaron el poder más veces de las aconsejadas a quienes moldearon un reglamento a su favor y que ahora, cuando lo usa otro, descargan sobre él los más furibundos ataques aunque el atacado jura y perjura que solo quiere usarlo durante un período extraordinario y acotado precisamente para que, paradójicamente, aquella plaga deje de existir.
La Argentina nunca dejará de ser un país de curiosísimas paradojas.