¿Por qué será que la Argentina frente a cuestiones simples, que tienen todos los visos de ser temas obvios si nos guiamos por el sentido común, en el país se “intelectualizan”, su explicación se retuerce y lo que parecía algo auto evidente al principio pasa a ser un tema complicadísimo que, por supuesto, demora años en resolverse?
Fíjense por ejemplo las reacciones que ha gatillado el proyecto del gobierno de cobrar un arancel de salud a los extranjeros que vengan a atenderse a la Argentina y a los que vengan a estudiar a sus universidades.
De entrada la cosa parece simple: obviamente un extranjero no es igual que un argentino, el bolsillo común de todos (el Tesoro Público) no puede ser una caja de solidaridad continental (además no correspondida por otros países frente a casos análogos en donde un argentino requiera atención médica o servicios educativos), los ejemplos mundiales con concordantes en la idea de que esos servicios un extranjero debe pagarlos o presentar evidencias de estar cubierto por un seguro y el sentido común indica que la primera caridad empieza por casa. Una discusión de estas en cualquier bar de la Argentina no duraría mas de cinco minutos para que todos estuvieran de acuerdo en lo que hay que hacer.
Muy bien. Frente a esto uno dice, “bueno, fenómeno, esto en un par de días está resuelto”. Pues no. El alambicado sistema argentino aparece en todo su esplendor para decir que si el gobierno quiere hacer eso, debe modificar la ley de migraciones y no sé cuántos tratados internacionales. “¡¡A la miércoles!!”, dice uno, “¡¡Cómo se complicó esto!!”.
Porque, efectivamente, la maraña legal que el país construyó en el último siglo para, precisamente, contravenir el más simple de los sentidos comunes e instalar otro sentido común distinto, produce consecuencias como esta: que lo que otros países deciden de manera expeditiva y rápida porque lo que deciden es lo que corresponde y lo que se alinea con el sentido común, en la Argentina es un galimatías que permite la proliferación de curros, da lugar a abusos de todo tipo y, lo que es peor, convence a la gente que las cosas son de una manera que no es la que debería ser.
En materia del arancel para las universidades, por ejemplo, los propios rectores (que son los primeros que deberían defender una medida que les posibilite mejorar sus finanzas) ponen el grito en cielo diciendo que la iniciativa es un disparate porque quienes se inscriben en las universidades son residentes argentinos con DNI argentino.
Lo cual, en efecto, ¡¡ES CiERTO!! Eso nos lleva a otra obviedad que se cae de madura: en otros lugares obtener la residencia legal es un tema difícil y está sujeto a requisitos severos. ¿Cuál es el motivo por el que la Argentina regala residencias como si fueran caramelos?
Y no me apuren con el principio aperturista de la Constitución que, siguiendo la idea de Alberdi de que “gobernar es poblar”, efectivamente introdujo una cláusula (Artículo 25) de incentivo a la inmigración europea, porque si nos tomamos de la literalidad de esa mención no sería aplicable a la inmigración desde otros países que es, justamente, la que la Argentina recibe.
Admito que es un tema espinoso y hasta antipático, pero eso es lo que está escrito. Entonces, si quienes se oponen a implementar algo tan obvio en defensa de las arcas públicas que sostienen los argentinos con sus impuestos, aduciendo la literalidad de lo que dicen otras normas, yo tengo el derecho a echar mano de la literalidad de lo que está escrito en la Constitución.
Si uno quisiera resolver esto rápido sin oponerse a las cosas porque vienen de quien vienen, debería concluir en que la cuestión es de fácil resolución si se emplea un principio muy valorado en la diplomacia, que es el principio de la reciprocidad.
Esto es, la Argentina se manejará en cuanto a hacerse cargo de las enfermedades y los estudios de los extranjeros del mismo modo que los países de origen del extranjero se manejan con los argentinos. No es tan difícil.
A veces este criterio se utiliza con un sentido ideológico y se pasa a ser muy duro en su aplicación. Por ejemplo, la Argentina es un país que, en principio, no requiere visa de ingreso a al país para visitantes extranjeros. Sin embargo, por el principio de reciprocidad, como EEUU, Australia y Canadá la exigen para argentinos, la Argentina empezó a exigirla para norteamericanos, australianos y canadienses. Obvio: son los piratas anglosajones que no merecen misericordia.
No sé francamente como terminara esto. Pero lo que sí sé es que por cada iniciativa fundada en el más elemental de los sentidos comunes, en la Argentina siempre aparece alguien blandiendo un reglamento que, lamentablemente, es verdadero y que impide implementar lo que el sentido común indica.
Entonces, cuando un país da muestras cotidianas de regirse por un orden jurídico que contradice el sentido común, no caben dudas que lo que hay que modificar es el orden jurídico, no defender un “nuevo” sentido común basado en una legislación disparatada.
Lamentablemente ese mismo orden jurídico hizo de la Argentina un país muy pobre que no puede darse el lujo de ser la escuela pública y la obra social gratuita para todos los nacionales de todo el continente. Es paradójico, pero el mismo orden legal que los que se oponen a estas iniciativas propulsaron, es el que hizo de la Argentina un yermo en quiebra que, por lo tanto, no puede financiar la filantropía médica y educativa del hemisferio que esa misma gente exige.
Quizás si, justamente, ese orden jurídico prohibitivo y reaccionario, no hubiera hecho de la Argentina un país subdesarrollado luego de haber sido desarrollado, hoy tendría una riqueza, una afluencia económica y una holgura que le permitiría ser generoso con todo el mundo.
Pero no es el caso, muchachos: fue el tipo de ley que ustedes defendieron el que hizo de la Argentina un país que no puede darse los lujos que ustedes le exigen para con la “Patria Grande”, que será muy grande en los papeles pero que, cuando un compatriota argentino cae en desgracia en sus países o pretende estudiar allí, las veleidades de “Patria Grande” desaparecen y son reemplazadas por el prosaico principio de “poniendo estaba la gansa”.