Desde que los presidentes José Sarney de Brasil y Raúl Alfonsín de la Argentina inauguraron el puente internacional “Tancredo Neves” como símbolo de una fraternidad que desembocaría en la constitución del Mercosur, el comercio entre los dos países se incrementó pero el nivel de vida de los pueblos brasileño y argentino no mejoró, al contrario (y particularmente en el caso argentino) se deterioró profundamente.
No se puede decir que esa caída en las variables que muestran la fotografía de una notoria involución haya sido el producto del Mercosur. Pero sin dudas ese convenio no hizo nada por la reversión de esa realidad ni tampoco fue el mejor camino para evitarla.
Visto a la distancia el Mercosur pareció ser más una simulación para conformar a los partidarios del comercio que una convicción sólida en el sentido de establecer normas y procedimientos efectivos que le permitieran a los países que lo integran funcionar como un mercado sin fronteras.
Esa idea es completamente exótica para los múltiples intereses que se mantienen en el subsuelo de las economías mayores del grupo, la brasileña y la argentina.
La idea de la competencia y del aprovechamiento de las ventajas naturales de cada uno para evitar el despilfarro de recursos y promover la concentración de los miembros en aquellas industrias para las que están mejor preparados, nunca pudo plasmarse en la realidad y fue transformando, con el tiempo, a todo el bloque en una pesada estructura burocrática más útil para que unos cuantos inservibles se hicieran de una fuente de ingresos antes que para agilizar el comercio y multiplicar la riqueza.
Tiene completa razón el presidente Milei cuando dice que el Mercosur terminó transformándose en una prisión gigante de la cual nadie puede salir si los demás no están de acuerdo. Se trata de una especie de condena a morir más allá de que uno conozca las maneras de evitar la muerte; algo así como “no te vas a salir de aquí aunque salir sea lo mejor pata ti”.
Le pasó a Uruguay, que con Tabaré Vazquez estuvo muy cerca de concretar un acuerdo de libre comercio con EEUU y con Lacalle Pou otro con China y ambos debieron abandonar esas ideas porque Argentina y Brasil se lo impidieron.
Ese solo hecho, el de describir una situación en donde un país soberano tuvo que bajarse de un proyecto con el que estaba seguro iba a mejorar el nivel de vida de su gente porque un tercer país se lo impidió, es suficiente para concluir que el Mercosur es una pesada mochila de frustraciones más que una idea que solucione los problemas de pobreza, inequidad y atraso que tienen las economías de los países que lo integran.
Si uno observa como han progresado los países vecinos, que no integran el bloque y que, por el contrario, se manejaron con una política abierta que los llevó a firmar acuerdos bilaterales de libre comercio, toma verdadera dimension del lastre que ha significado el Mercosur, fundamentalmente para la Argentina ya que Brasil tiene un mercado interno con el que puede darse el lujo de no depender de los demás para buscar masividades que tornen viables las economías de escala.
La negociación del bloque con la Union Europea para celebrar un acuerdo comercial duró 25 años. Y al cabo de ese período eterno hay aún analistas que consideran que la “negociación recién empieza”. ¿Recién empieza después de 25 años? Creo que en esa realidad debe encontrarse una especie de resumen rápido de lo que significa este elefante.
La Argentina necesita implementar soluciones más rápidas. No puede darse el lujo de esperar tiempos eternos para dar vuelta una situación en muchos campos terminal de su funcionamiento económico. Debe ser más expeditiva. Y si debe serlo por una obligación que le viene de sus propias necesidades más aún debe buscar salir de lugares que le impiden implementar lo que más le conviene.
Lamentablemente el Mercosur ha sido una pantalla de “apertura” fabricada por los reyes del encierro. Con su constitución el bloque pretendió blindar la idea de que aquí el libre comercio nunca se hará efectivo. Fue una jugada de simulación para que lo que siempre consideraron como el verdadero peligro (que el comercio entre personas sea lo más libre posible) hiciera pie en nuestros países.
El mejor futuro de la Argentina indica solo dos caminos: o el país logra que el Mercosur sea un verdadero tratado de libre comercio y deje de ser una union aduanera carcelaria, o, caso contrario, abandonar esa asociación que ata de pies y manos las posibilidades que el país pueda negociar por sí solo.
La Argentina ya tiene -en materia de regulaciones, prohibiciones e imposiciones ridículas- bastante por sí misma como para, encima, atarse a una estructura supranacional que le imponga más restricciones a la libertad de las personas para comerciar como mejor crean.
No sé muy bien para qué sirve que el presidente de uno de los miembros sea “presidente pro tempore” del cuerpo, pero, en todo caso, si desde allí se puede hacer algo, el Presidente MIlei -que asumió esa condición la semana pasada- debería impulsar sin más demora la transformación del Mercosur en un tratado de libre comercio que le permita a sus miembros manejarse con completa soberanía respecto de lo que son sus decisiones económicas. Y si no lo consigue -por la intransigencia carcelaria fundamentalmente de Brasil- deberá iniciar el camino que corresponda para un “brexit” argentino del grupo.
Demasiadas ataduras internas ya tiene la Argentina cuando se trata de ser libre como para ir a buscar refuerzos en el exterior. Si Brasil, Uruguay y Paraguay desean seguir soportando el lastre de una organización que propende más a la buena vida de unos pocos que al incremento de la riqueza de todos, allá ellos. Pero la Argentina ya tiene demasiados obstáculos en su propia legislación como para que un Leviatán inútil creado solo para simular, le venga a sumar más palos en la rueda de su futuro,