Las dificultades que atraviesa nuestra sociedad en materia de desarrollo político y económico fueron puestas en jaque en el momento que decidimos (¿por cobardía?) no afrontar problemas que acechan al individuo en todo el orbe, concentrando la atención en trivialidades “venenosas” que han terminado por enturbiar nuestra mente.
Esto ha dado lugar a que los instrumentos de análisis que permiten reflexionar sobre ciertos problemas acuciantes que nos plantea la democracia, hayan sido suplantados por dichas trivialidades.
“Los derechos niveladores de la generosa inspiración democrática, se han convertido de aspiraciones e ideales, en apetitos y supuestos inconscientes”, como diría Ortega y Gasset, y nos han hecho perder el rumbo que exige el mantenimiento de una república moderna, sana y pujante, agregamos nosotros.
Nuestras penurias desfilan así contaminados por las aventuras de los Nara, L-Gante, Pampita y las procacidades de “artistas” (¿) y políticos desaprensivos que aprovechan nuestras “distracciones” para hundirnos más y más, nivelando un escenario de mediocridad que ha generado una suerte de subversión popular que entorpece la marcha de cualquier gobierno que intente restaurar la razonabilidad del orden político y social perdido.
Esta marea que nos envuelve, resulta ser así una vertiente favorable para el desarrollo de una cultura que ha descendido hasta lo más bajo, dejándonos como náufragos que no logran salir a flote, repitiendo los errores que marcan “el desnivel de la altura de la época” (Ortega).
Nos hemos alejado así de los “tiempos de plenitud” de la historia moderna, atrapados en el espejismo pasatista y tentador de noticias, historias y trascendidos que nos impiden comprender cabalmente qué es lo que está pasando en realidad, alejándonos del camino hacia el desarrollo de una plenitud que ponga en su lugar lo que hoy se ha dispersado por las
distintas maneras de ver la realidad de cada quien, avanzando con paso más firme cada día hacia la disolución social y cultural.
Algo que no nos permite distinguir con claridad en qué consiste la lucha del actual gobierno en su intento por reflotar conceptos clásicos sobre la política y la economía que hoy yacen en el fondo de un desván, abandonados en la consideración de ciudadanos que no consiguen “ponerse a tono” con los tiempos que nos toca vivir.
“Nuestra vida”, agregaría seguramente Ortega, “se siente hoy de mayor tamaño que todas las vidas anteriores. Y nos encontramos en una época que hace tabla rasa de todo clasicismo sin reconocer en nada pretérito cualquier modelo sobrevenido al cabo de años de evolución”.
De allí nace el fermento de la crítica, la disconformidad y el ataque despiadado contra quienes –más allá de aciertos u errores-, y por primera vez en años, responden al pulso de un individuo como Javier Milei, que a pesar de su rudeza, pretende ponernos frente a una realidad que negamos siempre pregonando a voces: “yo no fui”.
Por todo lo aquí expresado, creemos que la frase de Vonnegut (1922/2007), escritor estadounidense con que iniciamos estas líneas -un escéptico héroe de la Segunda Guerra preso en Dresde durante la misma-, aplica bien a nuestro caso.
Como así también su mensaje al recibir una medalla de honor finalizada la misma, refiriéndose a ella como producto de “una herida absurda e insignificante”, aludiendo a decisiones que no lograron cambiar el curso de los errores cometidos respecto de ciertos objetivos “de excelencia”.
A buen entendedor, pocas palabras.