Da la impresión de que
algunos intentan reflotar un ya viejo mito de décadas anteriores de “la era de
los platos voladores” para los argentinos (“platillos volantes” para los
españoles).
Veamos algunos
aspectos del tema en su mayor profundidad, a fin de analizar.
Según las “descripciones” dadas de los
humanoides extraterrestres que años atrás descendieron de las naves
incursionadoras en nuestros dominios, nos veríamos forzados a aceptar en
principio la existencia de una ley biológica panuniversal, según la cual toda
vida suscitada en cualquier planeta apto para ello del cosmos, debe tender por
evolución natural hacia la forma humana o humanoide. Aquí de entrada ya tenemos
una dificultad para los ovnílogos y más que eso una prueba de que todo es pura
fantasía propia de una mentalidad infantil. En efecto, ¿cómo y donde es posible
hallar esa supuesta ley si sabemos que aquí en la Tierra, la vida en su
evolución ha seguido los más diversos derroteros sin advertirse ninguna
tendencia del resto de las ramas biológicas hacia la forma humana o humanoide,
salvo en un solo caso: la rama hominal?
Propongo la siguiente suposición,
sobreentendiendo que el destinatario de la misma se halle lo suficientemente
versado en biología para descartar toda ley de repetición de un proceso como el
viviente:
Supongamos que el fenómeno vida se
repitiera cien veces en nuestro planeta, siempre partiendo de su total ausencia,
por extinción. ¿Es posible aceptar en este caso que en cada proceso evolutivo se
recapitularán todos los derroteros biológicos con la formación de las mismas
plantas, los mismo insectos, los mismos moluscos, peces, reptiles, aves,
mamíferos y como corolario de la evolución: el hombre?
Sabemos —biología de por medio— que ni
entre mil, ni entre un millón de repeticiones se darían las mismas formas
vivientes. ¿Por qué? Porque vemos a través de la paleontología, en los restos
fósiles, y en el mundo animal y vegetal sobreviviente hasta la actualidad, que
el despliegue de formas vivientes que fueron, y las existentes, se elevan en su
número a cifras astronómicas. Las posibilidades son inconcebibles, y aunque el
ambiente puede “imprimir” ciertas formas llamadas en términos biológicos “de
convergencia”, como la pisciforme o fusiforme de los peces, que coincide con
algunos mamíferos acuáticos (ballenas, delfines, manatíes, etc.), y formas
adaptadas al vuelo como las aves semejantes a especies de otras ramas
biológicas, esto no constituye suficiente prueba para suponer formas semejantes
en otros planetas.
Con respecto al primer caso, no nos
olvidemos de variantes tales como los calamares, sepias, jibias y pulpos que sin
ser pisciformes poseen un excelente poder de propulsión en el medio acuático,
además de las medusas, los langostinos, camarones y cangrejos, todos distantes
de los pisciformes y fusiformes.
En el segundo caso tenemos entre los
mamíferos a los murciélagos y entre los artrópodos a las mariposas, abejas,
libélulas y otros diversos insectos, todos alejados de la forma de otros
voladores, los pájaros.
Atendiendo también al mecanismo de las
mutaciones genéticas que producen nuevas especies al azar, resulta imposible una
recapitulación de las formas vivientes de nuestro planeta, surgidas por
evolución biológica.
Y más profundo aún, la bioquímica nos
indica que ni siquiera es necesariamente imprescindible una recapitulación del
mecanismo genético En efecto, podemos concebir otra vida sin cromosomas, genes
(ADN) y sin división celular y ni siquiera células como unidades de la vida.
Las posibilidades son múltiples, y podemos
concebir con fundamento científico una forma de vida acelular, basada en el
crecimiento continuo de masas vivas informes pequeñas o gigantes con
reproducción metámera, es decir mediante fragmentación, esto es sin cromosomas
ni genes localizados intracelularmente, sino basada en un plan estructural y
fisiológico disperso en la masa viviente total.
Estas formas de vida no tienen por que
corresponder a los vegetales y animales terráqueos. Se podría tratar de un
“tercer reino” viviente. Y en otro planeta muy distante, de un “cuarto reino”, y
así sucesivamente. (Véase del autor de este presente artículo: Naves
extraterrestres y humanoides, capítulo 5; Buenos Aires; Imprima Editores).
Otro detalle que refuta el mito de los
humanoides lo constituye la posibilidad biológica de la ausencia total de
evolución. Pueden existir trillones de planetas con forma de vida estanca, sin
evolución alguna por hallarse desprovistas de ADN y del mecanismo mutacional que
puede ser “universal” sólo aquí, en la tierra, para todos los seres vivientes,
animales y vegetales.
Para el astrónomo es muy fácil aceptar una
recapitulación en otros planetas de lo acontecido en nuestra tierra en materia
de evolución de la vida. Mas los biólogo que conocen lo improbable que es la
constitución del ADN como código genético, no aceptan tan a la ligera la
repetición del fenómeno por doquier.
Algunos astrónomos como Carl Sagan, por
ejemplo, hablan de civilizaciones extraterrestres que pueblan nuestra galaxia,
sin tener en cuenta estos detalles biológicos. Se basan en una supuesta o
sobreentendida ley panuversal que ni siquiera conciben en profundidad;
la dan por sentada, y presuponen un cierto plan genético, las mutaciones y la
evolución de especies con tendencia hacia la constitución de un ser humano o
algo parecido (humanoide) quien según ciertas leyes psicológicas, sociológicas o
“antropológicas” (valga el neologismo) debe arribar a una civilización como la
nuestra o algo parecido. Pero una vez alcanzada, habría una tendencia, también
natural —según presuntas leyes inscriptas en alguna parte, o en todo el cosmos—
hacia la aparición de conflictos ideológicos irreconciliables con probable
destrucción de las civilizaciones por acción bélica. Esta, a mi entender, es una
mera extrapolación de lo acontecido o por acontecer en la Tierra. Es
antropomorfismo puro. Esto es, extrapolar la propia índole o naturaleza humana
como si fuese el resultado de cierta ley cósmica general. Así es como R. B. Lee,
del Departamento de Antropología de la Universidad de Toronto, Ontario, Canadá,
se lanzó a afirmar que: “Siempre que tenemos una civilización, tenemos
imperialismo”, con intención de aplicar esta “ley” a las “civilizaciones
extraterrestres”.
También el eminente Sagan creía esto, y se
fundaba en la repetición del ADN como producto de una cierta ley universal. Por
ello dice, influenciado todavía en sus tiempos por la tensión Este-Oeste durante
la “guerra fría” y la posible utilización de armas nucleares: “Las
civilizaciones tardarían en nacer por miles de millones de años de tortuosa
evolución, y luego se volatilizarían en un instante de imperdonable negligencia”
(Carl Sagan: Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, pág. 301). Y nos hablaba
de “millones de civilizaciones tan sólo en nuestra propia galaxia”. (Ob. citada,
pág. 302).
También se dice en el libro Vida
inteligente en el universo, escrito por Sagan, en colaboración con I. S.
Shklovsky, del instituto de Investigación Cósmica (Academia Soviética de
Ciencias, Moscú), pág. 463: “Es concebible que en otros mundos, la resolución de
conflictos nacionales y la instauración de gobiernos planetarios se haya logrado
antes que las armas de destrucción masiva”.
¡Bien antrópico, por cierto! “Humano,
demasiado humano” como diría el pensador Nietzsche. También en este pensamiento
se advierte la influencia de las tensiones entre los EE UU. y la ex U.R.S.S.,
armas atómicas de por medio y se adivina la naturaleza egoísta, intolerante,
ambiciosa territorialista, xenófoba y belicosa del hombre extrapolada hacia
otros mundos.
Más adelante se dice: “Esa sociedad (¿de
humanos o humanoides?) ejercerá la autoselección en sus miembros. Se podrán
controlar los lentos y a su vez inexorables cambios genéticos que de muchas
maneras hacen que los individuos no sean apropiados a una civilización técnica”.
¿Cambios genéticos? ¿Quién les dijo a estos
autores que en otros mundos existen también los genes?
Aquí es evidente que no sólo los ovnílogos
sueñan con el humanoide extraterrestre, sino también algunos científicos
que aceptan cierta ley universal (que no ha sido demostrada) de evolución basada
en los genes conocidos sólo en la tierra.
Esa presunta ley, primero hay que buscarla
en el cosmos, hallarla, y sólo entonces hablar de cierta probabilidad remota de
existencia de “civilizaciones extraterrestres” con mentalidad antrópica.
Pues aunque existiera dicha ley, ello no
representaría argumento suficiente para aceptar cierta tendencia por parte de la
materia a organizarse de tal modo que la meta fuese siempre no sólo un humano o
humanoide, sino también un “espécimen” con mentalidad antrópica con todas sus
virtudes y defectos. Esto verdaderamente constituiría una casualidad única.
Para la aparición de la inteligencia en el
universo —según el zoólogo Joachim Illies— existe la posibilidad de una entre un
quintillón.
En realidad las formas de psiquismo pueden
ser múltiples, creadoras de miles de concepciones del mundo diferentes, órganos
de los sentidos disímiles y relaciones “sociales” distintas, según el mecanismo
transformativo y el ambiente biótico. (Véase de mi autoría: Naves
extraterrestres y humanoides (Alegato contra su existencia). Buenos Aires,
Imprima editores, 1978, cap. 7).
Descartada la figura humana o humanoide
entre supuestos pobladores del resto del cosmos y explicados todos los
“contactos” relatados por las gentes como puras patrañas, nos quedan todavía los
OVNIS interpretados como naves extraterrestres tripuladas por seres alienígenas
que quizás nada tengan que ver con figura humanoide alguna, tal vez como
insectos o formas inexistentes en la tierra, o por pilotos automáticos, y nos
preguntamos ahora, ¿al fin y al cabo, es posible la vida extraterrestre?
Por empezar debemos reiterar que la
“ciencia” exobiológica es una ciencia sin datos, y por ende, no es una ciencia,
sino sólo una hipótesis.
Muchos son los que afirman que existe la
vida extraterrestre, aunque si se los interroga por qué creen en ello, responden
que no saben, o porque piensan que si hay vida en la Tierra, ¿por qué no podría
haberla en otros planetas? ¡Así de simple! Pero esta infundada creencia quizás
nazca de un solo motivo: el deseo del hombre de sentirse acompañado en el
cosmos.
Lo mismo ocurre con la creencia en la
inmortalidad: el terror a la muerte como tránsito hacia la nada, crea el deseo
de inmortalidad, se la inventa, se la acepta y se cree en ella.
También ocurre lo mismo con la creencia en
dioses protectores. Se los necesita, se los desea, entonces son creados por la
fantasía y se afirma su existencia.
Sin embargo, hay hombres de ciencia, como
los astrónomos que creen ciegamente en la multitud de planetas con vida en el
resto del cosmos. Sus argumentos parten de la base de la enorme cantidad de
estrellas y galaxias y por ende del fabuloso número de planetas que poblarían el
cosmos. Además piensan que entre un número como 10 elevado al exponente 80 de
partículas elementales que componen el universo, es fácil llegar a la
composición de los aminoácidos (sillares de la vida) por medio de procesos
físico-químicos naturales. Creen que bastan los aminoácidos desparramados por
doquier, para que en alguna parte estos se organicen en ADN y seres vivientes.
Aquí, en este punto, vuelve sobre el tapete
la petición de principio ya mencionada anteriormente: esta petición de principio
consiste en dar por presupuesta cierta ley físico-químico-biológica, según la
cual la materia-energía, bajo ciertas condiciones, es conducida hacia la
formación del código genético, células, cariocinesis, multiplicación celular,
organismos pluricelulares y psiquismo como ha acontecido en la Tierra.
Ya dijimos que esta ley hay que demostrarla
primero y luego entonces fundar sobre ella la exobiología. Sin embargo
muchos científicos al darla por sentada no hacen más que rastrear el espacio
exterior mediante poderosos radares para captar señales de vida o mensajes de
supuestas inteligencias de otros sistemas solares de nuestra galaxia.
La ley se presupone, y la vida
extraterrestre es considerada un hecho aunque no existan señales fehacientes de
ella.
A esta posición fundada en un “hecho” sin
datos se adhirieron científicos como el citado Carl Sagan, N. S. Kardashev, F.
D. Drake, P. Morrison, I.S. Shklovsky, V. S. Troitsky y otros. (Véase: Carl
Sagan, Comunicación con inteligencias extraterrestres, Barcelona,
Planeta, 1980).
Un ejemplo del entusiasmo y el afán de
contactar con otras inteligencias de nuestra galaxia, basados en aquella
presunta “ley universal” lo tenemos en la sonda espacial Voyager 2, lanzada hace
muchos años y que en 1989 pasó por las cercanías del planeta Neptuno. Esta
maravillosa sonda mandada al espacio el 20 de agosto de 1977 envió a la tierra
fotografías de cuatro planetas exteriores a saber: Júpiter, Saturno, Urano y
Neptuno, y después de pasar 4.800 kilómetros de la luna neptuniana Tritón,
continuó su viaje fuera del sistema solar, que quizás pueda durar millones de
años.
Pero a tal punto llega la fe en la
existencia de vida extraterrestre y a tal extremo el ya mencionado
antropomorfismo del hombre en su convicción de que toda otra “criatura” del
cosmos no puede tener otra naturaleza psíquica que la humana, que, ¡por las
dudas! ha sido incluido en su artefacto explorador un disco metálico de 12
pulgadas que posee grabadas imágenes y sonidos de la tierra.
El autor del proyecto realizado en la sonda
Voyager 2, fue el astrónomo Carl Sagan.
El disco se halla acompañado de una púa con
instrucciones gráficas sobre el uso del equipo.
En primera plana se halla la figura de un
hombre y una mujer desnudos. (¡Y cosa insólita!, ¡alguien sugirió en un
principio cubrirlos con ropas porque podían ofender el pudor de algún espectador
extraterrestre! ¡En fin, cosas del antropomorfismo!). Debajo de esta portada se
encuentra una placa que reproduce 116 fotografías de la Tierra, una serie de
saludos (¡bien terráqueos!) en 55 idiomas, ruidos que se pueden escuchar en
nuestro planeta y una serie de piezas musicales desde los clásicos hasta un
rock and roll, sin olvidar algunas canciones tribales.
El mensaje, de una duración de 120 minutos
comienza mostrando un esquema del sistema solar y fotografías del globo
terráqueo obtenidas desde el espacio. Luego vienen escenas donde se puede ver al
hombre y la mujer en diversas actividades, así como imágenes diversas de la vida
planetaria (y finalmente sigue la sección auditiva).
Pero en realidad el fenómeno vida, su
desarrollo y su corolario: el psiquismo, es lo más improbable del universo.
Todo aquel que haya estudiado bioquímica en
su mayor profundidad, comprende la asombrosa complejidad del proceso viviente.
La fabulosa variedad de sustancias químicas que entran en acción en los
pluricelulares para obtener el proceso metabólico es casi inconcebible. Es
necesario poseer una prodigiosa memoria para retener todas sus denominaciones y
más aún para recordar sus fórmulas.
Aparte de los procesos fisiológicos cuya
complejidad abruma, si nos detenemos en un estudio anatómico minucioso de un
organismo humano no será menor nuestro asombro. Todo médico sabe del esfuerzo,
cuando estudiante, para reconocer y memorizar los nombres de cada pieza
anatómica. Sin embargo, no es necesario siquiera buscar en lo pluricelular los
motivos para nuestro asombro, basta con analizar la estructura y fisiología de
una “simple” célula. Allí, dentro de la membrana contenedora existe todo un
mundo de elementos y hechos harto complejos desde los nucleótidos hasta la
estructura citoplasmática y el metabolismo.
De modo que, con la formación eventual de
los aminoácidos (que incluso se creen existentes en algunos meteoritos como las
“condritas carbonáceas) no hacemos nada. En efecto, es lo mismo que poseer el
conjunto de piezas que entran en la composición de un avión Boeing, amontonadas
en un lugar, todas entremezcladas. La cuestión es ensamblarlas para que la
maquinaria se ponga en marcha. Pueden pasar infinitos lapsos sin que dicho
conjunto de piezas arme por sí solo una máquina.
Descartada toda intromisión de alguna
inteligencia cósmica con deseos de entretenerse con un mundo caótico, de algún
dios creador en quién no creo, capaz de ensamblar las piezas químicas para
formar una máquina biológica en marcha, sólo nos queda el azar y un tiempo
enorme como lento factor creativo.
En consecuencia, arribamos a la conclusión
de que la vida es un fenómeno extraordinario, cuya ocurrencia es escasamente
probable, casi imposible, de modo que yerran todos aquellos que creen hallarla
por doquier en el espacio exterior. Ahora vemos mejor que, si el fenómeno vida
es muy poco probable, si sólo la formación espontánea de una célula viviente es
casi un imposible, con cuanta mayor razón debe serlo un humanoide
extraterrestre. Por ello mintieron todos aquellos que narraron episodios de
contactos con hombrecitos verdes, gigantes o cabezones con figura humana o
humanoide y hasta describieron detalles de una copulación con un hembra “tipo
mujer” extraterrestre. (Véase de Antonio Ribera: El gran enigma de los
platillos volantes, Barcelona, Plaza y Janés, 1975, pág. 217 y sigs). Si no
alucinados, son creadores de patrañas para impresionar a los demás, muchas veces
con propósito de lucro vendiendo libros sobre el tema. Repito, de acuerdo a mis
conocimientos biológicos, es imposible la existencia del humanoide
extraterrestre y aun debe ser descartada la fuga hacia el espacio —según se
cree— de algunos de nuestros ancestros que habrían colonizado en el pasado otros
mundos para regresar sus adelantados descendientes a la Tierra con el fin de
curiosear acerca de cómo andan las cosas por aquí, pues de ser cierta esta
hipótesis debería haber sido hallada alguna prueba de una antigua civilización
más adelantada que la nuestra. No hay huella alguna a pesar de que muchos
entusiastas han afirmado y afirman lo contrario. Ni geólogos, ni arqueólogos, ni
paleontólogos han hallado señal alguna de una civilización igual o superior a la
actual en la Tierra. La evolución del terráqueo ha sido gradual, en escala
ascendente. No ha habido ninguna extinción casi total por el empleo de armas
nucleares para quedar sólo seres primitivos en alejadas regiones del planeta que
continuaron evolucionando y creando civilización hasta el presente, como creen
algunos, porque en ese caso hubiesen quedado huellas evidentes de tal catástrofe
que, geólogos, arqueólogos y paleontólogos hubiesen descubierto.
La mentira pulula por toda la sociedad
humana del globo; el hombre es proclive a la falacia, al embuste, a la
exageración.
Con tal de asombrar a su auditorio, incluso
por simple diversión, o ganar dinero con libros platillistas o conferencias
pagas, no escatiman esfuerzos en poner al vuelo sus mejores de dotes de
imaginación fantasiosa. La ética casi nunca la tienen en cuenta los autores de
historias platillistas de contactos con humanoides que llenan las páginas de sus
libros con historias narradas por alucinados, borrachos, engañados o simples
mentirosos. Ellos lo reproducen todo como si fuera el producto de la más pura
veracidad.
En efecto, si a la mentira añadimos los
casos mencionados, tenemos ya toda la historia de los OVNIS y de los humanoides
extraterrestres. Es luego solo la fantasía, la imaginación de los autores que
especulan con los episodios narrados, quienes se lanzan a teorizar embarullando
aún más a los lectores.
La ovnilogía es entonces una falsa ciencia
cuyos sostenedores basan sus argumentos en el engaño, el fraude, la mitomanía,
la alucinación, la borrachera, la diversión por parte de los inventores de
historias falsas que se aprovechan de la ingenuidad de los engañados.
Ladislao Vadas
EL OVNI DE CATAMARCA, Y MÁS SOBRE POSIBILIDADES DE VIDA EXTRATERRESTRE