El pueblo ha escuchado hablar a sus
gobernantes, a los dirigentes del campo y ansía que, de una manera u otra, el
conflicto —que, más allá de este ámbito, mantiene en vilo a toda la sociedad por
sus implicancias propias— finalice de una vez.
Pero esta crisis recientemente "estallada", era un explosivo
de retardo, o si se quiere un concepto más suave, una bomba vieja que tarde o
temprano iba a hacer sentir su onda expansiva.
El abandono del mal llamado “Estado de Bienestar” en forma
abrupta durante el gobierno de Carlos Menem, impuso a nuestro país la búsqueda
de alternativas que orientadas al ámbito privado posibilitaron que muchas
multinacionales se hicieron como gangas en remate, de las industrias del Estado.
Y no solamente eso. Privó hasta ahora la idea de
“tercerizar” todo lo que el Estado (Nacional, Provincial y Municipal) podría
hacer; porque quedó la falsa sensación de que el mismo es un mal administrador.
Así, durante todos estos últimos años, fuimos sufriendo el
monopolio de las grandes privatizaciones, el afianzamiento de las
multinacionales con sus medios afines y muchos argentinos toman conciencia de la
locura cometida y convertida en realidad en los 90.
Por eso hoy se convive con el capricho de las empresas o
grupos económicos que tienen jugosos contratos con el Estado y realizando las
viejas tareas que antes hacía este.
Pero no pudimos a tiempo descubrir o no se supo ver, que,
como un huevo de serpiente quedaba allí bajo tierra, paradójicamente en el
campo, una de sus más importantes secuelas.
El conflicto agrícola es un resabio o mejor dicho una clara
consecuencia de la desaparición de las viejas políticas estatales y la
instrumentación de medidas que luego se aplicaron, buscaron a los ponchazos,
paliar ese vacío paternalista del Estado convirtiéndose simplemente en odiosos
medios recaudatorios
Juan D. Perón dijo oportunamente —y con toda lucidez— ante la
aparición del capitalismo monopolista que “la economía nunca ha sido libre, o
la controla el Estado en beneficio del pueblo o lo hacen los grandes consorcios
en perjuicio de este”.
A finales de la segunda Guerra Mundial, cuando este conflicto
mostraba a la humanidad sus trágicas consecuencias y el mundo despertaba del
mismo con el desamparo como compañía y el hambre como su sombra, el Estado
Argentino, implementaba el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del
Intercambio) que tenía como función primordial, eliminar a los sectores
intermediarios vinculados a la oligarquía terrateniente y a los monopolios
extranjeros asegurando la llave de nuestra riqueza.
Este organismo tuvo una especial e importante influencia ya
que posibilitó no sólo la concreción de grandes negocios para el Estado que a
través de otras medidas, tomaba el control del Banco Central, creaba la Marina
Mercante y nacionalizaba los FF.CC. etc.
Todo ello claramente al servicio de una política que
posibilitaría promover cosechas, posibilitar brillantes ventas e incentivar
otras producciones , además de poder utilizar ese flujo económico en otras
áreas.
En ese entonces, las grandes corporaciones del campo
estaban nucleadas en torno a Bunge & Born, Dreyfus y De Rider.
A partir de mediados de los 70`cuando se fueron
instalando al servicio de los grandes centros mundiales políticas de claro tinte
neoliberal, se fue cimentando la idea de que debía desaparecer el papel rector
del Estado y “liberar” las fuerzas productivas de los países. ¿Liberar de quien?
pregunto.
De esa manera con Menem se hicieron carne estos principios y
se producen las diversas privatizaciones de las cuales San Nicolás fue una de
las principales ciudades afectadas (recordemos SOMISA).
Desapareció entonces la Junta Nacional de Granos, que
en 1989 antes de su ansiada ausencia manejaba el 52% de las exportaciones de
soja; se van apropiando las grandes corporaciones del ramo (Molinos Río de la
Plata, Aceitera General Deheza, Cargill, Bunge & Born,
Vicentin y Dreyfus) de todo el negocio cerealero llegando en la
actualidad a manejar el 92% de las exportaciones de aceite de soja.
Ellos son los que fijan precios con sus compras y con las
mismas incentivan o no los cultivos alternativos.
Por su acción directa, indirecta u omisión, el campo se va
moviendo. Ahora bien, ante la ausencia del Estado en el rubro, la situación
forzó a los gobiernos de turno a crear mecanismos de recaudación, supletorios,
surgiendo en consecuencia estas famosas retenciones no coparticipables que tanta
polémica han desatado.
De allí su lógica de existencia y hoy en día se está
discutiendo en la Cámara de Diputados, algunos proyectos que pretenden
directamente recrear la JNG o regenerar varias de sus funciones a través de un
nuevo ente estatal.
La marcha del mundo está demostrando una coyuntura en la que
la Argentina debe tomar conciencia de su potencial.
Produce alimentos anualmente para 300 millones de
personas. El hambre golpea en muchos países y en otros han decidido disminuir
sus exportaciones para mantener el alimento en sus mesas.
La crisis energética les posibilita a otros países
observar la importancia del negocio como el petróleo y el gas, que en manos de
sus Estados posibilitarían mejorar la vida de sus pueblos e incentivar otras
industrias. (Política encarada por Chávez y Evo Morales, seguido también por
Lula y su apoyo estatal a Petrobrás).
Aquí tenemos nuestro potencial privatizado; desde los
ferrocarriles por dónde se trasladan las cosechas, hasta puertos por dónde se
embarcan los granos y encima pagamos 3.500 millones por año en fletes ya que no
poseemos buques y dejando prácticamente todo el comercio exterior en manos de
las multinacionales e intermediarios.
La Argentina no puede dejar pasar este momento histórico. Se
acentúa la necesidad de contar con entidades estatales regulatorias como lo era
el IAPI o
Luego la JNG con la dirección de técnicos nombrados por el
gobierno, representantes de los sindicatos obreros, organizaciones campesinas y
de las cooperativas agrícolas, que superen los efectos meramente recaudatorios
que brindan las retenciones a las exportaciones.
El Estado no debe estar ausente de esta coyuntura y su
riqueza no debe ser arrebatada ni explotada trágicamente por quienes
aprovechando las secuelas de los 90’, pretendan adueñarse del futuro de la
Argentina.
Aprendamos del pasado que nos devuelve una oportunidad
histórica.
Ricardo Primo