La vorágine actual no da margen para
respiros y así como el stress va complicando la salud de millones de personas,
existe también un stress que va generando traumas sobre las instituciones, sobre
la política y sobre la economía.
Entre el conflicto rural y ahora los cortes de ruta de los
transportistas, el gobierno está edificando un ajuste silencioso que lo mantiene
solapado bajo los supuestos niveles de tensión del enfrentamiento con varios
sectores.
Al igual que el stress que va dejando en el organismo
una huella, de manera silenciosa, el stress de los conflictos sobre las
rutas van dejando la huella del ajuste.
Los síntomas del ajuste pasan por un alza de precios de
bienes y servicios que supera largamente el 10 por ciento en las últimas
semanas. Un ajuste larvado, so pretexto de la interrupción de la cadena de
comercialización. En otras palabras, el supuesto desabastecimiento genera menor
oferta de bienes y en ello se apoyan los sectores formadores de precio para
ajustar los precios.
Es cierto que los precios, en especial, los servicios
públicos, los de primera necesidad y de los combustibles sufren aumentos a
partir de la suba en el precio de las materias primas, alimentada por el mercado
internacional.
Pero también es válido decirlo, el desabastecimiento no
comenzó ni con el conflicto del agro ni con el del transporte de cargas.
En sentido estricto, el desabastecimiento, al igual que en
los '70 se inicia con la corrosiva política de precios máximos y su consecuente
y no menos corrosivo sistema de subsidios que obligó a los agentes económicos a
revisar sus escalas de producción.
El proceso de sojización y la distorsión del mercado de
combustibles son los factores emergentes de esta política económica.
Es así como con precios máximos se destruyó la cría de ganado
vacuno y con ello cayó el stock de animales. De la misma manera sucedió con los
hidrocarburos, las reservas petrolíferas se derrumbaron y hoy hay que importar
gas y diesel. Algo similar ocurrió con el sector lácteo donde cientos de
tamberos liquidaron sus rodeos para obtener rentabilidad con cultivos de maíz y
soja. Rodeos enteros fueron a para a Liniers y con ello se echó por tierra la
futura producción de lácteos.
Otro tanto pasará con la oferta de farináceos debido a que
el productor triguero no cuenta con incentivos para sembrar más cereal. Entre
las retenciones y los precios máximos, habrá menos oferta.
Y al igual que el stress de manera silente, el ajuste de
precios ya comenzó y parece imparable. Al punto tal que muchos bienes ya tienen
los mismos precios en dólares que en la Convertibilidad. Por caso, la Nafta
Premium, 3,15 pesos, o sea 1 dólar. Otros lo duplican, Diesel a 2,50 pesos, o
sea 80 centavos de dólar contra 40 centavos de dólar durante la década pasada.
De la misma manera que en los '70, el modelo gelbardiano
muestra ahora toda su impotencia para poder resolver los problemas reales de la
economía y así como nació de una aventura idílica, de la misma manera se vuelve
a derrumbar.
Detrás de este ajuste silente aguarda otra consecuencia
derivada del modelo: un nuevo ajuste salarial que ante la dinámica
inflacionaria, los trabajadores buscarán para recomponer sus ingresos y que
servirá de base para que los agentes formadores de precios tomen como argumento
para un nuevo reajuste de precios, y así indefinidamente...
Mientras tanto, el gobierno sólo atina a subir las tasas
de interés para morigerar el consumo y con ello frenar la demanda de los
sectores de ingresos fijos. Por otro lado, vende reservas para sostener la
paridad de títulos públicos que nadie quiere y paga tasas exorbitantes por
mantener la paridad cambiaria. El resultado no será un freno a la inflación sino
un anclaje para la actividad economía. En otros términos, inflación más
estancamiento.
A estas alturas, ¿cuánto puede aguantar un modelo económico
con una inflación en dólares superior al 25 por ciento? ¿Cómo puede subsistir
una economía en estancamiento, con inflación y con problemas de repago de la
deuda pública? Una película ya vista.
Miguel Ángel Rouco