Desgraciadamente, este cuento no ha
terminado. Una hora y media después de la convocatoria pautada, la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner hizo uso de la palabra ante una concurrencia
mucho menor que la deseada. “Gracias por estar acá, en la Plaza de todos los
argentinos”, eludiendo elípticamente que en la noche del lunes 16, como en la
del 25 de marzo, sus gorilas se apoderaron de la misma y no dejaban pasar
a nadie. Mía, mía, mía, parecían cantar exhibiendo caras feroces. Y en
rigor de verdad, no desentonan en nada con la onda que se desprende del
matrimonio gobernante, unos auténticos fundamentalistas del poder que, aferrados
al evangelio del autismo, convocan a un engañoso diálogo para luego moler a
palos a los que piensan distinto. Curiosa forma de cuidar la democracia y la
calidad institucional.
Levantando el tono, quizá pretendiendo estigmatizarse en
Evita capitana, CFK de nuevo convocó a la ciudadanía al alicaído acuerdo por
el Bicentenario, ya un espantajo con un futuro incierto. Un engendro que en sus
labios, intenta comparar el presente con aquella Argentina de 1910 que sólo
sobrevive en los libros de historia. La misma que es apelada cada vez que en su
mente aparecen los miedos de una oposición cada vez más fuerte, que la obliga
sistemáticamente en refugiarse en una imagen de redentora despechada por su
género.
Quizá envalentonada por los cánticos y el tremolar de las
banderas, nuevamente atacó furibundamente a los cuatro fantásticos de las
entidades rurales, calificándolos de “esas cuatro personas que nadie votó, están
interfiriendo en la construcción democrática”. Entonces, para entender mejor
la cosmovisión K, ¿aquellos que defienden lo suyo necesariamente son
antidemocráticos? ¿Quien piensa distinto es, irremediable, un enemigo declarado
del Estado? Si esto no es stalinismo, el stalinismo, ¿dónde está?.
Farsa y tragedia
"Quiero creer que estas cuatro personas no se dieron cuenta
lo que estaban haciendo. Yo quiero, en nombre de la vigencia democrática, en
nombre de la Constitución, que adviertan que si la historia primero fue tragedia
hoy se repite como comedia, y que ya los argentinos no queremos más comedias,
queremos volver a recuperar responsabilidad institucional y vigencia de la
Constitución”, señaló al apelar por segundo día consecutivo a la famosa frase de
Carlos Marx, pero siempre tergiversando el sentido ya que éste no hablaba de
comedia, sino de tragedia. La verdadera comedia es comerse el verso fatal de
creer que el suyo, como lo fue el anterior de su marido, es un “proyecto
nacional y popular” diametralmente opuesto a la década maldita de los 90. Si
realmente lo fuera, la mayoría de la gente no habría sentido la imperiosa
necesidad de salir a batir cacerolas en defensa propia. “En los 90 se nos cayó
todo, la industria y el cambio”.
Eso es cierto, pero en ese momento, ella y su marido, ¿a
quién apoyaban?. Esa pregunta nunca se la hicieron muchos grandes personajes
de la corporación mediática nacional. Es mucho mejor camuflarse de lo que no se
es, o de lo que nunca fue, para ahora aparecer ante los ojos de muchos
advenedizos como garantes del orden social y económico.“Las cacerolas empeoran
las cosas”, otra frase de rigor para enardecer los ánimos y echar por tierra
toda convocatoria sensata al diálogo.
Y para cerrar esta auténtica farsa, insulto a la inteligencia
y el sentido común de cualquiera, remató con "No tengan miedo ni dudas al
ejercer su representación sectorial, porque si realmente son representativos no
va a ser necesario que corten las rutas. Debemos tenderles la mano y llamarlos a
la reflexión, en nombre de los millones de argentinos, en nombre de los que
todavía sufren. Los convocamos a este acuerdo del Bicentenario. Honor a la
bandera y a la historia, todos juntos hacia el Bicentenario”.
Notas a pie
Si bien es cierto que la Argentina tiene una imponderable
oportunidad en el mundo de insertarse como productor de alimentos para millones,
primero deben para esto dejarse de lado actitudes deleznables como pretender
siempre calificar a los díscolos como heraldos del Proceso o amantes de la
tragedia de 1955. Seguramente, casi nadie de los que salió a protestar
recientemente es un oligarca consumado, o un nostálgico declarado del binomio
Videla-Martínez de Hoz. Como tampoco, que la Sociedad Rural tiene una
inmensa capacidad de convocatoria para hacer salir a la calle a varios miles en
una noche. Ni los chacareros que se cansaron de asistir impotentes a la
destrucción de sus fuentes de trabajo en el interior del país, piden a gritos un
golpe de Estado, apelando a los “fierros mediáticos”, su marido dixit.
Letra que durante estas jornadas de ordalía alimentó el delirio tendencioso de
Luis D’Elía, un auténtico exponente de la intolerancia y no del coloquio y la
conciliación.
Mientras en las rutas y en diversas localidades se realizaban
encuentros ecuménicos en pro de la paz y la concordia, en Plaza de Mayo otra vez
se veia la deliberada comparación de los cuatro integrantes de la mesa de
enlace, con lo más nefasto del pasado reciente, constituyendo unos metros más en
la carrera desenfrenada hacia el abismo del desencuentro definitivo.
Evidentemente, no aprenden más.
Fernando Paolella